- Nunca te vi así - dijo Ylla, sorprendida e interesada a la vez -. Ese Nathaniel York medijo... Bueno, me dijo que me llevaría en la nave, de vuelta a su planeta. Realmente esridículo.- ¡Si! ¡Ridículo! - gritó el señor K -. ¡Oh, dioses! ¡Si te hubieras oído, hablándole,halagándolo, cantando con él toda la noche! ¡Si te hubieras oído!- ¡Yll!- ¿Cuándo va a venir? ¿Dónde va a descender su maldita nave?- Yll, no alces la voz.- ¡Qué importa la voz! ¿No soñaste - dijo el señor K inclinándose rígidamente hacia ellay tomándola de un brazo - que la nave descendía en el valle Verde?¡Contesta!- Pero, si...- Y descendía esta tarde, ¿no es cierto?- Sí, creo que sí, pero fue sólo un sueño.- Bueno - dijo el señor K soltándola -, por lo menos eres sincera. Oí todo lo que dijistemientras dormías. Mencionaste el valle y la hora.Jadeante, dio unos pasos entre las columnas, como cegado por un rayo. Poco a pocorecuperó el aliento. Su mujer lo observaba como si se hubiera vuelto loco. Al fin se levantóy se acercó a él.- Yll - susurró:- No me pasa nada.- Estás enfermo.- No - dijo el señor K con una sonrisa débil y forzada -. Soy un niño, nada más.Perdóname, querida. - La acarició torpemente. - He trabajado demasiado en estos días.Lo lamento. Voy a acostarme un rato.- ¡Te excitaste de una manera!- Ahora me siento bien, muy bien. - Suspiró. - Olvidemos esto. Ayer me dijeron algo deUel que quiero contarte. Si te parece, preparas el desayuno, te cuento lo de Uel yolvidamos este asunto.- No fue más que un sueño.- Por supuesto - dijo el señor K, y la besó mecánicamente en la mejilla -. Nada más queun sueño.Al mediodía, las colinas resplandecían bajo el sol abrasador.- ¿No vas al pueblo? - preguntó Ylla.El señor K arqueó ligeramente las cejas.- ¿Al pueblo?- Pensé que irías hoy.Ylla acomodó una jaula de flores en su pedestal. Las flores se agitaron abriendo lashambrientas bocas amarillas. El señor K cerró su libro.- No - dijo -. Hace demasiado calor, y además es tarde.- Ah - exclamó Ylla. Terminó de acomodar las flores y fue hacia la puerta -. En seguidavuelvo - añadió.- Espera un momento. ¿A dónde vas?- A casa de Pao. Me ha invitado - contestó Ylla, ya casi fuera de la habitación.- ¿Hoy?- Hace mucho que no la veo. No vive lejos.- ¿En el valle Verde, no es así?- Sí, es sólo un paseo - respondió Ylla alejándose de prisa.- Lo siento, lo siento mucho. - El señor K corrió detrás de su mujer, como preocupadopor un olvido. - No sé cómo he podido olvidarlo. Le dije al doctor Nlle que viniera estatarde.- ¿Al doctor Nlle? - dijo Ylla volviéndose.
- Sí - respondió su marido, y tomándola de un brazo la arrastró hacia adentro.- Pero Pao...- Pao puede esperar. Tenemos que obsequiar al doctor Nlle.- Un momento nada más.- No, Ylla.- ¿No?El señor K sacudió la cabeza.- No. Además la casa de Pao está muy lejos. Hay que cruzar el valle Verde, y despuésel canal y descender una colina, ¿no es así? Además hará mucho, mucho calor, y eldoctor Nlle estará encantado de verte. Bueno, ¿qué dices?Ylla no contestó. Quería escaparse, correr. Quería gritar. Pero se sentó, volviólentamente las manos, y se las miró inexpresivamente.- Ylla - dijo el señor K en voz baja -. ¿Te quedarás aquí, no es cierto?- Sí - dijo Ylla al cabo de un momento -. Me quedaré aquí.- ¿Toda la tarde?- Toda la tarde.Pasaba el tiempo y el doctor Nlle no había aparecido aún. El marido de Ylla no parecíamuy sorprendido. Cuando ya caía el sol, murmuró algo, fue hacia un armario y sacó de élun arma de aspecto siniestro, un tubo largo y amarillento que terminaba en un gatillo yunos fuelles. Luego se puso una máscara, una máscara de plata, inexpresiva, la máscaracon que ocultaba sus sentimientos, la máscara flexible que se ceñía de un modo tanperfecto a las delgadas mejillas, la barbilla y la frente. Examinó el arma amenazadora quetenía en las manos. Los fuelles zumbaban constantemente con un zumbido de insecto. Elarma disparaba hordas de chillonas abejas doradas. Doradas, horribles abejas queclavaban su aguijón envenenado, y caían sin vida, como semillas en la arena.- ¿A dónde vas? - preguntó Ylla.- ¿Qué dices? - El señor K escuchaba el terrible zumbido del fuelle - El doctor Nlle seha retrasado y no tengo ganas de seguir esperándolo. Voy a cazar un rato. En seguidavuelvo. Tú no saldrás, ¿no es cierto?La máscara de plata brillaba intensamente.- No.- Dile al doctor Nlle que volveré pronto, que sólo he ido a cazar.La puerta triangular se cerró. Los pasos de Yll se apagaron en la colina. Ylla observócómo se alejaba bajo la luz del sol y luego volvió a sus tareas. Limpió las habitaciones conel polvo magnético y arrancó los nuevos frutos de las paredes de cristal. Estabatrabajando, con energía y rapidez, cuando de pronto una especie de sopor se apoderó deella y se encontró otra vez cantando la rara y memorable canción, con los ojos fijos en elcielo, más allá de las columnas de cristal.Contuvo el aliento, inmóvil, esperando.Se acercaba.Ocurriría en cualquier momento.Era como esos días en que se espera en silencio la llegada de una tormenta, y lapresión de la atmósfera cambia imperceptiblemente, y el cielo se transforma en ráfagas,sombras y vapores. Los oídos zumban, empieza uno a temblar. El cielo se cubre demanchas y cambia de color, las nubes se oscurecen, las montañas parecen de hierro. Lasflores enjauladas emiten débiles suspiros de advertencia. Uno siente un leveestremecimiento en los cabellos. En algún lugar de la casa el reloj parlante dice:«Atención, atención, atención, atención...», con una voz muy débil, como gotas que caensobre terciopelo.Y luego, la tormenta. Resplandores eléctricos, cascadas de agua oscura y truenosnegros, cerrándose, para siempre.
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