Inmediatamente hubo una explosión en la sala.Los muros temblaron con los gritos y exclamaciones. Hombres y mujeres gritando dealegría, derribando las mesas, tropezando unos con otros, corrieron hacia los terrestres y,levantándolos en hombros, dieron seis vueltas completas a la sala, saltando, gesticulandoy cantando.Los terrestres estaban tan sorprendidos que durante un minuto se dejaron llevar poraquella marea de hombros antes de estallar en risas y gritos.- ¡Esto se parece más a lo que esperábamos!- ¡Esto es vida! ¡Bravo! ¡Bravo!Se guiñaban alegremente los ojos, alzaban los brazos, golpeaban el aire- ¡Hip! ¡Hip! - gritaban.- ¡Hurra! - respondía la muchedumbre.Al fin los pusieron sobre una mesa. Los gritos cesaron. El capitán estaba a punto dellorar:- Gracias. Gracias. Esto nos ha hecho mucho bien.- Cuéntenos su historia - sugirió el señor Uuu.El capitán carraspeó y habló, interrumpido por los ¡oh! y ¡ah! del auditorio. Presentó asus compañeros, y todos pronunciaron un discursito, azorados por el estruendo de losaplausos.El señor Uuu palmeó al capitán.- Es agradable ver a otros de la Tierra. Yo también soy de allí.- ¿Qué ha dicho usted?- Aquí somos muchos los terrestres.El capitán lo miró fijamente.- ¿Usted? ¿Terrestre? ¿Es posible? ¿Vino en un cohete? ¿Desde cuándo se viaja porel espacio? - Parecía decepcionado. - ¿De qué... de qué país es usted?- De Tuiereol. Vine hace años en el espíritu de mi cuerpo.- Tuiereol. - El capitán articuló dificultosamente la palabra. - No conozco ese país.¿Qué es eso del espíritu del cuerpo?- También la señorita Rrr es terrestre. ¿No es cierto, señorita Rrr?La señorita Rrr asintió con una risa extraña.- También el señor Www, el señor Qqq y el señor Vvv.- Yo soy de Júpiter - dijo uno pavoneándose.- Yo de Saturno - dijo otro. Los ojos le brillaban maliciosamente.- Júpiter, Saturno - murmuró el capitán, parpadeando.Todos callaron; los marcianos, ojerosos, de pupilas amarillas y brillantes, volvieron aagruparse alrededor de las mesas de banquete, extrañamente vacías. El capitán observó,por primera vez, que la habitación no tenía ventanas. La luz parecía filtrarse por lasparedes. No había más que una puerta.- Todo esto es confuso. ¿Dónde diablo está Tuiereol? ¿Cerca de América? - dijo elcapitán.- ¿Que es América?- ¿No ha oído hablar del continente americano y dice que es terrestre?El señor Uuu se irguió enojado.- La Tierra está cubierta de mares, es sólo mar. No hay continentes. Yo soy de allí y losé.El capitán se echó hacia atrás en su silla.- Un momento, un momento. Usted tiene cara de marciano, ojos amarillos, tez morena.- La Tierra es sólo selvas - dijo orgullosamente la señorita Rrr -. Yo soy de Orri, en laTierra; una civilización donde todo es de plata.El capitán miró sucesivamente al señor Uuu, al señor Www, al señor Zzz, al señor Nnn,al señor Hhh y al señor Bbb, y vio que los ojos amarillos se fundían y apagaban a la luz, y
se contraían y dilataban. Se estremeció, se volvió hacia sus hombres y los mirósombríamente.- ¡Comprenden qué es esto?- ¿Qué, señor?- No es una celebración - contestó agotado el capitán -. No es un banquete. Estasgentes no son representantes del gobierno. Esta no es una surprise party. Mírenles losojos. Escúchenlos.Retuvieron el aliento. En la sala cerrada sólo había un suave movimiento de ojosblancos.- Ahora entiendo - dijo el capitán con voz muy lejana - por qué todos nos dabanpapelitos y nos pasaban de uno a otro, y por qué el señor Iii nos mostró un pasillo y nosdio una llave para abrir una puerta y cerrar una puerta. Y aquí estamos...- ¿Dónde, capitán?- En un manicomio.Era de noche. En la vasta sala silenciosa, tenuemente alumbrada por unas lucesocultas en los muros transparentes, los cuatro terrestres, sentados alrededor de una mesade madera conversaban en voz baja, con los rostros juntos y pálidos. Hombres y mujeresyacían desordenadamente por el suelo. En los rincones oscuros había levesestremecimientos: hombres o mujeres solitarios que movían las manos. Cada media horauno de los terrestres intentaba abrir la puerta de plata.- No hay nada que hacer. Estamos encerrados.- ¿Creen realmente que somos locos, capitán?- No hay duda. Por eso no se entusiasmaron al vernos. Se limitaron a tolerar lo queentre ellos debe de ser un estado frecuente de psicosis. - Señaló las formas oscuras queyacían alrededor. - Paranoicos todos. ¡Qué bienvenida! - Una llamita se alzó y murió enlos ojos del capitán. - Por un momento creí que nos recibían como merecíamos. Gritos,cantos y discursos. Todo estuvo muy bien, ¿no es cierto? Mientras duró.- ¿Cuánto tiempo nos van a tener aquí?- Hasta que demostremos que no somos psicópatas.- Eso será fácil.- Espero que sí.- No parece estar muy seguro- No lo estoy. Mire aquel rincón.De la boca de un hombre en cuclillas brotó una llama azul. La llama se transformó enuna mujercita desnuda, y susurrando y suspirando se abrió como una flor en vapores decolor cobalto.El capitán señaló otro rincón. Una mujer, de pie, se encerró en una columna de cristal;luego fue una estatua dorada, después una vara de cedro pulido, y al fin otra vez unamujer.En la sala oscurecida todos exhalaban pequeñas llamas violáceas móviles ycambiantes, pues la noche era tiempo de transformaciones y aflicción.- Magos, brujos - susurró un terrestre.- No, alucinados. Nos comunican su demencia y vemos así sus alucinaciones.Telepatía. Autosugestión y telepatía.- ¿Y eso le preocupa, capitán?- Sí. Si esas alucinaciones pueden ser tan reales, tan contagiosas, tanto para nosotroscomo para cualquier otra persona, no es raro que nos hayan tomado por psicópatas. Siaquel hombre es capaz de crear mujercitas de fuego azul, y aquella mujer puedetransformarse en una columna, es muy natural que los marcianos normales piensen quetambién nosotros hemos creado nuestro cohete.- Oh - exclamaron sus hombres en la oscuridad.
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- Fue todo un error - alegó Sam ir
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Se dieron la mano entre risas y muc
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Wilder echó una ojeada a las manos
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y nadie sabrá nada de la guerra,a
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pensó en sus hermanos menores y no
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