Se levantó, y con movimientos precisos se ató a la espalda una caja de provisiones. Lamano le tembló otra vez.- ¡No! - dijo con firmeza, y el temblor desapareció.Luego, caminando rígidamente, Spender se alejó, solitario, entre las rojas y tórridascolinas.El sol subía ardiendo por el cielo. Una hora más tarde el capitán salió del cohete enbusca de unos huevos con jamón. Iba a saludar a los cuatro hombres sentados a la mesa,cuando de pronto se detuvo. Había en el aire un tenue olor a humo de arma. El cocineroyacía tendido de espaldas sobre la hoguera, y el desayuno parecía helado.Un instante después, Parkhill y otros dos bajaron del cohete. El capitán los detuvo,fascinado por el silencio de los hombres y la manera en que estaban sentados a la mesa.- Llamen a los hombres, a todos - dijo.Parkhill echó a correr a lo largo del canal.El capitán tocó a Cheroke. Cheroke se volvió lentamente y cayó de la silla. La luz delsol le ardió sobre el pelo corto y los pómulos salientes.Llegaron los hombres.- ¿Quién falta?- Todavía Spender, señor. Encontramos a Biggs flotando en el canal.- ¡Spender!El capitán miró las colinas que se alzaban a la luz. El sol le descubrió los dientes, laboca torcida en una mueca.- Maldita sea - dijo con cansancio -. ¿Por qué no vino a hablar conmigo?- ¿Por qué no conmigo? - exclamó Parkhill, con los ojos brillantes -. ¡Le hubiera metidouna bala en el maldito cerebro, eso hubiera hecho, lo juro por Dios!El capitán Wilder hizo una seña a dos de los hombres.- Traigan palas - les dijo.Cavaron las fosas fatigados por el calor. Mientras el capitán volvía las páginas de laBiblia, un viento cálido sopló desde el fondo del mar vacío, lanzando nubes de polvo a lascaras de los hombres. El capitán cerró su libro, y alguien empezó a echar lentascorrientes de arena sobre los cuerpos amortajados.Volvieron al cohete, probaron los mecanismos de los rifles, se echaron a la espaldapesados paquetes de granadas, y observaron si las armas salían con facilidad de lasfundas. Cada uno de ellos exploraría cierto sector de las colinas. El capitán los dirigía sinlevantar la voz, sin un ademán, con las manos colgando a los costados.- En marcha - dijo.Spender vio que una tenue nube de polvo se levantaba en distintos lugares del valle ysupo que la persecución había comenzado Dejó a un lado el fino libro de plata que estabaleyendo, sentado cómodamente en una piedra plana. Las páginas del libro, delgadascomo gasas, eran de plata, pintadas a mano en negro y oro. Era una obra de filosofía, depor lo menos diez mil años de antigüedad, que había encontrado en un pueblo marcianodel valle. Abandonaba el libro de mala gana.Durante unos instantes pensó: «¿Para qué? Me quedaré aquí leyendo hasta quevengan y terminen conmigo».Después de matar a los seis hombres había sentido un confuso aturdimiento, luegonáuseas, y por fin una extraña paz. Pero ahora, mientras contemplaba las estelas depolvo de sus perseguidores, también la paz se desvanecía, y volvía a sentir aquelresentimiento.Bebió de la cantimplora un poco de agua fresca. Luego se levantó, se estiró, bostezó, yescuchó el maravilloso silencio del valle. Qué hermoso sería si él y algunos de sus amigosterrestres pudieran instalarse aquí, pasar aquí la vida, sin ruidos ni preocupaciones.
Llevó el libro consigo en una mano y la pistola cargada en la otra. Un arroyo corríarápidamente sobre un lecho de rocas y piedras blancas, y allí se desnudó y se metió en elagua un rato. Luego se vistió, sin darse prisa y recogió el arma.El tiroteo comenzó aproximadamente a las tres de la tarde, cuando Spender estabaarriba en las colinas. Lo siguieron a través de tres pequeños pueblos marcianos. Másarriba de los pueblos, esparcidas como guijarros, había unas quintas en donde antiguasfamilias marcianas habían encontrado un prado o un arroyo, habían construido unapiscina de mosaicos, una biblioteca y un patio con un surtidor. Spender nadó media horaen una piscina de agua de lluvia, esperando a sus perseguidores.Cuando abandonaba la casa, sonaron los primeros disparos. A pocos metros dedistancia, el azulejo de un muro saltó hecho trizas. Echó a correr, avanzó por entre unosriscos, se volvió, disparó el arma, y un hombre rodó por el polvo.Lo envolverían en una red, en un círculo. Spender lo sabía. Lo rodearían, estrecharíanel cerco y lo atraparían. ¿Por qué no utilizaban las granadas? Una orden del capitánWilder, y empezaría el bombardeo.«Pero soy un buen hombre y no quieren destrozarme - pensó Spender -. Así opina elcapitán. Me quiere con un solo agujero. ¿No es raro? Quiere que mi muerte sea limpia. Yno una porquería. ¿Por qué? Porque me comprende. Y por ese motivo está decidido aarriesgar la vida de unos cuantos buenos muchachos que me agujerearán limpiamente lacabeza. ¿No es así?»Sonó una ráfaga de nueve o diez disparos. Unos trozos de roca saltaron alrededor.Spender hacía fuego con mano firme, a veces mientras leía el libro de plata.El capitán, rifle en mano, corrió bajo la ardiente luz del sol. Spender lo siguió con lamirada de la pistola, pero no disparó. En cambio se volvió e hizo saltar de un tiro el bordesuperior de la roca donde White estaba apostado. Se oyó un grito de furia.De pronto, el capitán se detuvo. Llevaba un pañuelo blanco en la mano. Les dijo algo asus hombres, y soltando el rifle, subió Por la falda de la colina. Spender estaba allítendido. Se puso de Pie con el arma en la mano.El capitán se acercó y se sentó en una piedra calcinada por el sol sin mirar una solavez a Spender.Poco después metió la mano en el bolsillo de la camisa, buscando algo. Los dedos deSpender se crisparon sobre el arma.- ¿Un cigarrillo? - preguntó el capitán.- Gracias - respondió Spender tomando uno.- ¿Fuego?- Tengo.Echaron una o dos bocanadas en silencio.- Hace calor - dijo el capitán.- Así es.- ¿Se encuentra cómodo aquí arriba?- Mucho.- ¿Cuánto tiempo cree que podrá resistir?- El que me lleve matar a doce hombres, poco más o menos.- ¿Por qué no nos mató a todos esta mañana, cuando se le presentó la ocasión?Hubiera sido fácil, usted lo sabe.- Lo sé. Sentí náuseas. Cuando uno quiere hacer algo terrible se miente a sí mismo. Sedice uno que todos los demás están equivocados. Bueno, en cuanto empecé a dispararcontra ellos, comprendí que sólo eran unos necios y que no debía matarlos. Pero ya erademasiado tarde. No pude continuar, entonces subí hasta aquí con la esperanza de volvera creer en la mentira, de enfurecerme y empezar de nuevo.- ¿Ya está resuelto?- No mucho. Bastante.
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