Una pausa.- Buenas noches, John.El capitán permaneció tendido y en paz, abandonándose a sus propios pensamientos.Por primera vez consiguió hacer a un lado las tensiones del día, y ahora podía pensarlógicamente. Todo había sido emocionante: las bandas de música, las caras familiares.Pero ahora...«¿Cómo? - se preguntó -. ¿Cómo se hizo todo esto? ¿Y por qué? ¿Con qué propósito?¿Por la mera bondad de alguna intervención divina? ¿Entonces Dios se preocuparealmente por sus criaturas? ¿Cómo y por qué y para qué?»Consideró las distintas teorías que habían adelantado Hinkston y Lustig en el primercalor de la tarde. Dejó que otras muchas teorías nuevas le bajaran a través de la mentecomo perezosos guijarros que giraban echando alrededor unas luces mortecinas. Mamá.Papá. Edward. Tierra. Marte. Marcianos.«¿Quién había vivido aquí hacía mil años en Marte? ¿Marcianos? ¿O había sidosiempre como ahora?»Marcianos. El capitán repitió la palabra ociosamente, interiormente.Casi se echó a reír en voz alta. De pronto se le había ocurrido la más ridícula de lasteorías. Se estremeció. Por supuesto, no tenía ningún sentido. Era muy improbable.Estúpida. «Olvídala. Es ridícula.»»Sin embargo - pensó -, supongamos... Supongamos que Marte esté habitado pormarcianos que vieron llegar nuestra nave y nos vieron dentro y nos odiaron. Supongamosahora, sólo como algo terrible, que quisieran destruir a esos invasores indeseables, y delmodo más inteligente, tomándonos desprevenidos. Bien, ¿qué arma podrían usar losmarcianos contra las armas atómicas de los terrestres?»La respuesta era interesante. Telepatía, hipnosis, memoria e imaginación.»Supongamos que ninguna de estas casas sea real, que esta cama no sea real sino uninvento de mi propia imaginación, materializada por los poderes telepáticos e hipnóticosde los marcianos - pensó el capitán John Black -. Supongamos que estas casas tenganrealmente otra forma, una forma marciana, y que conociendo mis deseos y mis anhelos,estos marcianos hayan hecho que se parezcan a mi viejo pueblo y mi vieja casa, para queyo no sospeche. ¿Qué mejor modo de engañar a un hombre que utilizar a sus padrescomo cebo?»Y este pueblo, tan antiguo, del año mil novecientos veintiséis, muy anterior alnacimiento de mis hombres... Yo tenía seis años entonces, y había discos de HarryLauder, y cortinas de abalorios, y Hermoso Ohio, y cuadros de Maxfield Parrish quecolgaban todavía de las paredes, y arquitectura de principios de siglo. ¿Y si los marcianoshubieran sacado este pueblo de los recuerdos de mi mente? Dicen que los recuerdos dela niñez son los más claros. Y después de construir el pueblo, sacándolo de mi mente, ¡lopoblaron con las gentes más queridas, sacándolas de las mentes de los tripulantes!»Y supongamos que esa pareja que duerme en la habitación contigua no sea mi padrey mi madre, sino dos marcianos increíblemente hábiles y capaces de mantenerme todo eltiempo en un sueño hipnótico.»¿Y aquella banda de música? ¡Qué plan más sorprendente y admirable! Primero,engañar a Lustig, después a Hinkston, y después reunir una muchedumbre; y todos loshombres del cohete, como es natural, desobedecen las órdenes y abandonan la nave alver a madres, tías,. tíos y novias, muertos hace diez, veinte años. ¿Qué más natural?¿Qué más inocente? ¿Qué más sencillo? Un hombre no hace muchas preguntas cuandosu madre vuelve de pronto a la vida. Está demasiado contento. Y aquí estamos todos estanoche, en distintas casas, distintas camas, sin armas que nos protejan. Y el cohete vacíoa la luz de la luna. ¿Y no sería espantoso Y terrible descubrir que todo esto es parte de uninteligente plan de los marcianos para dividirnos y vencernos, y matarnos? En algúnmomento de esta noche, quizá, mi hermano, que está en esta cama, cambiará de forma,
se fundirá y se transformará en otra cosa, en una cosa terrible, un marciano. Sería tanfácil para él volverse en la cama y clavarme un cuchillo en el corazón... Y en todas esascasas, a lo largo de la calle, una docena de otros hermanos o padres fundiéndose depronto y sacando cuchillos, se abalanzarán sobre los confiados y dormidos terrestres.»Le temblaban las manos bajo las mantas. Tenía el cuerpo helado. De pronto la teoríano fue una teoría. De pronto tuvo mucho miedo.Se incorporó en la cama y escuchó. Todo estaba en silencio. La música había cesado.El viento había muerto. Su hermano dormía junto a él.Levantó con mucho cuidado las mantas y salió de la cama. Había dado unos pocospasos por el cuarto cuando oyó la voz de su hermano.- ¿Adónde vas?- ¿Qué?La voz de su hermano sonó otra vez fríamente:- He dicho que adónde piensas que vas.- A beber un trago de agua.- Pero no tienes sed.- Sí, sí, tengo sed.- No, no tienes sed.El capitán John Black echó a correr por el cuarto. Gritó, gritó dos veces.Nunca llegó a la puerta.A la mañana siguiente, la banda de música tocó una marcha fúnebre. De todas lascasas de la calle salieron solemnes y reducidos cortejos nevando largos cajones, y por lacalle soleada, llorando, marcharon las abuelas, las madres, las hermanas, los hermanos,los tíos y los padres, y caminaron hasta el cementerio, donde había fosas nuevas reciénabiertas y nuevas lápidas instaladas. Dieciséis fosas en total, y dieciséis lápidas.El alcalde pronunció un discurso breve y triste, con una cara que a veces parecía lacara del alcalde y a veces alguna otra cosa.El padre y la madre del capitán John Black estaban allí, con el hermano Edward,llorando, y sus caras antes familiares, se fundieron y transformaron en alguna otra cosa.El abuelo y la abuela de Lustig estaban allí, sollozando, y sus caras brillantes, con esebrillo que tienen las cosas en los días de calor, se derritieron como la cera.Bajaron los ataúdes. Alguien habló de «la inesperada muerte durante la noche dedieciséis hombres dignos...».La tierra golpeó las tapas de los cajones.La banda de música volvió de prisa al pueblo, con paso marcial, tocando Columbia, laperla del océano, y ya nadie trabajó ese día.AUNQUE SIGA BRILLANDO LA LUNACuando por primera vez salieron del coche al aire de la noche, hacía tanto frío queSpender empezó a juntar la seca leña marciana y preparó una pequeña hoguera. Nohabló de celebraciones; recogió la leña, la encendió, y miró cómo ardía.En el resplandor que iluminaba el aire enrarecido de aquel seco mar de Marte, miró porencima del hombro y vio el cohete que los había traído a todos, al capitán Wilder y aCheroke y Hathaway y Sam Parkhill y a él mismo, a través de un oscuro y silenciosoespacio estrellado hasta este mundo irreal y muerto.Jeff Spender esperaba a que empezara el ruido. Miraba a los otros y esperaba elmomento en que se pusieran a saltar alrededor y gritar. Ocurriría tan pronto como dejarande sentirse aturdidos por ser los primeros hombres en Marte. Ninguno decía nada, pero
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