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Bradbury, Ray - Cronicas Marcianas

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se fundirá y se transformará en otra cosa, en una cosa terrible, un marciano. Sería tanfácil para él volverse en la cama y clavarme un cuchillo en el corazón... Y en todas esascasas, a lo largo de la calle, una docena de otros hermanos o padres fundiéndose depronto y sacando cuchillos, se abalanzarán sobre los confiados y dormidos terrestres.»Le temblaban las manos bajo las mantas. Tenía el cuerpo helado. De pronto la teoríano fue una teoría. De pronto tuvo mucho miedo.Se incorporó en la cama y escuchó. Todo estaba en silencio. La música había cesado.El viento había muerto. Su hermano dormía junto a él.Levantó con mucho cuidado las mantas y salió de la cama. Había dado unos pocospasos por el cuarto cuando oyó la voz de su hermano.- ¿Adónde vas?- ¿Qué?La voz de su hermano sonó otra vez fríamente:- He dicho que adónde piensas que vas.- A beber un trago de agua.- Pero no tienes sed.- Sí, sí, tengo sed.- No, no tienes sed.El capitán John Black echó a correr por el cuarto. Gritó, gritó dos veces.Nunca llegó a la puerta.A la mañana siguiente, la banda de música tocó una marcha fúnebre. De todas lascasas de la calle salieron solemnes y reducidos cortejos nevando largos cajones, y por lacalle soleada, llorando, marcharon las abuelas, las madres, las hermanas, los hermanos,los tíos y los padres, y caminaron hasta el cementerio, donde había fosas nuevas reciénabiertas y nuevas lápidas instaladas. Dieciséis fosas en total, y dieciséis lápidas.El alcalde pronunció un discurso breve y triste, con una cara que a veces parecía lacara del alcalde y a veces alguna otra cosa.El padre y la madre del capitán John Black estaban allí, con el hermano Edward,llorando, y sus caras antes familiares, se fundieron y transformaron en alguna otra cosa.El abuelo y la abuela de Lustig estaban allí, sollozando, y sus caras brillantes, con esebrillo que tienen las cosas en los días de calor, se derritieron como la cera.Bajaron los ataúdes. Alguien habló de «la inesperada muerte durante la noche dedieciséis hombres dignos...».La tierra golpeó las tapas de los cajones.La banda de música volvió de prisa al pueblo, con paso marcial, tocando Columbia, laperla del océano, y ya nadie trabajó ese día.AUNQUE SIGA BRILLANDO LA LUNACuando por primera vez salieron del coche al aire de la noche, hacía tanto frío queSpender empezó a juntar la seca leña marciana y preparó una pequeña hoguera. Nohabló de celebraciones; recogió la leña, la encendió, y miró cómo ardía.En el resplandor que iluminaba el aire enrarecido de aquel seco mar de Marte, miró porencima del hombro y vio el cohete que los había traído a todos, al capitán Wilder y aCheroke y Hathaway y Sam Parkhill y a él mismo, a través de un oscuro y silenciosoespacio estrellado hasta este mundo irreal y muerto.Jeff Spender esperaba a que empezara el ruido. Miraba a los otros y esperaba elmomento en que se pusieran a saltar alrededor y gritar. Ocurriría tan pronto como dejarande sentirse aturdidos por ser los primeros hombres en Marte. Ninguno decía nada, pero

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