El capitán John Black lo miró inexpresivamente.- ¿Cree usted posible que las civilizaciones de dos planetas marchen y evolucionen dela misma manera, Hinkston?- Nunca lo hubiera pensado, capitán.El capitán se acercó a la ventana.- Miren. Geranios. Una planta de cultivo. Esa variedad específica se conoce en la Tierrasólo desde hace cincuenta años. Piensen cómo evolucionan las plantas, durante miles deaños. Y luego díganme si es lógico que los marcianos tengan: primero, ventanas convidrios emplomados; segundo, cúpulas; tercero, columpios en los Porches; cuarto, uninstrumento que parece un piano y que probablemente es un piano; y quinto, si miranustedes detenidamente por la lente telescópica, ¿es lógico que un compositor marcianohaya compuesto una pieza de música titulada, aunque parezca mentira, Hermoso Ohio?¡Esto querría decir que hay un río Ohio en Marte!- ¡El capitán Williams, por supuesto! - exclamó Hinkston.- ¿Qué?- El capitán Williams y su tripulación de tres hombres. O Nathaniel York y sucompañero. ¡Eso lo explicaría todo!- Eso no explicaría nada. Según parece, el cohete de York estalló el día que llegó aMarte, y York y su compañero murieron. En cuanto a Williams y sus tres hombres, elcohete fue destruido al día siguiente de haber llegado. Al menos las pulsaciones de lostransmisores cesaron entonces. Si hubieran sobrevivido, se habrían comunicado connosotros. De todos modos, desde la expedición de York sólo ha pasado un año, y elcapitán Williams y sus hombres llegaron aquí en el mes de agosto. Suponiendo que esténvivos, ¿hubieran podido construir un pueblo como éste y envejecerlo en tan poco tiempo,aun con la ayuda de una brillante raza marciana? Miren el pueblo; está ahí desde hacepor lo menos setenta años. Miren la madera de ese porche; miren esos árboles, ¡todoscentenarios! No, esto no es obra de York o Williams. Es otra cosa, y no me gusta. Y nosaldré de la nave antes de aclararlo.- Además - dijo Lustig -, Williams y sus hombres, y también York, descendieron en ellado opuesto de Marte. Nosotros hemos tenido la precaución de descender en este lado.- Excelente argumento. Como es posible que una tribu marciana hostil haya matado aYork y a Williams, nos ordenaron que descendiéramos en una región alejada, para evitarotro desastre. Estamos por lo tanto, o así parece, en un lugar que Williams y York noconocieron.- Maldita sea - dijo Hinkston -. Yo quiero ir al pueblo, capitán, con el permiso de usted.Es posible que en todos los planetas de nuestro sistema solar haya pautas similares deideas, diagramas de civilización. ¡Quizás estemos en el umbral del descubrimientopsicológico y metafísico más importante de nuestra época!- Yo quisiera esperar un rato - dijo el capitán John Black.- Es posible, señor, que estemos en presencia de un fenómeno que demuestra porprimera vez, y plenamente, la existencia de Dios, señor.- Muchos buenos creyentes no han necesitado esa prueba, señor Hinkston.- Yo soy uno de ellos, capitán. Pero es evidente que un pueblo como éste no puedeexistir sin intervención divina. ¡Esos detalles! No sé si reír o llorar.- No haga ni una cosa ni otra, por lo menos hasta saber con qué nos enfrentamos.- ¿Con qué nos enfrentamos? - dijo Lustig -. Con nada, capitán. Es un puebloagradable, verde y tranquilo, un poco anticuado como el pueblo donde nací. Me gusta elaspecto que tiene.- ¿Cuándo nació usted, Lustig?- En mil novecientos cincuenta.- ¿Y usted, Hinkston?
- En mil novecientos cincuenta y cinco. En Grinnell, Iowa. Y este pueblo se parece almío.- Hinkston, Lustig, yo podría ser el padre de cualquiera de ustedes. Tengo ochentaaños cumplidos. Nací en mil novecientos veinte, en Illinois, y con la ayuda de Dios y de laciencia, que en los últimos cincuenta años ha logrado rejuvenecer a los viejos, aquí estoy,en Marte, no más cansado que los demás, pero infinitamente más receloso. Este pueblo,quizá pacífico y acogedor, se parece tanto a Green Bluff, Illinois, que me espanta. Separece demasiado a Green Bluff. - Y volviéndose hacia el radiotelegrafista, añadió -:Comuníquese con la Tierra. Dígales que hemos llegado. Nada más. Dígales que mañanaenviaremos un informe completo.- Bien, capitán.El capitán acercó al ojo de buey una cara que tenía que haber sido la de unoctogenario, pero que parecía la de un hombre de unos cuarenta años.- Le diré lo que vamos a hacer, Lustig. Usted, Hinkston y yo daremos una vuelta por elpueblo. Los demás se quedan a bordo. Si Ocurre algo, se irán en seguida. Es mejorperder tres hombres que toda una nave. Si ocurre algo malo, nuestra tripulación puedeavisar al próximo cohete. Creo que será el del capitán Wilder, que saldrá en la próximaNavidad. Si en Marte hay algo hostil queremos que el próximo cohete venga bien armado.- También lo estamos nosotros. Disponemos de un verdadero arsenal.- Entonces, dígale a los hombres que se queden al pie del cañón. Vamos, Lustig,Hinkston.Los tres hombres salieron juntos por las rampas de la nave.Era un hermoso día de primavera. Un petirrojo posado en un manzano en flor cantabacontinuamente. Cuando el viento rozaba las ramas verdes, caía una lluvia de pétalos denieve, y el aroma de los capullos flotaba en el aire. En alguna parte del pueblo alguientocaba el piano, y la música iba y venía e iba, dulcemente, lánguidamente. La canción eraHermosa soñadora. En alguna otra parte, en un gramófono, chirriante y apagado, siseabaun disco de Vagando al anochecer, cantado por Harry Lauder.Los tres hombres estaban fuera del cohete. jadearon aspirando el aire enrarecido, yluego echaron a andar, lentamente, como para no fatigarse.Ahora el disco del gramófono cantaba:Oh, dame una noche de junio,la luz de la luna y tú.Lustig se echó a temblar. Samuel Hinkston hizo lo mismo.El cielo estaba sereno y tranquilo, y en alguna parte corría un arroyo, a la sombra de unbarranco con árboles. En alguna parte trotó un caballo, y traqueteó una carreta.- Señor - dijo Samuel Hinkston -, tiene que ser, no puede ser de otro modo, ¡los viajes aMarte empezaron antes de la Primera Guerra Mundial!- No.- ¿De qué otro modo puede usted explicar esas casas, el ciervo de hierro, los pianos, lamúsica? - Y Hinkston tomó persuasivamente de un codo al capitán y lo miró a los ojos -.Si usted admite que en mil novecientos cinco había gente que odiaba la guerra, y queuniéndose en secreto con algunos hombres de ciencia construyeron un cohete y vinierona Marte...- No, no, Hinkston.- ¿Por qué no? El mundo era muy distinto en mil novecientos cinco. Era fácil guardar unsecreto.- Pero algo tan complicado como un cohete no, no se puede ocultar.- Y vinieron a vivir aquí, y naturalmente, las casas que construyeron fueron similares alas casas de la Tierra, pues junto con ellos trajeron la civilización terrestre.
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