- ¿Y han vivido aquí todos estos años? - preguntó el capitán.- En paz y tranquilidad, sí. Quizás hicieron unos pocos viajes, bastantes como paratraer aquí a la gente de un pueblo pequeño, y luego no volvieron a viajar, pues no queríanque los descubrieran. Por eso este pueblo parece tan anticuado. No veo aquí nadaposterior a mil novecientos veintisiete, ¿no es cierto? - Es posible, también, que los viajesen cohete sean aún más antiguos de lo que pensamos. Quizá comenzaron hace siglos enalguna parte del mundo, y las pocas personas que vinieron a Marte y viajaron de vez encuando a la Tierra supieron guardar el secreto.- Tal como usted lo dice, parece razonable.- Lo es. Tenemos la prueba ante nosotros; sólo nos falta encontrar a alguien yverificarlo.La hierba verde y espesa apagaba el sonido de las botas. En el aire había un olor acésped recién cortado. A pesar de sí mismo, el capitán John Black se sintió inundado poruna gran paz. Durante los últimos treinta años no había estado nunca en un pueblopequeño, y el zumbido de las abejas primaverales lo acunaba y tranquilizaba, y el aspectofresco de las cosas era como un bálsamo para él.Los tres hombres entraron en el porche y fueron hacia la puerta de tela de alambre. Lospasos resonaron en las tablas del piso. En el interior de la casa se veía una araña decristal, una cortina de abalorios que colgaba a la entrada del vestíbulo, y en una pared,sobre un cómodo sillón Morris, un cuadro de Maxfield Parrish. La casa olía a desván, avieja, e infinitamente cómoda. Se alcanzaba a oír el tintineo de unos trozos de hielo enuna jarra de limonada. Hacía mucho calor, y en la cocina distante alguien preparaba unalmuerzo frío. Alguien tarareaba entre dientes, con una voz dulce y aguda.El capitán John Black hizo sonar la campanilla.Unas pisadas leves y rápidas se acercaron por el vestíbulo, y una señora de unoscuarenta años, de cara bondadosa, vestida a la moda que se podía esperar en 1909,asomó la cabeza y los miró.- ¿Puedo ayudarlos? - preguntó.- Disculpe - dijo el capitán, indeciso -, pero buscamos... es decir, deseábamos...La mujer lo miró con ojos oscuros y perplejos.- Si venden algo...- No, espere. ¿Qué pueblo es éste?La mujer lo miró de arriba abajo.- ¿Cómo qué pueblo es éste? ¿Cómo pueden estar en un pueblo y no saber cómo sellama?El capitán tenía el aspecto de querer ir a sentarse debajo de un árbol, a la sombra.- Somos forasteros. Queremos saber cómo llegó este pueblo aquí y cómo usted llegóaquí.- ¿Son ustedes del censo?- No.- Todo el mundo sabe - dijo la mujer - que este pueblo fue construido en milochocientos sesenta y ocho. ¿Se trata de un juego?.- No, no es un juego - exclamó el capitán -. Venimos de la Tierra.- ¿Quiere decir de debajo de la tierra?- No. Venimos del tercer planeta, la Tierra, en una nave. Y hemos descendido aquí, enel cuarto planeta, Marte...- Esto - explicó la mujer como si le hablara a un niño - es Green Bluff, Illinois, en elcontinente americano, entre el océano Pacífico y el océano Atlántico, en un lugar llamadoel mundo y a veces la Tierra. Ahora, váyanse. Adiós.La mujer trotó vestíbulo abajo, pasando los dedos por entre las cortinas de abalorios.Los tres hombres se miraron.- Propongo que rompamos la puerta de alambre - dijo Lustig.
- No podemos hacerlo. Es propiedad privada. ¡Dios santo!Fueron a sentarse en el escalón del porche.- Se le ha ocurrido pensar, Hinkston, que quizá nos salimos de la trayectoria, de algunamanera, y por accidente descendimos en la Tierra?- ¿Y cómo lo hicimos?- No lo sé, no lo sé. Déjeme pensar, por Dios.- Comprobamos cada kilómetro de la trayectoria - dijo Hinkston -. Nuestros cronómetrosdijeron tantos kilómetros. Dejamos atrás la Luna y salimos al espacio, y aquí estamos.Estoy seguro de que estamos en Marte.- ¿Y si por accidente nos hubiésemos perdido en las dimensiones del espacio y eltiempo, y hubiéramos aterrizado en una Tierra de hace treinta o cuarenta años?- ¡Oh, por favor, Lustig!Lustig se acercó a la puerta, hizo sonar la campanilla y gritó a las habitaciones frescasy oscuras:- ¿En qué año estamos?- En mil novecientos veintiséis, por supuesto - contestó la mujer, sentada en unamecedora, tomando un sorbo de limonada.Lustig se volvió muy excitado.- ¿Lo oyeron? Mil novecientos veintiséis. ¡Hemos retrocedido en el tiempo! ¡Estamosen la Tierra!Lustig se sentó, y los tres hombres se abandonaron al asombro y al terror,acariciándose de vez en cuando las rodillas.- Nunca esperé nada semejante - dijo el capitán -. Confieso que tengo un susto detodos los diablos. ¿Cómo puede ocurrir un cosa así? ojalá hubiéramos traído a Einsteincon nosotros.- ¿Nos creerá alguien en este pueblo? - preguntó Hinkston - ¿Estaremos jugando conalgo peligroso? Me refiero al tiempo. ¿No tendríamos que elevarnos simplemente y volvera la Tierra?- No. No hasta probar en otra casa.Pasaron por delante de tres casas hasta un pequeño cottage blanco, debajo de unroble.- Me gusta ser lógico Y quisiera atenerme a la lógica - dijo el capitán -. Y no creo quehayamos puesto el dedo en la llaga. Admitamos, Hinkston, como usted sugirió antes, quese viaje en cohete desde hace muchos años. Y que los terrestres, después de vivir aquíalgunos años, comenzaron a sentir nostalgias de la Tierra. Primero una leve neurosis,después una psicosis, y por fin la amenaza de la locura. ¿Qué haría usted, comopsiquiatra, frente a un problema de esas dimensiones?Hinkston reflexionó.- Bueno, pienso que reordenaría la civilización de Marte, de modo que se pareciera,cada día más, a la de la Tierra. Si fuese posible reproducir las plantas, las carreteras, loslagos, y aun los océanos, los reproduciría. Luego, mediante una vasta hipnosis colectiva,convencería a todos en un pueblo de este tamaño que esto era realmente la Tierra, y noMarte.- Bien pensado, Hinkston. Creo que estamos en la pista correcta. La mujer de aquellacasa piensa que vive en la Tierra. Ese pensamiento protege su cordura. Ella y los demásde este pueblo son los sujetos del mayor experimento en migración e hipnosis quehayamos podido encontrar.- ¡Eso es! - exclamó Lustig.- Tiene razón - dijo Hinkston.El capitán suspiró.- Bien. Hemos llegado a alguna parte. Me siento mejor. Todo es un poco más lógico.Ese asunto de las dimensiones, de ir hacia atrás y hacia delante viajando por el tiempo,
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