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Bradbury, Ray - Cronicas Marcianas

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- No sé. No tengo apetito.- ¿Por qué?- No sé. No sé por qué.El viento se levantó en las alturas. El sol se puso, y la habitación pareció de pronto másfría y pequeña.- Quisiera recordar - dijo Ylla rompiendo el silencio y mirando a lo lejos, más allá de lafigura de su marido, frío, erguido, de mirada amarilla.- ¿Qué quisieras recordar? - preguntó el señor K bebiendo un poco de vino.- Aquella canción - respondió Ylla -, aquella dulce y hermosa canción. Cerró los ojos ytarareó algo, pero no la canción. - La he olvidado y no se por qué. No quisiera olvidarla.Quisiera recordarla siempre.Movió las manos, como si el ritmo pudiera ayudarle a recordar la canción. Luego serecostó en su silla.- No puedo acordarme - dijo, y se echó a llorar.- ¿Por qué lloras? - le preguntó su marido.- No sé, no sé, no puedo contenerme. Estoy triste y no sé por qué. Lloro y no sé porqué.Lloraba con el rostro entre las manos; los hombros sacudidos por los sollozos.- Mañana te sentirás mejor - le dijo su marido.Ylla no lo miró. Miró únicamente el desierto vacío y las brillantísimas estrellas queaparecían ahora en el cielo negro, y a lo lejos se oyó el ruido creciente del viento y de lasaguas frías que se agitaban en los largos canales. Cerró los ojos, estremeciéndose.- Sí - dijo -, mañana me sentiré mejor.NOCHE DE VERANOLa gente se agrupaba en las galerías de piedra o se movía entre las sombras, por lascolinas azules. Las lejanas estrellas y las mellizas y luminosas lunas de Martederramaban una pálida luz de atardecer. Más allá del anfiteatro de mármol, en laoscuridad y la lejanía, se levantaban las aldeas y las quintas. El agua plateada yacíainmóvil en los charcos, y los canales relucían de horizonte a horizonte. Era una noche deverano en el templado y apacible planeta Marte. Las embarcaciones, delicadas comoflores de bronce, se entrecruzaban en los canales de vino verde, y en las largas,interminables viviendas que se curvaban como serpientes tranquilas entre las lomas,murmuraban perezosamente los amantes, tendidos en los frescos lechos de la noche.Algunos niños corrían aún por las avenidas, a la luz de las antorchas, y con las arañas deoro que llevaban en la mano lanzaban al aire finos hilos de seda. Aquí Y allá, en lasmesas donde burbujeaba la lava de plata, se preparaba alguna cena tardía. En uncentenar de pueblos del hemisferio oscuro del planeta, los marcianos, seres morenos, deojos rasgados y amarillos, se congregaban indolentemente en los anfiteatros. Desde losescenarios una música serena se elevaba en el aire tranquilo, como el aroma de una flor.En uno de los escenarios cantó una mujer.El público se sobresaltó.La mujer dejó de cantar. Se llevó una mano a la garganta. Inclinó la cabeza mirando alos músicos, y comenzaron otra vez.Los músicos tocaron y la mujer cantó, y esta vez el público suspiró y se inclinó haciadelante en los asientos; unos pocos se pusieron de pie, sorprendidos, y una ráfaga heladaatravesó el anfiteatro. La mujer cantaba una canción terrible y extraña. Trataba de impedirque las palabras le brotaran de la boca pero éstas eran las palabras:

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