- ¿Que nadie vino de dónde? Bueno, no importa - dijo la mujer alzando una mano -. Enseguida vuelvo.El ruido de sus pasos tembló ligeramente en la casa de piedra.Afuera, brillaba el inmenso cielo azul de Marte, caluroso y tranquilo como las aguascálidas y profundas de un océano. El desierto marciano se tostaba como una prehistóricavasija de barro. El calor crecía en temblorosas oleadas. Un cohete pequeño yacía en lacima de una colina próxima y las huellas de unas pisadas unían la puerta del cohete conla casa de piedra.De pronto se oyeron unas voces que discutían en el piso superior de la casa. Loshombres se miraron, se movieron inquietos, apoyándose ya en un pie, ya en otro, y conlos pulgares en el cinturón tamborilearon nerviosamente sobre el cuero.Arriba gritaba un hombre. Una voz de mujer le replicaba en el mismo tono. Pasó uncuarto de hora. Los hombres se pasearon de un lado a otro, sin saber qué hacer.- ¿Alguien tiene cigarrillos? - preguntó uno.Otro sacó un paquete y todos encendieron un cigarrillo y exhalaron lentas cintas depálido humo blanco. Los hombres se tironearon los faldones de las chaquetas; searreglaron los cuellos.El murmullo y el canto de las voces continuaban. El capitán consultó su reloj.- Veinticinco minutos - dijo -. Me pregunto qué estarán tramando ahí arriba. - Se paróante una ventana y miró hacia afuera.- Qué día sofocante - dijo un hombre.- Sí - dijo otro.Era el tiempo lento y caluroso de las primeras horas de la tarde. El murmullo de lasvoces se apagó. En la silenciosa habitación sólo se oía la respiración de los hombres.Pasó una hora.- Espero que no hayamos provocado un incidente - dijo el capitán. Se volvió y espió elinterior del vestíbulo.Allí estaba la señora Ttt, regando las plantas que crecían en el centro de la habitación.- Ya me parecía que había olvidado algo - dijo la mujer avanzando hacia el capitán -. Losiento - añadió, y le entregó un trozo de papel -. El señor Ttt está muy ocupado. - Sevolvió hacia la cocina. - Por otra parte, no es el señor Ttt a quien usted desea ver, sino alseñor Aaa. Lleve este papel a la granja próxima, al lado del canal azul, y el señor Aaa lesdirá lo que ustedes quieren saber.- No queremos saber nada - objetó el capitán frunciendo los gruesos labios -. Ya losabemos.- Tienen el papel, ¿qué más quieren? - dijo la mujer con brusquedad, decidida a noañadir una palabra.- Bueno - dijo el capitán sin moverse, como esperando algo. Parecía un niño, con losojos clavados en un desnudo árbol de Navidad -. Bueno - repitió -. Vamos, muchachos.Los cuatro hombres salieron al silencio y al calor de la tarde.Una media hora después, sentado en su biblioteca, el señor Aaa bebía unos sorbos defuego eléctrico de una copa de metal, cuando oyó unas voces que venían por el caminode piedra. Se inclinó sobre el alféizar de la ventana y vio a cuatro hombres uniformadosque lo miraban entornando los ojos.- ¿El señor Aaa? - le preguntaron.- El mismo.- ¡Nos envía el señor Ttt! - gritó el capitán.- ¿Y por qué ha hecho eso?- ¡Estaba ocupado!- ¡Qué lástima! - dijo el señor Aaa, con tono sarcástico -. ¿Creerá que estoy aquí paraatender a las gentes que lo molestan?- No es eso lo importante, señor - replicó el capitán.
- Para mí, sí. Tengo mucho que leer. El señor Ttt es un desconsiderado. No es laprimera vez que se comporta de este modo. No mueva usted las manos, señor. Espere aque termine. Y preste atención. La gente suele escucharme cuando hablo. Y usted meescuchará cortésmente o no diré una palabra.Los cuatro hombres de la calle abrieron la boca, se movieron incómodos, y por unmomento las lágrimas asomaron a los ojos del capitán.- ¿Le parece a usted bien - sermoneó el señor Aaa - que el señor Ttt haga estascosas?Los cuatro hombres alzaron los ojos en el calor.- ¡Venimos de la Tierra! - dijo el capitán.- A mí me parece que es un mal educado - continuó el señor Aaa.- En un cohete. Venimos en un cohete.- No es la primera vez que Ttt comete estas torpezas.- Directamente desde la Tierra.- Me gustaría llamarlo y decirle lo que pienso.- Nosotros cuatro, yo y estos tres hombres, mi tripulación.- ¡Lo llamaré, sí, voy a llamarlo!- Tierra. Cohete. Hombres. Viaje. Espacio.- ¡Lo llamaré y tendrá que oírme! - gritó el señor Aaa, y desapareció como un títere deun escenario.Durante unos instantes se oyeron unas voces coléricas que iban y venían por algúnextraño aparato. Abajo, el capitán y su tripulación miraban tristemente por encima delhombro el hermoso cohete que yacía en la colina, tan atractivo y delicado y brillante.El señor Aaa reapareció de pronto en la ventana, con un salvaje aire de triunfo.- ¡Lo he retado a duelo, por todos los dioses! ¡A duelo!- Señor Aaa... - comenzó otra vez el capitán con voz suave.- ¡Lo voy a matar! ¿Me oye?- Señor Aaa, quisiera decirle que hemos viajado noventa millones de kilómetros.El señor Aaa miró al capitán por primera vez.- ¿De dónde dice que vienen?El capitán emitió una blanca sonrisa.- Al fin nos entendemos - les murmuró en un aparte a sus hombres, y le dijo al señorAaa -: Recorrimos noventa millones de kilómetros. ¡Desde la Tierra!El señor Aaa bostezó.- En esta época del año la distancia es sólo de setenta y cinco millones de kilómetros. -Blandió un arma de aspecto terrible. - Bueno, tengo que irme. Lleven esa estúpida nota,aunque no sé de qué les servirá, a la aldea de Iopr, sobre la colina y hablen con el señorIii. Ése es el hombre a quien quieren ver. No al señor Ttt. Ttt es un idiota, y voy a matarlo.Ustedes, además, no son de mi especialidad.- Especialidad, especialidad - baló el capitán -. ¿Pero es necesario ser un especialistapara dar la bienvenida a hombres de la Tierra?- No sea tonto, todo el mundo lo sabe.El señor Aaa desapareció. Apareció unos instantes después en la puerta y se alejóvelozmente calle abajo.- ¡Adiós! - gritó.Los cuatro viajeros no se movieron, desconcertados. Finalmente dijo el capitán:- Ya encontraremos quien nos escuche.- Quizá debiéramos irnos y volver - sugirió un hombre con voz melancólica -. Quizádebiéramos elevarnos y descender de nuevo. Darles tiempo de organizar una fiesta.- Puede ser una buena idea - murmuró fatigado el capitán.
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