me revuelve el, estómago. Pero de esta manera... - El capitán sonrió -: Bien, bien, pareceque seremos bastante populares aquí.- ¿Cree usted? - dijo Lustig -. Al fin y al cabo, esta gente vino para huir de la Tierra,como los Peregrinos. Quizá vernos no los haga demasiado felices. Quizás intentenecharnos o matamos.- Tenemos mejores armas. Ahora a la casa siguiente. ¡Andando!Apenas habían cruzado el césped de la acera, cuando Lustig se detuvo y miró a lolargo de la calle que atravesaba el pueblo en la soñadora paz de la tarde.- Señor - dijo.- ¿Qué pasa, Lustig?- Capitán, capitán, lo que veo...Lustig se echó a llorar. Alzó unos dedos que se le retorcían y temblaban, y en su carahubo asombro, incredulidad y dicha. Parecía como si en cualquier momento fuese aenloquecer de alegría. Miró calle abajo y empezó a correr, tropezando torpemente,cayéndose y levantándose, y corriendo otra vez.- ¡Miren! ¡Miren!- ¡No dejen que se vaya! - El capitán echó también a correr.Lustig se alejaba rápidamente, gritando. Cruzó uno de los jardines que bordeaban lacalle sombreada y entró de un salto en el porche de una gran casa verde con un gallo dehierro en el tejado.Gritaba y lloraba golpeando la puerta cuando Hinkston y el capitán llegaron corriendodetrás de él. Todos jadeaban y resoplaban, extenuados por la carrera y el aire enrarecido.- ¡Abuelo! ¡Abuela! - gritaba Lustig.Dos ancianos, un hombre y una mujer, estaban de pie en el porche.- ¡David! - exclamaron con voz aflautada y se apresuraron a abrazarlo y a palmearle laespalda, moviéndose alrededor -. ¡Oh, David, David, han pasado tantos años! ¡Cuántohas crecido, muchacho! Oh, David, muchacho, ¿cómo te encuentras?- ¡Abuelo! ¡Abuela! - sollozaba David Lustig -. ¡Qué buena cara tenéis!Retrocedió, los hizo girar, los besó, los abrazó, lloró sobre ellos Y volvió a retrocedermirándolos con ojos parpadeantes. El sol brillaba en el cielo, el viento soplaba, el céspedera verde, las puertas de tela de alambre estaban abiertas de par en par.- Entra, muchacho, entra. Hay té helado, mucho té.- Estoy con unos amigos. - Lustig se dio vuelta e hizo señas al capitán, excitado,riéndose -. Capitán, suban.- ¿Cómo están ustedes? - dijeron los viejos -. Pasen. Los amigos de David son tambiénnuestros amigos. ¡No se queden ahí!La sala de la vieja casa era muy fresca, y se oía el sonoro tictac de un reloj de abuelo,alto y largo, de molduras de bronce. Había almohadones blandos sobre largos divanes yparedes cubiertas de libros y una gruesa alfombra de arabescos rosados, y las manossudorosas sostenían los vasos de té, helado y fresco en las bocas sedientas.- Salud. - La abuela se llevó el vaso a los dientes de porcelana.- ¿Desde cuándo estáis aquí, abuela? - preguntó Lustig.- Desde que nos morimos - replicó la mujer.El capitán John Black puso el vaso en la mesa.- ¿Desde cuándo?- Ah, sí. - Lustig asintió -. Murieron hace treinta años.- ¡Y usted ahí tan tranquilo! - gritó el capitán.- Silencio. - La vieja guiñó un ojo brillante -. ¿Quién es usted para discutir lo que pasa?Aquí estamos. ¿Qué es la vida, de todos modos? ¿Quién decide por qué, para qué odónde? Sólo sabemos que estamos aquí, vivos otra vez, y no hacemos preguntas. Una,segunda oportunidad. - Se inclinó y mostró una muñeca delgada -. Toque. - El capitán
tocó -. Sólida, ¿eh? - El capitán asintió -. Bueno, entonces - concluyó con aire de triunfo -,¿para qué hacer preguntas?- Bueno - replicó el capitán -, nunca imaginamos que encontraríamos una cosa comoésta en Marte.- Pues la han encontrado. Me atrevería a decirle que hay muchas cosas en todos losplanetas que le revelarían los infinitos designios de Dios.- ¿Esto es el cielo? - preguntó Hinkston.- Tonterías, no. Es un mundo y tenemos aquí una segunda oportunidad. Nadie nos dijopor qué. Pero tampoco nadie nos dijo por qué estábamos en la Tierra. Me refiero a la otraTierra, esa de donde vienen ustedes. ¿Cómo sabemos que no había todavía otra ademásde ésa?- Buena pregunta - dijo el capitán.Lustig no dejaba de sonreír mirando a sus abuelos.- Qué alegría veros, qué alegría.El capitán se incorporó y se palmeó una pierna con aire de descuido.- Tenemos que irnos. Muchas gracias por las bebidas.- Volverán, por supuesto - dijeron los viejos -. Vengan esta noche a cenar.- Trataremos de venir, gracias. Hay mucho que hacer. Mis hombres me esperan en elcohete y..Se interrumpió. Se volvió hacia la puerta, sobresaltado.Muy lejos a la luz del sol había un sonido de voces y grandes gritos de bienvenida.- ¿Qué pasa? - preguntó Hinkston.- Pronto lo sabremos.El capitán John Black cruzó abruptamente la puerta, corrió por la hierba verde y salió ala calle del pueblo marciano.Se detuvo mirando el cohete. Las portezuelas estaban abiertas y la tripulación salía ysaludaba, y se mezclaba con la muchedumbre que se había reunido, hablando, riendo,estrechando manos. La gente bailaba alrededor. La gente se arremolinaba. El coheteyacía vacío y abandonado.Una banda de música rompió a tocar a la luz del sol, lanzando una alegre melodíadesde tubas y trompetas que apuntaban al cielo. Hubo un redoble de tambores y unchillido de gaitas. Niñas de cabellos de oro saltaban sobre la hierba. Niños gritaban:«¡Hurra!». Hombres gordos repartían cigarros. El alcalde del pueblo pronunció undiscurso. Luego, los miembros de la tripulación, dando un brazo a una madre, y el otro aun padre o una hermana, se fueron muy animados calle abajo y entraron en casaspequeñas y en grandes mansiones.Las puertas se cerraron de golpe.El calor creció en el claro cielo de primavera, y todo quedó en silencio. La banda demúsica desapareció detrás de una esquina, alejándose del cohete, que brillaba ycentelleaba a la luz del sol.- ¡Deténganse! - gritó el capitán Black. - ¡Lo han abandonado! - dijo el capitán -. ¡Hanabandonado la nave! ¡Les arrancaría la piel! ¡Tenían órdenes precisas!- Capitán, no sea duro con ellos - dijo Lustig -. Se han encontrado con parientes yamigos.- ¡No es una excusa!- Piense en lo que habrán sentido con todas esas caras familiares alrededor de la nave- dijo Lustig.- Tenían órdenes, maldita sea.- ¿Qué hubiera sentido usted, capitán?- Hubiera cumplido las órdenes... - comenzó a decir el capitán, y se quedó boquiabierto.Por la acera, bajo el sol de Marte, venía caminando un joven de unos veintiséis años,alto, sonriente, de ojos asombrosamente claros y azules.
- Page 1 and 2: CRONICASMARCIANASRay Bradbury
- Page 3: A mi mujer Marguerite con todo cari
- Page 8 and 9: La señora K tarareó otra vez aque
- Page 10 and 11: - Nunca te vi así - dijo Ylla, sor
- Page 12 and 13: Así era ahora. Amenazaba, pero el
- Page 14 and 15: Avanza envuelta en belleza, como la
- Page 16 and 17: - ¿Que nadie vino de dónde? Bueno
- Page 18 and 19: En la aldea la gente salía de las
- Page 20 and 21: Inmediatamente hubo una explosión
- Page 22 and 23: Las llamas azules brotaban alrededo
- Page 24 and 25: Quedaron tendidos en la arena, inta
- Page 26 and 27: El capitán John Black lo miró ine
- Page 28 and 29: - ¿Y han vivido aquí todos estos
- Page 32 and 33: - ¡John! - gritó el joven, y trot
- Page 34 and 35: Una pausa.- Buenas noches, John.El
- Page 36 and 37: muchos de ellos esperaban quizá qu
- Page 38 and 39: - ¿Y aquella vez, en Nueva York, c
- Page 40 and 41: Admitieron resignados la muerte de
- Page 42 and 43: Spender lo miró durante un momento
- Page 44 and 45: Se levantó, y con movimientos prec
- Page 46 and 47: El capitán estudió su cigarrillo.
- Page 48 and 49: no había respuestas. Pero cuando l
- Page 50 and 51: sudor bajo los brazos. El capitán
- Page 52 and 53: LA MAÑANA VERDECuando el sol se pu
- Page 54 and 55: El fuego tembló sobre las cenizas
- Page 56 and 57: hubiera agrandado. ¡Dios! ¡No hay
- Page 58 and 59: - ¡No! ¡Tú!- ¡Un espectro!- ¡U
- Page 60 and 61: - Sí. ¿Tienes miedo?- ¿Quién de
- Page 62 and 63: Allí, en la ciudad muerta, un mont
- Page 64 and 65: - Nuestros hijos no serán american
- Page 66 and 67: Las dos mujeres pasaron como agujas
- Page 68 and 69: - ¿Te enteraste?- ¿De qué?- ¡Lo
- Page 70 and 71: El río pasaba lentamente en el som
- Page 72 and 73: - ¡Pum! - La voz de Teece clamaba
- Page 74 and 75: El muchacho se echó a llorar, con
- Page 76 and 77: - No querían quemar nada - dijo Te
- Page 78 and 79: - Gracias. He tenido que trabajar a
- Page 80 and 81:
- Cuatro millones. Pero en mi juven
- Page 82 and 83:
¡Pobre, imposible y derrotado Pike
- Page 84 and 85:
Pikes asintió.- Ha mandado a un ro
- Page 86 and 87:
- ¿Le gustaría ver lo que hemos p
- Page 88 and 89:
que en noviembre iban en autobús a
- Page 90 and 91:
La madre salió del dormitorio reco
- Page 92 and 93:
- Quiero volver a casa - dijo Tom.-
- Page 94 and 95:
madre sabe lo que soy; lo ha adivin
- Page 96 and 97:
Le retorcieron las manos y lo arras
- Page 98 and 99:
muerta y las minas. Los camiones de
- Page 100 and 101:
- Sube. Sé manejarlo.Sam la empuj
- Page 102 and 103:
- Fue todo un error - alegó Sam ir
- Page 104 and 105:
Mándame tus hambrientos, vieja Tie
- Page 106 and 107:
añeras olvidadas, corría por habi
- Page 108 and 109:
independiente. ¿He telefoneado yo
- Page 110 and 111:
- ¡Eh! - dijo con una risa inquiet
- Page 112 and 113:
Cerró los ojos. La voz de Geneviev
- Page 114 and 115:
de retraso. Todos se habían ido Am
- Page 116 and 117:
Se dieron la mano entre risas y muc
- Page 118 and 119:
Wilder echó una ojeada a las manos
- Page 120 and 121:
Afuera, el garaje tocó unas campan
- Page 122 and 123:
y nadie sabrá nada de la guerra,a
- Page 124 and 125:
pensó en sus hermanos menores y no
- Page 126 and 127:
gritos de miedo y sorprendida alegr
- Page 128 and 129:
- ¿Dónde conseguiste el cohete? -