Quedaron tendidos en la arena, intactos, inmóviles. El señor Xxx los tocó con la puntadel pie y luego golpeó la coraza del cohete.- ¡Persiste! ¡Persisten! - exclamó y disparó de nuevo su arma, varias veces, contra loscadáveres. Dio un paso atrás. La máscara sonriente se le cayó de la cara.- Alucinaciones - murmuró aturdidamente -. Gusto. Vista. Olor. Tacto. Sonido.El rostro del menudo psiquiatra cambió lentamente. Se le aflojaron las mandíbulas.Soltó el arma. Miró alrededor con ojos apagados y ausentes. Extendió las manos como unciego, y palpó los cadáveres, sintiendo que la saliva le llenaba la boca.Movió, débilmente las manos, desorbitado, babeando.- ¡Váyanse! - les gritó a los cadáveres -. ¡Váyase! - le gritó al cohete.Se examinó las manos temblorosas.- Contaminado - susurró -. Víctima de una transferencia. Telepatía. Hipnosis. Ahora soyyo el loco. Contaminado. Alucinaciones en todas sus formas. - Se detuvo y con manosentumecidas buscó a su alrededor el arma. - Hay sólo una cura, sólo una manera de quese vayan, de que desaparezcan.Se oyó un disparo.Los cuatro cadáveres yacían al sol; el señor Xxx cayó junto a ellosEl cohete, reclinado en la colina soleada, no desapareció.Cuando en el ocaso del día la gente del pueblo encontró el cohete, se preguntó quésería aquello. Nadie lo sabía; por lo tanto fue vendido a un chatarrero, que se lo llevó paradesmontarlo y venderlo como hierro viejo.Aquella noche llovió continuamente. El día siguiente fue bueno y caluroso.EL CONTRIBUYENTEQuería ir a Marte en el cohete. Bajó a la pista en las primeras horas de la mañana y através de los alambres les dijo a gritos a los hombres uniformados que quería ir a Marte.Les dijo que pagaba impuestos, que se llamaba Pritchard y que tenía el derecho de ir aMarte. ¿No había nacido allí mismo en Ohio? ¿No era un buen ciudadano? Entonces,¿por qué no podía ir a Marte? Los amenazó con los puños y les dijo que quería irse de laTierra; todas las gentes con sentido común querían irse de la Tierra. Antes que pasarandos años iba a estallar una gran guerra atómica, y él no quería estar en la Tierra en eseentonces. Él y otros miles como él, todos los que tuvieran un poco de sentido común, seirían a Marte. Ya lo iban a ver. Escaparían de las guerras, la censura, el estatismo, elservicio militar, el control gubernamental de esto o aquello, del arte y de la ciencia. ¡Quese quedaran otros! Les ofrecía la mano derecha, el corazón, la cabeza, por la oportunidadde ir a Marte. ¿Qué había que hacer, qué había que firmar, a quién había que conocerpara embarcar en un cohete?Los hombres de uniforme se rieron de él a través de los alambres. No quería ir a Marte,le dijeron. ¿No sabía que las dos primeras expediciones habían fracasado y queprobablemente todos sus hombres habían muerto?No podían demostrarlo, no podían estar seguros, dijo Pritchard, agarrándose a losalambres. Era posible que allá arriba hubiera un país de leche y miel, y que el capitánYork y el capitán Williams no hubieran querido regresar. ¿Le abrirían el portón paradejarlo subir al Tercer Cohete Expedicionario, o lo rompería él mismo a puntapiés?Le dijeron que se callara.Vio a los hombres que iban hacia el cohete.- ¡Espérenme! - les gritó -. ¡No me dejen en este mundo terrible! ¡Quiero irme! ¡Va ahaber una guerra atómica! ¡No me dejen en la Tierra!
Lo sacaron de allí a rastras. Cerraron de un golpe la portezuela del coche policial y selo llevaron al alba con la cara pegada a la ventanilla trasera. Poco antes que la sirena delautomóvil comenzara a sonar, al acercarse una curva, vio el fuego rojo, y oyó el ruidoterrible y sintió la trepidación con que el cohete plateado se elevó abandonándolo en unaordinaria mañana de lunes en el ordinario planeta Tierra.LA TERCERA EXPEDICIÓNLa nave vino del espacio. Vino de las estrellas, y las velocidades negras, y losmovimientos brillantes, y los silenciosos abismos del espacio. Era una nave nueva, confuego en las entrañas y hombres en las celdas de metal, y se movía en un silencio limpio,vehemente y cálido. Llevaba diecisiete hombres, incluyendo un capitán. En la pista deOhio la muchedumbre había gritado agitando las manos a la luz del sol, y el cohete habíaflorecido en ardientes capullos de color y había escapado alejándose en el espacio ¡en eltercer viaje a Marte!Ahora estaba desacelerando con una eficiencia metálica en las atmósferas superioresde Marte. Era todavía hermoso y fuerte. Había avanzado como un pálido leviatán marinopor las aguas de medianoche del espacio; había dejado atrás la luna antigua y se habíaprecipitado al interior de una nada que seguía a otra nada. Los hombres de la tripulaciónse habían golpeado, enfermado y curado, alternadamente. Uno había muerto, pero losdieciséis sobrevivientes, con los ojos claros y las caras apretadas contra las ventanas degruesos vidrios, observaban ahora cómo Marte oscilaba subiendo debajo de ellos.- ¡Marte! - exclamó el navegante Lustig.- ¡El viejo y simpático Marte! - dijo Samuel Hinkston, arqueólogo.- Bien - dijo el capitán John Black.El cohete se posó en un prado verde. Afuera, en el prado, había un ciervo de hierro.Más allá, se alzaba una alta casa victoriana, silenciosa a la luz del sol, toda cubierta devolutas y molduras rococó, con ventanas de vidrios coloreados: azules y rosas y verdes yamarillos. En el porche crecían unos geranios, y una vieja hamaca colgaba del techo y sebalanceaba, hacia atrás, hacia delante, hacia atrás, hacia delante, mecida por la brisa. Lacasa estaba coronada por una cúpula, con ventanas de vidrios rectangulares y un techode caperuza. Por la ventana se podía ver una pieza de música titulada Hermoso Ohio, enun atril.Alrededor del cohete y en las cuatro direcciones se extendía el pueblo, verde ytranquilo bajo el cielo primaveral de Marte. Había casas blancas y de ladrillos rojos, yálamos altos que se movían en el viento, y arces y castaños, todos altos. En elcampanario de la iglesia dormían unas campanas doradas.Los hombres del cohete miraron fuera y vieron todo esto. Luego se miraron unos aotros y miraron otra vez fuera, pálidos, tomándose de los codos, como si no pudieranrespirar.- Demonios - dijo Lustig en voz baja, frotándose torpemente los ojos -. Demonios.- No puede ser - dijo Samuel Hinkston.Se oyó la voz del químico.- Atmósfera enrarecida, señor, pero segura. Hay suficiente oxígeno.- Entonces saldremos - dijo Lustig.- Esperen - replicó el capitán John Black -. ¿Qué es esto en realidad?- Es un pueblo, con aire enrarecido, pero respirable, señor.- Y es un pueblo idéntico a los pueblos de la Tierra - dijo Hinkston el arqueólogo -.Increíble. No puede ser, pero es.
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