no había respuestas. Pero cuando la civilización se tranquiliza y calla, y la guerra termina,la pregunta se convierte en insensata de un modo nuevo. La vida es buena entonces, ylas discusiones son inútiles.- Me parece que los marcianos eran bastante ingenuos.- Sólo cuando les convenía. Renunciaron a empeñarse en destruirlo todo, humillarlotodo. Combinaron religión, arte y ciencia, pues en verdad la ciencia no es más que lainvestigación de un milagro inexplicable, y el arte, la interpretación de ese milagro. Nopermitieron que la ciencia aplastara la belleza. Se trata simplemente de una cuestión degrados. Un hombre de la Tierra piensa: «En ese cuadro no hay realmente color. Un físicopuede probar que el color es sólo una forma de la materia, un reflejo de la luz, no larealidad misma». Un marciano, mucho más inteligente, diría: «Este cuadro es hermoso.Nació de la mano y la mente de un hombre inspirado. El tema y los colores vienen de lavida. Es una cosa buena».Hubo una pausa. Sentado al sol de las primeras horas de la tarde, el capitán mirabacon curiosidad el pueblo fresco y silencioso.- Me gustaría vivir aquí - dijo.- Puede hacerlo, si quiere.- ¿Me está invitando?- ¿Acaso alguno de sus hombres comprendería verdaderamente todo esto? Soncínicos profesionales, y para ellos es demasiado tarde. ¿Por qué quiere volver junto aellos? ¿Para vivir con el rebaño? ¿Para comprarse un giróscopo, como cualquiera de susvecinos? ¿Para oír música con una libreta de notas y no con las entrañas? Ahí abajo, enuno de los patios, hay un cilindro de música marciana de cincuenta mil años deantigüedad. Todavía se oye. Es una música incomparable. Usted podría escucharla. Haytambién libros. Yo ya los leo. Podría usted descansar y leerlos.- Parece maravilloso, Spender.- Pero usted no va a quedarse.- No. Gracias, sin embargo.- Y seguramente no me dejarán tranquilo. Tendré que matarlos a todos.- Es usted optimista.- He encontrado un motivo para luchar y vivir. Eso me hace más peligroso. Heencontrado algo que es para mí como una religión. Como aprender a respirar otra vez.Sentir en la piel la caricia del sol, dejar que el sol trabaje en uno, escuchar música, leer unlibro. ¿Qué me ofrece en cambio la civilización de usted?El capitán cambió de postura. Meneó la cabeza.- Lamento mucho todo esto, lo lamento de veras.- También yo. Creo que será mejor que lo lleve de vuelta y que empiece a preparar elataque.- Sí.- Capitán, yo no voy a matarlo. Cuando todo haya terminado, usted seguirá con vida.- ¿Cómo?- Desde un principio decidí no tocarlo.- Pero...- Lo voy a librar de los demás. Cuando hayan muerto, quizá cambie usted de opinión.- No - dijo el capitán -. Llevo en mis venas demasiada sangre terrestre. No dejaré deperseguirlo.- Aun cuando pueda quedarse aquí.- Es curioso, pero sí, aun así. No sé por qué, no me lo he preguntado. Bueno, nosseparamos aquí. - Habían vuelto al sitio en donde se habían encontrado -. ¿Quiere ustedacompañarme sin resistirse, Spender? Es mi última oferta.- No, gracias. - Spender extendió una mano -. Espere un momento. Si usted gana,hágame un favor. Trate de postergar la destrucción de este planeta, al menos durante
cincuenta años. Hasta que los arqueólogos hayan tenido una buena oportunidad. ¿Lohará usted?- Se lo prometo.- Y por último, si le sirve de algo, recuérdeme como un neurótico que enloqueció un díade verano y que nunca recobró la razón Así será más fácil para usted.- Así lo haré. Adiós, Spender. Buena suerte.- Es usted un hombre raro - comentó Spender, mientras el capitán bajaba por elsendero, azotado por el viento caluroso.El capitán se reunió con sus hombres cubiertos de polvo. Miró el sol con los ojosentornados, respirando con dificultad.- ¿Hay algo para beber? - preguntó. Alguien le puso en las manos una botella fresca -.Gracias. - Bebió y se enjugó los labios -. Bueno - prosiguió -. Anden con cuidado.Disponemos de un tiempo ilimitado y no quiero perder más hombres. Hay que matarlo. Noquiso bajar. Si es posible, mátenlo de un solo tiro. No lo hagan pedazos. Terminen pronto.- Voy a meterle una bala en el maldito cerebro - dijo Sam Parkhill.- No, tiren al pecho - dijo el capitán. Recordó el rostro fuerte y resuelto de Spender.- El cochino cerebro... - continuó Parkhill.El capitán le alargó la botella con un movimiento brusco.- Ya oyó lo que dije. Tiren al pecho.Parkhill murmuró algo entre dientes.- Vamos - dijo el capitán.Volvieron a desplegarse, lentamente al principio, luego de prisa por las cálidas laderas.De pronto se encontraban en frescas cavernas que olían a musgo; de pronto en lugaresabiertos y rocosos, que olían a sol sobre piedra.«Odio la astucia cuando uno no se siente realmente astuto, ni quiere serlo - pensaba elcapitán -. No puedo enorgullecerme de ir espiando por ahí y jactarme de que llevo a cabograndes planes. Odio pensar que estoy cumpliendo con mi deber cuando no estoy segurode que sea así. Al fin y al cabo, ¿quiénes somos nosotros? La mayoría siempre tienerazón, ¿no es así? Siempre, siempre. Jamás se equivoca, ni un breve e insignificantemomento. En diez millones de años jamás se equivocó. ¿Qué es esa mayoría y quiénesla forman? ¿Qué piensa? ¿Cómo emprendió este camino? ¿Cambiará alguna vez? ¿Ypor qué demonios he caído en esta putrefacta mayoría? No me siento a gusto. ¿Seráclaustrofobia, temor a las muchedumbres, o sentido común? ¿Es posible que un hombretenga razón, aunque el resto del mundo opine que ellos tienen razón? No lo pensemos.Sometámonos, animémonos, y apretemos el gatillo. ¡Vaya, y vaya!»Los hombres corrían y se agachaban, corrían y se agazapaban en las sombras.Mostraban los dientes, fatigados por el aire enrarecido, un aire que no había sido hechopara correr. El aire era tenue y tenían que descansar cinco minutos cada vez, jadeando,mientras unas manchas negras les bailaban delante de los ojos. Devoraban el airedelgado, nunca satisfechos, y cerraban con fuerza los párpados. Al fin se incorporaban, yalzando los fusiles desgarraban el aire enrarecido del verano con agujeros de sonido ycalor.Spender, inmóvil, sólo hacía fuego de cuando en cuando.- ¡Voy a saltarle los cochinos sesos! - aulló Parkhill, echando a correr por la ladera.El capitán levantó el fusil y apuntó a Sam Parkhill. En seguida bajó el arma, y lacontempló horrorizado.- ¿Qué iba a hacer? - se preguntó mirando la mano inerte. Había estado a punto dematar a Parkhill por la espalda -. Dios mío - murmuró.Vio que Parkhill seguía corriendo y se arrojaba al suelo, poniéndose a salvo.Una red de hombres que corrían estaban envolviendo a Spender. En la cima, detrás dedos rocas, Spender yacía agotado por la atmósfera enrarecida y con grandes manchas de
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añeras olvidadas, corría por habi
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Cerró los ojos. La voz de Geneviev
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Se dieron la mano entre risas y muc
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