Admitieron resignados la muerte de la raza y no se lanzaron en el último momento a unaguerra desesperada que hubiese destruido sus ciudades. Las que hemos visto hastaahora están intactas. Es probable que no nos Presten atención; como si fuésemos niñosque juegan en un jardín, conociendo y comprendiendo a los niños por lo que son. Y,además, quizá Marte nos haga mejores.»¿Observó usted, Spender, la rara tranquilidad de los hombres hasta que Biggs losobligó a animarse? Parecían humildes y asustados. El espectáculo que nos rodea nopuede ponernos contentos. Ante él, parecemos niños, niños de pantalón corto, orgullososy divertidos, alborotando con cohetes y átomos de juguete. Pero algún día la Tierra serácomo Marte es ahora. La vida en Marte nos devolverá la cordura; será como una lecciónpráctica de civilización. Aprenderemos de Marte. Y ahora, tranquilícese. Volvamos con losdemás y simulemos alegría. La multa de cincuenta dólares queda en pie.La fiesta no prosperaba. El viento, que venía del mar muerto, se movió alrededor de lostripulantes, y alrededor del capitán y de Jeff Spender que se acercaban al grupo. El vientotiró del polvo y el cohete brillante y tiró del acordeón, y el polvo se metió en la armónicadesafinada y en los ojos de los hombres, y el viento cantó con un sonido agudo. Y asícomo había llegado, el viento murió.Pero también la fiesta había muerto.Las figuras tiesas de los expedicionarios se alzaban contra el cielo frío y oscuro.- ¡Vamos, señores, vamos! - gritó Biggs saltando de la nave con un uniforme limpio yevitando mirar a Spender. Su voz resonó como en un anfiteatro vacío. Una voz solitaria -.¡Vamos!Nadie se movió.- ¡Vamos, Whitie, tu armónica!Whitie sopló un acorde extraño y desafinado. Sacudió la armónica y se la guardó en unbolsillo.- ¿Qué clase de fiesta es ésta? - inquirió Biggs.Alguien apretó un acordeón. El acordeón gimió como un animal moribundo. Eso fuetodo.- Muy bien; mi botella y yo celebraremos nuestra propia fiesta.En cuclillas, apoyado en el cohete, Biggs bebió empinando la botella.Spender, inmóvil, lo observó largo rato. Luego los dedos le subieron lentamente a lolargo de la pierna temblorosa y palparon el estuche del arma.- Los que quieran, pueden venir conmigo a la ciudad - anunció el capitán -. Dejaremosun centinela aquí en el cohete e iremos armados por si acaso.Los hombres se consultaron. Catorce querían ir. Biggs se incluyó entre ellos, riendo yagitando la botella. Los otros seis se quedaron en el campamento.- ¡Allá vamos! - gritó Biggs.El grupo avanzó en silencio. Llegaron al límite de la ciudad dormida y muerta. A la luzde las lunas mellizas, las sombras de los expedicionarios eran dobles. Parecía que nadierespiraba. Pasaron así varios minutos. Esperaban a que algo se moviera de pronto en laciudad muerta, una forma gris que se levantaría inesperadamente entre las ruinas, unfantasma ancestral que cruzaría galopando el fondo vacío del mar en un antiguo corcelacorazado, de imposible progenie, de increíble descendencia.Los ojos y la mente de Spender poblaron las calles. Unas siluetas se movían comovapores azules por las avenidas empedradas y había débiles murmullos, y unos extrañosanimales se escurrían por las arenas de color gris rojizo. Alguien saludaba desde lasventanas (moviendo lentamente la mano como si estuviese sumergido en un aguaintemporal), a unas sombras que se arrastraban en el espacio bajo las torres plateadaspor las lunas. Una música sonaba en algún oído interior, y Spender imaginó las formas delos instrumentos que evocaban esa música. Era un país encantado.
- ¡Eh! - gritó Biggs, muy erguido, con las manos alrededor de la boca abierta -. ¡Eh!¡Vosotros, los del pueblo!- ¡Biggs! - advirtió el capitán.Biggs se calló.Avanzaron por una avenida embaldosada. Ahora todos hablaban en voz baja, pues eracomo entrar en una vasta biblioteca al aire libre o en un mausoleo habitado por el viento ysobre el que brillaban las estrellas. El capitán habló sin levantar la voz. Se preguntóadónde habían ido los marcianos, qué habían sido y quiénes eran sus reyes, y cómohabían muerto. Se preguntó en voz alta cómo habían construido esta ciudad para quesoportara el peso de los siglos, y si alguna vez habrían visitado la Tierra. ¿Serían ellos losantepasados de los hombres que habían aparecido en la Tierra diez mil años atrás? ¿Yhabrían amado y odiado con amores y odios similares a los. terrestres, y habríancometido las mismas tonterías cuando hicieron tonterías?- Lord Byron - dijo Jeff Spender.El capitán se volvió y lo miró.- ¿Lord qué?- Lord Byron, un poeta del siglo diecinueve. Hace mucho tiempo escribió un poema queparece inspirado por esta ciudad y por cómo los marcianos tienen que sentirse si aún soncapaces de sentir. Pudo haberlo escrito el último poeta marciano.Los expedicionarios continuaban inmóviles, de pie sobre sus sombras.- ¿Qué dice el poema, Spender? - preguntó el capitán.Spender cambió de posición, extendió la mano como recordando, entornó los ojos unmomento, y en seguida se puso a recitar con voz lenta y apagada, y los hombresescucharon todo lo que decía:Así que nunca más pasearemostan tarde de noche,aunque el corazón siga enamorado,y aunque siga brillando la lunaLa ciudad inmóvil era alta y gris. Los rostros de los hombres estaban vueltos hacia laluz.Pues la espada gasta la vaina,y el alma gasta el pecho,y el corazón tiene que pararse a tomar aliento,y el amor mismo ha de descansar.Aunque la noche fue hecha para amar,y el día vuelve demasiado pronto,nunca más pasearemosa la luz de la luna.Los terrestres estaban de pie, en silencio, en el centro de la ciudad. Era una nocheclara. No se oía ningún sonido, excepto el viento. Debajo de ellos se extendía una plazaenlosada que imitaba formas de animales y seres antiguos. Los hombres contemplaronlos dibujos.De la garganta de Biggs salió un ronco ruido. Con la mirada turbia, se llevó las manos ala boca; cerró los ojos, se dobló hacia delante, y un líquido espeso le llenó la boca, sederramó, y cayó ruidosamente sobre las losas del patio, cubriendo los dibujos. Biggsrepitió esto dos veces. Un penetrante olor a vino invadió el aire fresco de la noche.Nadie se movió para auxiliar a Biggs, que siguió vomitando.
- Page 1 and 2: CRONICASMARCIANASRay Bradbury
- Page 3: A mi mujer Marguerite con todo cari
- Page 8 and 9: La señora K tarareó otra vez aque
- Page 10 and 11: - Nunca te vi así - dijo Ylla, sor
- Page 12 and 13: Así era ahora. Amenazaba, pero el
- Page 14 and 15: Avanza envuelta en belleza, como la
- Page 16 and 17: - ¿Que nadie vino de dónde? Bueno
- Page 18 and 19: En la aldea la gente salía de las
- Page 20 and 21: Inmediatamente hubo una explosión
- Page 22 and 23: Las llamas azules brotaban alrededo
- Page 24 and 25: Quedaron tendidos en la arena, inta
- Page 26 and 27: El capitán John Black lo miró ine
- Page 28 and 29: - ¿Y han vivido aquí todos estos
- Page 30 and 31: me revuelve el, estómago. Pero de
- Page 32 and 33: - ¡John! - gritó el joven, y trot
- Page 34 and 35: Una pausa.- Buenas noches, John.El
- Page 36 and 37: muchos de ellos esperaban quizá qu
- Page 38 and 39: - ¿Y aquella vez, en Nueva York, c
- Page 42 and 43: Spender lo miró durante un momento
- Page 44 and 45: Se levantó, y con movimientos prec
- Page 46 and 47: El capitán estudió su cigarrillo.
- Page 48 and 49: no había respuestas. Pero cuando l
- Page 50 and 51: sudor bajo los brazos. El capitán
- Page 52 and 53: LA MAÑANA VERDECuando el sol se pu
- Page 54 and 55: El fuego tembló sobre las cenizas
- Page 56 and 57: hubiera agrandado. ¡Dios! ¡No hay
- Page 58 and 59: - ¡No! ¡Tú!- ¡Un espectro!- ¡U
- Page 60 and 61: - Sí. ¿Tienes miedo?- ¿Quién de
- Page 62 and 63: Allí, en la ciudad muerta, un mont
- Page 64 and 65: - Nuestros hijos no serán american
- Page 66 and 67: Las dos mujeres pasaron como agujas
- Page 68 and 69: - ¿Te enteraste?- ¿De qué?- ¡Lo
- Page 70 and 71: El río pasaba lentamente en el som
- Page 72 and 73: - ¡Pum! - La voz de Teece clamaba
- Page 74 and 75: El muchacho se echó a llorar, con
- Page 76 and 77: - No querían quemar nada - dijo Te
- Page 78 and 79: - Gracias. He tenido que trabajar a
- Page 80 and 81: - Cuatro millones. Pero en mi juven
- Page 82 and 83: ¡Pobre, imposible y derrotado Pike
- Page 84 and 85: Pikes asintió.- Ha mandado a un ro
- Page 86 and 87: - ¿Le gustaría ver lo que hemos p
- Page 88 and 89: que en noviembre iban en autobús a
- Page 90 and 91:
La madre salió del dormitorio reco
- Page 92 and 93:
- Quiero volver a casa - dijo Tom.-
- Page 94 and 95:
madre sabe lo que soy; lo ha adivin
- Page 96 and 97:
Le retorcieron las manos y lo arras
- Page 98 and 99:
muerta y las minas. Los camiones de
- Page 100 and 101:
- Sube. Sé manejarlo.Sam la empuj
- Page 102 and 103:
- Fue todo un error - alegó Sam ir
- Page 104 and 105:
Mándame tus hambrientos, vieja Tie
- Page 106 and 107:
añeras olvidadas, corría por habi
- Page 108 and 109:
independiente. ¿He telefoneado yo
- Page 110 and 111:
- ¡Eh! - dijo con una risa inquiet
- Page 112 and 113:
Cerró los ojos. La voz de Geneviev
- Page 114 and 115:
de retraso. Todos se habían ido Am
- Page 116 and 117:
Se dieron la mano entre risas y muc
- Page 118 and 119:
Wilder echó una ojeada a las manos
- Page 120 and 121:
Afuera, el garaje tocó unas campan
- Page 122 and 123:
y nadie sabrá nada de la guerra,a
- Page 124 and 125:
pensó en sus hermanos menores y no
- Page 126 and 127:
gritos de miedo y sorprendida alegr
- Page 128 and 129:
- ¿Dónde conseguiste el cohete? -