- ¿Y aquella vez, en Nueva York, cuando conseguí aquella rubia? ¿Cómo se llamaba?¡Ah, si! ¡Ginnie! - gritó Biggs -. ¡Ginnie!Spender se endureció por dentro. Le temblaban las manos. Los ojos se le movierondetrás de las escasas y delgadas pestañas.- Y Ginnie me dijo... - siguió diciendo Biggs.Los otros rugieron.- ¡Y le solté un tortazo! - gritó Biggs alzando una botella.Spender dejó el plato en el suelo. Escuchó el viento fresco que le susurraba en losoídos. Miró los blancos y helados edificios marcianos a orillas del mar seco.- ¡Qué mujer, qué mujer! - Biggs se vació la botella en la boca abierta -. ¡Nunca hubootra igual!El olor del cuerpo sudoroso de Biggs flotaba en el aire. Spender dejó que el fuegomuriera.- ¡Eh, anima un poco ese fuego, Spender! - dijo Biggs echándole una breve ojeada yvolviendo en seguida a la botella -. Bueno, una noche Ginnie y yo...Un hombre llamado Schoenke exhibió un acordeón y zapateó, al compás de la música,levantando polvo alrededor.- ¡Ajuuu! ¡Vivaaa!- ¡Huii! - rugieron los otros.Tiraron al suelo los platos vacíos. Tres de ellos se pusieron en fila y levantaron laspiernas como coristas, bromeando a gritos. Los otros aplaudieron y aullaron pidiendo algomás. Cheroke se, quitó la camisa y mostró el pecho desnudo, sudando mientras girabacomo un torbellino. La luz de las lunas le brillaba en el pelo corto y en las mejillas jóvenesy bien afeitadas.En el fondo del mar, el viento movió unos tenues vapores, y lo grandes rostros depiedra de las montañas miraron el cohete plateado y el pequeño fuego.El ruido aumentaba. Otros hombres se unieron a los saltos. Alguien tocó una armónica:algún otro sopló en un peine envuelto en papel de seda. Se abrieron y se bebieron veintebotellas más.Biggs se movía de un lado a otro sacudiendo los brazos, dirigiendo a los bailarines.- ¡Vamos, señor! - le gritó Cheroke al capitán, gimoteando una canción.El capitán tuvo que unirse a la danza. No quería hacerlo. Estaba muy serio. Spender loobservaba y pensaba: ¡Pobre hombre, qué noche está pasando! No saben qué hacenAntes de venir a Marte tenían que haberlos metido en un programa de adiestramientopara que aprendieran a mirar y a caminar y a estar tranquilos unos pocos días.- ¡Basta! - imploró el capitán, y se sentó diciendo que estaba agotado.Spender observó al capitán. El pecho no se le movía subiendo y bajando con rapidez.Tampoco tenía la cara sudorosa.Acordeón, armónica, vino, gritos bailes canciones, rondas, ruido de cacerolas, risas.Biggs se acercó tambaleándose a la orilla del canal marciano. Llevaba seis botellasvacías y las fue tirando una a una a las profundas aguas azules del canal. Las botellas sehundieron en el agua con un sonido hueco y ahogado.- Yo te bautizo, yo te bautizo, yo te bautizo... - tartamudeó Biggs con una voz pastosa -,yo te bautizo Biggs, Biggs, canal Biggs...Spender se incorporó, saltó sobre la hoguera, y antes que los otros alcanzaran amoverse, dio un golpe a Biggs en los dientes y otro golpe en una oreja. Biggs se dobló ycayó en las aguas del canal. Luego Spender esperó en silencio a que Biggs volviese a laorilla de piedra. Cuando Biggs apareció ya los demás sujetaban a Spender.- ¡Eh, Spender! ¿Qué mosca te ha picado? - le preguntaban.Biggs salió del agua chorreando. Al ver que los otros sujetaban a Spender, dijo:- Bueno - y dio un paso adelante.- Basta - dijo el capitán Wilder.
Los hombres soltaron a Spender. Biggs se detuvo y miró al capitán.- Bueno, Biggs, vaya y cámbiese de ropa. Y ustedes, ¡adelante con la fiesta! Spender,venga conmigo.Siguieron la fiesta. Wilder se alejó y se volvió hacia Spender.- ¿Podría explicarme qué ha pasado? - le preguntó.Spender miraba hacia el canal.- No lo sé. Sentía vergüenza... Por Biggs, por todos nosotros, por ese ruido... Señor,¡que espectáculo!- El viaje ha sido largo. Necesitan un poco de diversión.- ¿Y el respeto, capitán? ¿No entienden lo que es correcto?- Usted está cansado, Spender, y ve las cosas de otra manera. Le pondré una multa decincuenta dólares.- Está bien, capitán. Pensé en ellos. En ellos que nos miran mientras hacemos elridículo.- ¿Ellos?- Los marcianos, muertos o vivos.- Muertos, la mayoría al menos - dijo el capitán -. ¿Usted cree que saben que estamosaquí?- ¿Acaso lo más viejo no se entera siempre de la llegada de lo nuevo?- Quizás. Habla como si creyera en los espíritus.- Creo en las obras, y hay muchas obras en Marte. Hay calles y casas, e imagino quetambién habrá libros, y grandes canales, y relojes, y cuadras, si no para caballos quizápara animales domésticos de doce patas, ¿quién sabe? En todas partes veo cosasusadas. Cosas que fueron tocadas y manejadas durante siglos.»Si usted me pregunta si creo en el espíritu de las cosas usadas, le diré que sí. Ahíestán todas esas cosas que sirvieron algún día para algo. Nunca podremos utilizarlas sinsentirnos incómodos. Y esas montañas, por ejemplo, tienen nombres... Nunca nos seránfamiliares; las bautizaremos de nuevo, pero sus verdaderos nombres son los antiguos. Lagente que vio cambiar estas montañas las conocía por sus antiguos nombres. Losnombres con que bautizaremos las montañas y los canales resbalarán sobre ellos comoagua sobre el lomo de un pato. Por mucho que nos acerquemos a Marte, jamás loalcanzaremos. Y nos pondremos furiosos, ¿y sabe usted qué haremos entonces? Lodestrozaremos, le arrancaremos la piel y lo transformaremos a nuestra imagen ysemejanza.- No arruinaremos este planeta - dijo el capitán -. Es demasiado grande y demasiadohermoso.- ¿Cree usted que no? Nosotros, los habitantes de la Tierra, tenernos un talentoespecial para arruinar las cosas grandes y hermosas. No pusimos quioscos de salchichascalientes en el templo egipcio de Karnak sólo porque quedaba a trasmano y el negocio nopodía dar grandes utilidades. Y Egipto es una pequeña parte de la Tierra. Pero aquí todoes antiguo y diferente. Nos instalaremos en alguna parte y lo estropearemos todo.Llamaremos al canal, canal Rockefeller; a la montaña, pico del rey Jorge, y al mar, mar deDupont; y habrá ciudades llamadas Roosevelt, Lincoln y Coolidge, y esos nombres nuncatendrán sentido, pues ya existen los nombres adecuados para estos lugares.- Ésa será la tarea de ustedes, los arqueólogos: encontrar los viejos nombres. Nosotroslos usaremos.- Unos pocos hombres contra todos los intereses comerciales... - Spender miró lasmontañas de hierro -. Ellos saben que estamos aquí esta noche, escupiendo en el vino deellos, y puedo imaginar cómo nos odian.El capitán meneó la cabeza.- No hay odio aquí. - Escuchó el sonido del viento -. Por el aspecto de estas ciudades,parece que eran seres graciosos, hermosos y sabios. Aceptaron lo que traía el destino.
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Wilder echó una ojeada a las manos
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