VE-22 MARZO 2016
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emoción y la col, que quiere dejar sobre la encimera, resbala y cruza<br />
la sala, hasta detenerse cerca de la escalera. Algo sale rodando<br />
escaleras abajo de entre las hojas de la col pero Carmen no lo ve.<br />
Un rato después, mientras friega la loza, oye sonar el teléfono,<br />
aún olvidado sobre la mesita baja del zaguán. Suena y suena una y<br />
otra vez. Al cabo de unos instantes el timbre enmudece; luego vuelve<br />
a insistir. Esa llamada…De repente Carmen piensa en Gabriel y en el<br />
niño del mercado. El niño del mercado.... Se limpia las manos en el<br />
delantal sucio y corre escaleras abajo con toda la prisa que le permite<br />
la edad. Ha olvidado cerrar el grifo, del que mana agua a borbotones.<br />
Está a punto de volver arriba para cortar el despilfarro pero el timbre<br />
suena y suena, insiste, y Carmen avanza un paso más sin saber que en<br />
el tercer escalón, algo diminuto y duro, un caracol que ha escapado<br />
de su estrecho paraíso de hojas verdes, detendrá su paso. Segundos<br />
después Carmen se precipita al vacío. Su nuca golpea el suelo<br />
decorado con motivos geométricos, rojos, blancos y negros. Un hilo<br />
de sangre fresca mana de su nariz, como el grifo goteante. El teléfono<br />
sigue sonando una y otra vez en su oído izquierdo. Madre, soy yo,<br />
Gabriel. Una sonrisa se dibuja en los labios pálidos y exangües de la<br />
señora Carmen, entre los que retoza su último aliento. Su corazón<br />
roto se inunda de paz. La última contracción, un te quiero. Pero en los<br />
ojos sin vida, sin saber por qué, queda petrificada una sola imagen, la<br />
del cerdo decapitado del mercado.<br />
Alicia García Herrera (Valencia)<br />
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