REVISTA PESCA DICIEMBRE 2016

de las actividades humanas en el sistema climático.
En la actualidad, hasta un 20% de las emisiones humanas
de gases invernadero son causadas por la deforestación
del Brasil tropical e Indonesia, lo cual convierte a
ambos países en dos de los mayores emisores de carbono
de todo el mundo.
En el aire penetra más dióxido de carbono debido a la
extracción de cientos de millones de toneladas de pescado,
ostras, almejas y otras formas de vida marinas basadas
en el carbono. Gran parte del carbono escapa a la
atmósfera cuando la energía almacenada dentro de los
animales es quemada por el metabolismo de los consumidores
de pescado, harina y aceite de pescado, sopa de
cangrejo, cócteles de gambas, sushi o sashimi.
La segunda manera de incrementar el dióxido de carbono
en la atmósfera es disminuyendo la capacidad de los
sistemas vivos, la biosfera, para consumirlo. Menos plantas
significan menos fotosíntesis y, por ende, menos
consumo de dióxido de carbono. Cuando asfaltamos la
tierra, estamos arrancando un gran tramo verde del sustento
de la vida terrestre.
La destrucción de bosques para erigir casas, granjas y
centros comerciales; la conversión de humedales en bloques
de edificios y aparcamientos, de prados de algas y
manglares en criaderos de langostas y peces, y de arrecifes
de coral en materiales para la construcción de carreteras
merman la capacidad de los sistemas terrestres
vivos para consumir dióxido de carbono y generar oxígeno.
En mar abierto, donde se produce buena parte de la
fotosíntesis de la Tierra, muchos de los microbios fotosintéticos
viven días, semanas o meses. El carbono del
mar no se almacena en árboles centenarios, en turbas o
en el suelo, sino en la lluvia constante de pequeñas criaturas
que caen al fondo del mar y entran en la cadena
alimentaria, se asientan en longevos corales, esponjas,
moluscos y otros, y después en grandes depredadores
con décadas o siglos de antigüedad en los que se centra
nuestra extracción. Matar tortugas, ballenas, tiburones,
atunes, relojes anaranjados, hokis, rapes, lubinas, meros,
bacalaos, “bacalaos” del Ártico y otras especies muy
antiguas devuelve dióxido de carbono al aire y altera la
capacidad del océano para retenerlo en su sistema. En la
práctica, la pesca industrial ha diezmado ecosistemas
ancestrales, alterando y desmembrando los cimientos del
dinámico pero increíblemente estable ciclo del carbono
durante cientos de millones de años.
El dióxido de carbono es vital para la fotosíntesis, y el
nivel normal – un 0.03% de los gases atmosféricos – es
el adecuado para mantener la productividad en la tierra
y en el mar. La luz del sol, el dióxido de carbono y el
agua en presencia de clorofila producen oxígeno y el
azúcar sencillo que a su vez proporciona la base para
carbohidratos, grasas y proteínas que nos alimentan a
nosotros y gran parte de la vida del planeta. El exceso
de dióxido de carbono se escapa a la atmósfera o es absorbido
en el mar. Sin vida que absorba y transforme el
dióxido de carbono, la atmósfera de la Tierra probablemente
se asemejaría a la de Venus y Marte: más de un
95% de dióxido de carbono, un rastro de oxígeno, alrededor
de un 2% de nitrógeno y una pizca de argón. La
temperatura en la superficie sería demasiado elevada
para nosotros, alrededor de 250º C.
DE “UN MUNDO AZUL” por Sylvia Earle
El Derecho Pesquero existe en función de la naturaleza y desarrollo de los recursos
hidrobiológicos. La autoridad política tiene que asumir que la pesca no aumenta
en función de la demanda, que tiene que ser regulada para garantizar
sus sostenibilidad y que una especie extinguida es incapaz de ser regulada.
Revista Pesca Diciembre 2016 22