Excodra VIII: El amor

Cynthra, Otoño de mente.
Desvélate monstruo, quisiste comerle la lengua aquella noche, saborear todos los
sabores que este trozo sangriento de carne había saboreado antes de ser sacado,
disjunto de la laringe con la fuerza de maxila y mandíbula, con la presa de los
dientes, cortando a poco a poco cada capa de músculo que la tenía junta al empezar
de la garganta.
Quisiste, monstruo, sacar el cuchillo e incidirle en las corneas, el iris.
Sacarle los ojos de sus órbitas y ponerlos enfrente de los cristales de tus gafas, para
ver lo que estos ojos, sus ojos azules, habían visto antes de apagarse bajo la incisión
cirujana de tus manos. Dejarías las coyunturas, éstas no se difieren mucho de una
masa informe y gelatinosa.
Sin embargo el cielo, la mar que llevaban adentro, monstruo, no habías sido capaz de
verlos de la misma manera y así quisiste usar sus ojos, para volver a ver de forma
diferente.
Quisiste arrastrarle del pelo, sacar el hacha de guerra y levantarle con cuidadoso
gesto la piel que recubre el periostio de su cabeza, hacerme peluca y trofeo, trofeo
dorado y largo hasta los hombros, como ya no tuviste desde el tiempo de la juventud
que malviviste.
Quisiste hasta su piel, monstruo, empezar por las uñas, que nunca paran de crecer,
sacándole una a una de su lugar encima de los dedos, abrir un corte en las yemas y
quitarle toda la piel de su cuerpo, vestirte de su vestido de muerte para volver a vivir,
a tener junto a la tuya la piel que ella había alejado de tu cuerpo.
Quisiste sacarle la glándulas de las ascillas y hacerle piedra pómez, para que siempre
quedara en tu nariz su olor dulce.
Quisiste comerte su hígado, pulmones y corazón, vomitando cada chorro de sangre y