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Furtivos<br />
Una mujer se desnuda ante la ventana de su casa abierta, su piel encendida palpa el<br />
rostro de la noche. Una mujer desnuda desprotege los verbos de la carne, toma la<br />
mano de la noche y corona con ella el vértice de su soledad. Le muestra a la noche la<br />
herida, despoja su cicatriz a la entera oscuridad. Su vientre desnudo es el ángulo<br />
afilado de la noche. <strong>El</strong> paso, finísimo, por donde abitar el mundo.<br />
Un cuerpo desnudo es una oscuridad malherida, la llama que circunda la noche y<br />
prende del silencio su ebriedad. A manos llenas.<br />
La noche es un caudal infinito. Su vagina es enorme, nos saja por dentro. Engulle<br />
todo miembro fugaz, camuflado en su ceguera, enroscado en el vacío como una<br />
culebra inflamable. <strong>El</strong> léxico más fláccido, hiriente, no la distingue de la noche<br />
misma.<br />
Amar una mujer desnuda, a tientas, al filo del abismo es desparasitarse. Empolvarnos<br />
los pómulos vencidos de humedad, de palpitante savia. Beberse de un sorbo la noche<br />
es descender al único reino que nos gravita, de ternura, desde esa misma soledad<br />
penetrante empeñada en extinguirnos. Amar es caer por los peldaños de un deseo<br />
agudo y eréctil.<br />
La noche es una mirada fría, un corazón de mujer magullado por la intemperie.<br />
Sangre abatida en manos del cazador, preso en su mordedura febril. A pesar de la<br />
caricia lacerante, del abrazo fundido, no avista el pulso firme de sus membranas, de<br />
sus sílabas sordas naufragando en la misma penumbra.<br />
<strong>El</strong> sexo viperino de la noche no detiene nunca su partida en las habitaciones negras<br />
del <strong>amor</strong>.<br />
JdlV