arquitec- tura escrita - CLONE Magazine
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DONALD BARTHELME. EL PADRE MUERTO<br />
(SEXTO PISO, 192 PÁGINAS, 2009)<br />
Donald Barthelme, considerado por muchos el padre del postmodernismo literario, tuvo una escasa producción novelística. Volcado<br />
sobre todo en su labor como relatista, Barthelme nunca se vio cómodo en la novela, quizás por tratarse de un género que no<br />
terminaba de poner límites a su diarreica imaginación. Y a las pruebas me remito. “El Padre Muerto” (publicado originariamente<br />
en 1975) trata sobre un padre descomunal, con una pierna ortopédica y que gasta un pene de 65 metros (‘fláccido en ese momento’).<br />
El Padre Muerto es capaz de estar vivo y muerto a la vez, y es en ese estado de funambulista vital en el que su hijo y su<br />
nuera tratan por todos los medios de llevarlo ante el Vellocino mientras es arrastrado por cables, cual Gulliver en la Isla de Lilliput,<br />
por diecinueve porteadores. Y no queda ahí el parecido razonable con la inmortal obra de Jonathan Swift. Por el camino, el Padre<br />
Muerto se entretiene pronunciando discursos que son ‘un perfecto coñazo’ y va dejando a su paso un rastro de ‘monstruosos<br />
excrementos’, lo que provocará un violento encuentro con los Wend, dueños de las extrañas tierras por las que transcurre este<br />
viaje lisérgico y surrealista. No os puedo prometer que la lec<strong>tura</strong> de “El Padre Muerto” (y su inserto, “Un Manual Para Hijos”) os<br />
vaya a ofrecer sesudas digresiones sobre el tema de la familia y las relaciones paterno-filiales, pero sin duda se trata de uno de<br />
los ejercicios humorísticos más originales que servidor se ha echado a los ojos en muchos años.>Fran G. Matute<br />
HORACE MCCOY. LOS SUDARIOS NO TIENEN BOLSILLOS<br />
(AKAL, 208 PÁGINAS, 2009)<br />
La Historia hace tiempo que adjudicó el título de reyes de la novela negra a Dashiell Hammett y a Raymond Chandler. Pero el<br />
más grande escritor de aquél periodo clásico fue, en nuestra humilde opinión, Horace McCoy. Con sólo seis obras en su haber,<br />
McCoy no sólo fue el autor más versátil de su generación sino que fue el que mejor se adaptó al mundo del cine (ahí quedan<br />
para la memoria colectiva sus guiones de “Gentleman Jim” y “El Mundo en sus Manos”, ambas obras maestras de Raoul Walsh).<br />
“Los Sudarios no Tienen Bolsillos” (1937) fue la segunda novela que publicó McCoy tras la aclamada “¿Acaso No Matan a Los<br />
Caballos?” (1935) y que junto a “Luces de Hollywood” (1939) conforman el núcleo duro de su obra. McCoy no sólo fue el que<br />
retrató con más matices los bajos fondos, sino que fue el cronista estrella de los años de la Gran Depresión. En “Los Sudarios... “<br />
se da buena cuenta de la putrefacción del cuarto poder, ofreciéndonos de paso un anti-héroe como Mike Dolan, personaje repleto<br />
de contradicciones y auténtico motor de esta historia narrada al más puro estilo hard-boiled. No es de extrañar que esta novela,<br />
con su lenguaje directo y explícito, fuera prohibida en Estados Unidos en el momento de su publicación. Es un hachazo al sistema<br />
que se visualiza con cada página, con cada frase, con cada palabra. Es Horace McCoy en estado puro: el mejor escritor de novela<br />
negra de su generación. ‘Period’.>Fran G. Matute<br />
ANTONIO MÚÑOZ MOLINA. LA NOCHE DE LOS TIEMPOS<br />
(SEIX BARRAL, 960 PÁGINAS, 2009)<br />
El <strong>arquitec</strong>to español, Ignacio Abel, sube a un tren en la estación de Pensilvania. Ha huido de Madrid, de la guerra, de una<br />
muerte casi segura. Mientras va en el tren le sobrevienen recuerdos de su vida anterior al exilio. La ambivalencia profundiza en<br />
las contradicciones de cada uno de los personajes y la mirada de los otros expone otra visión de la realidad. Abel está siempre<br />
en dos mundos, en dos tiempos simultáneos, duplicado, enardecido por el amor de Judith, la amante, y acomodado en la rutina<br />
con Adela, su mujer. Los recuerdos del comienzo del amor con Judith Biely, esa americana que ha venido a España fascinada por<br />
la lec<strong>tura</strong> de Washinton Irving. La madre de Judith que sabe que su hija va hacia el desastre y no puede prevenirla. Y el padre,<br />
que modifica sus recuerdos para contar lo que todos saben que no es verdad, que los logros de la hija se deben a él. Rossman,<br />
su profesor de Weimar, le produce lástima y rechazo, no hace casi nada por él cuando hubiera podido salvarlo. Sus hijos: Lita<br />
escucha Unión Radio, es irreprochable y falsa; Miguel prefiere las coplas de criadas, las películas de flamencas, al percibir las<br />
mentiras del padre, quiere quedarse y huir. Empezar a mentir sin esfuerzo ni remordimiento, acostumbrarse a oír disparos, a<br />
que los conocidos lleven pistola, a los muertos en la calle, no querer ver lo que pudo haberse evitado y ya no tiene remedio. Los<br />
anarquistas, los socialistas, los falangistas, los monárquicos... A tiros unos contra otros. Los dos bandos destruyendo, unos con el<br />
fuego que quema iglesias, con furia y torpeza. Otros con aviones italianos y alemanes, ametrallando a los fugitivos en los caminos<br />
y lanzando bombas sobre Madrid, que carece de defensa antiaérea. Esos señoritos que hacen la revolución social y que medran<br />
para conseguir becas y viajes oficiales. El sarcasmo y la amargura de Moreno Villa. Negrín acumulando trabajo y responsabilidades<br />
políticas con el mismo pantagruelismo con el que pide bandejas de mariscos, platos de jamón, vino, cerveza. Buñuel, de<br />
surrealista y moderno a la payasada folklórica de La hija de Juan Simón. Las señoras del Lyceum Club, Lorca, Salinas, Alberti...<br />
La obsesión del tiempo agotado, del dónde estaremos mañana, del tiempo que se tarda en olvidar una voz. Y al llegar al final, la<br />
sensación de que hemos recibido una clase magistral sobre la construcción de una novela.>Ángeles Carmona<br />
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