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LITERATURA & MEDICINA<br />
38 Año 5 - Nro. 17 [Diciembre 2011]<br />
Por Lic. Isabel Del Valle<br />
El Parkinson<br />
Cuando la vida se vuelve protocolo.<br />
Reflexiones a partir de Elena sabe,<br />
de Claudia Piñeiro.<br />
Lic. Isabel del Valle<br />
Licenciada en Lzetras<br />
Cuando menos lo pensaba, cuando<br />
imaginaba transitar sus últimos<br />
años en el sosiego del ambiente familiar,<br />
Elena fue expuesta a uno de los mayores<br />
desafíos a los que la vida puede someter<br />
a un ser humano: enfrentar la muerte de<br />
su hija única. Rita fue encontrada muerta,<br />
ahorcada, en el campanario de una iglesia.<br />
La investigación nunca avanzó como ella<br />
hubiera esperado. Es más, quisieron pasar<br />
el caso como un suicidio y cerrar, así, la<br />
causa.<br />
Inaceptable, pero vaya uno a saber qué querría<br />
ocultar la policía.<br />
Era imposible, Rita nunca se hubiera suicidado.<br />
Nunca, tan religiosa como era la pobre.<br />
Además, ella jamás salía de la casa los<br />
días de lluvia y el día de su muerte llovía a<br />
cántaros.<br />
No bien Elena enjuagó las pocas lágrimas<br />
que se había permitido soltar en ese apelmazado<br />
pañuelo al que se aferraba como a<br />
una manija, tomó la única decisión que podría<br />
devolverle a una madre desconsolada<br />
alguna sensación de paz: encarar ella misma<br />
la investigación.<br />
No solamente era el único familiar directo<br />
que se echaba al hombro semejante misión,<br />
sino que esa investigación estaría exclusivamente<br />
en sus manos. En sus manos<br />
temblorosas, imprecisas y agarrotadas.<br />
En las manos de una mujer sin cuerpo o,<br />
tal vez peor, en una mujer encerrada en un<br />
cuerpo.<br />
Desde hacía ya un tiempo, el Parkinson le<br />
venía enyesando los miembros, los movimientos<br />
y la expresión, pero no todavía su<br />
fortaleza de espíritu.<br />
Como en toda enfermedad, tuvo que empezar<br />
a conocer a ese intruso con el que debía<br />
convivir. El Parkinson por más que tiembla,<br />
no tiembla de miedo, es despiadado<br />
con su elegido y, aunque a veces no se sepa<br />
bien quién hace temblar a quién, a Elena le<br />
quedó claro que él era quien mandaba de<br />
ahí en más:<br />
“Pero su cuello se puso rígido, duro como<br />
una piedra y la somete. Acepta la condena<br />
que Ella, su enfermedad, le impuso. Ella le<br />
muestra quién manda y quién obedece. El<br />
cuerpo de Elena responde a Ella que la obliga<br />
a bajar la mirada como si estuviera en<br />
falta, como si tuviera vergüenza”.<br />
Cada enfermedad tiene sus propias manías,<br />
arbitrarios caprichos de verdugo ensañado<br />
con su víctima, a la que no le queda<br />
más remedio que, tras un tiempo de pataleo,<br />
mirar al enemigo a los ojos y sentarse<br />
a negociar.<br />
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