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VE-36 NOVIEMBRE 2017

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Mis lágrimas arreciaron al pensar que me había emocionado la<br />

misma música que a aquel monstruo.<br />

—¿Quieres tomar un café?, me gustaría invitarte, a lo mejor te<br />

sienta bien hablar con alguien.<br />

Lo miré con disimulo. Era un hombrecillo extraño. Mi canon de<br />

belleza masculina estaba por encima del uno ochenta. Tampoco me<br />

pareció que su falta de altura estuviera compensada por la belleza de<br />

su rostro. Cerciorarme de su fealdad me hizo llorar de nuevo y él<br />

siguió pasándome pañuelitos. Al final accedí y me condujo a un café<br />

cercano. Estaba casi vacío y no había música, así que los acordes del<br />

Sigfrido seguían sonando en mi cabeza al mismo tiempo que la rabia<br />

por la revelación que me había hecho sobre Hitler.<br />

Hacía calor. Cambiamos los cafés por un par de cervezas en<br />

copas heladas.<br />

—¿No la habías escuchado nunca?<br />

—No.<br />

—Fue un regalo que Wagner le hizo a Cósima el día de su 33<br />

cumpleaños.<br />

—¡Ah sí? —dije y rompí a llorar con más fuerza —Pero… ¿ella<br />

no era la mujer de otro?<br />

—Bueno, creo que sí, pero ya estaban juntos. Era el día de<br />

Navidad. Se despertó oyendo esa música en la villa donde vivían, a la<br />

orilla del lago Lucerna. Luego apareció Wagner con los cinco hijos de<br />

Cósima y le llevó la partitura. Escribió en su diario que no sabía<br />

cómo podía ser merecedora de tanta dicha.<br />

Exploté de nuevo porque a mí me pasaba justo lo contrario.<br />

A Pablo ya no le quedaban kleenex, fue a pedir servilletas a la<br />

barra y, al volver, me preguntó si prefería hablar de otra cosa.<br />

—No, no, por favor, sigue, ¿tenían cinco hijos?<br />

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