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Tema de tapa<br />
uno<br />
LOS<br />
POR Roger Koza<br />
En una película pedagógica del reconocido cineasta argentino<br />
Eduardo Mignogna titulada Con otros ojos, realizada<br />
al inicio de la joven democracia alfonsinista, los alumnos de<br />
una escuela son interrogados por sus maestros –casi siempre<br />
los chicos por un lado y las chicas por el otro– sobre temas<br />
vinculados a la sexualidad. Las preguntas son las de siempre:<br />
¿por qué la mujer tiene su período?, ¿por qué crece el vello<br />
púbico?, ¿cómo llega a embarazar un hombre a una mujer? Las<br />
preguntas constituyen un mapa conceptual en el que se posarán<br />
los nuevos límites de la sexualidad de los chicos. No existía<br />
la educación sexual en tiempos de la dictadura; en un nuevo<br />
tiempo democrático, la relación con el sexo tiene que ser otra.<br />
Uno de los protagonistas de este film educacional es un reconocible<br />
y muy adolescente Pablo Rago. Su personaje es el<br />
pícaro de la clase, el que ya entiende que toda esta cuestión<br />
pedagógica reviste un plus no del todo articulado, pero en<br />
El desconocido del lago. Alain Guiraudie, 2013<br />
VERGONZOSOS<br />
cierta forma sugerido: tener sexo está buenísimo, es uno<br />
de los grandes placeres de todo organismo, una posibilidad<br />
inmediata de satisfacción total en la medida que exista otro<br />
con ganas de lo mismo. El film, por cierto, jamás enuncia la<br />
implícita dimensión del placer, aunque tampoco restringe,<br />
como sí lo hacía el régimen castrense-teológico, la sexualidad<br />
a la mera reproducción y perpetuación de la especie. Con<br />
otros ojos es estrictamente un film higiénico, en donde el<br />
discurso teológico ancestral está superado por un discreto y<br />
didáctico discurso científico que tampoco aborda otras cuestiones<br />
relacionadas con el sexo. La mayor transgresión del<br />
film de Mignona consiste en incluir algunas escenas simpáticas<br />
y pletóricas de candor en las que sí se constatan los juegos<br />
de seducción entre los colegiales.<br />
La conducta de todos los participantes en el film tiene una<br />
cualidad similar; quizás, en una hipotética actualización del<br />
film –en donde seguramente se hablaría de otras cosas–, esa<br />
conducta se repetiría, acaso con menor fuerza. Ese rasgo<br />
común es el de la vergüenza. La risa incómoda, bajar la vista,<br />
ruborizarse son reacciones que van más allá de aquel tiempo;<br />
los alumnos de ayer, como los de hoy, no dejarían de sentir<br />
pudor, más allá de las diferentes coordenadas simbólicas<br />
de 1984 respecto del presente. Esta conjetura no implica<br />
desconocer los corrimientos de los límites morales de una<br />
época a otra, como tampoco una peculiar forma de incitación<br />
a sexualizar el espacio público, gramática esencial de la cultura<br />
del espectáculo. Sin embargo, incluso así, ¿qué relación<br />
existe entre la vergüenza y los placeres sexuales? ¿Por qué<br />
avergüenza la desnudez, el tamaño del órgano masculino,<br />
la dimensión de un seno o la exposición total del cuerpo sin<br />
indumentaria alguna que lo proteja?<br />
La vergüenza es una emoción misteriosa. Adviene sin aviso<br />
frente a una situación que se desea; el avergonzado se siente<br />
descubierto, leído y visto en su interioridad. Lo que manifiesta<br />
es lo íntimo de su deseo o el sujeto del deseo en su objeto,<br />
como si se tratara de una segunda desnudez ya sin cuerpo<br />
que lleva a que todo individuo se confronte ante otro con una<br />
pieza simbólica de lo que es. Esto no supone que el sexo sería<br />
el lugar privilegiado en el que se instituye y cifra la identidad,<br />
pero sí una condición física de una experiencia, una práctica<br />
de placer en la que lo íntimo se compromete en sí y trasluce<br />
los deseos más poderosos de alguien.<br />
Lo curioso es la aparición de la vergüenza frente a la desnudez<br />
y al discurso del sexo. ¿Un reflejo condicionado tras siglos<br />
de una tradición que desestima todas las acciones que tienen<br />
lugar debajo de la cadera? ¿Tan poderosa es la metafísica cristiana<br />
que aún incita al rubor frente al desnudo? Por cierto, la<br />
regulación de los placeres no ha sido solo prerrogativa del cristianismo.<br />
Todas las religiones (incluso el secular comunismo)<br />
han insinuado un adoctrinamiento genital, como si hubiera allí<br />
un problema constitutivo para la vida ascética y también para<br />
el orden social. ¿Cómo pudo alguna vez asociarse que el éxtasis<br />
corporal podía ofender a un Dios escondido pero omnipresente?<br />
Tan solo imaginar que un Dios creador de todo lo existente<br />
tiene que estar ocupándose de los minúsculos actos secretos de<br />
sus criaturas en la noche debería alcanzar para dimensionar el<br />
delirio. La divinidad que espía es la fantasía de una comunidad<br />
ascética de cuyo desborde neurótico deberían ocuparse los<br />
historiadores de la conducta.<br />
El disciplinamiento de los placeres constituye uno de los capítulos<br />
más delirantes de la historia de las ideas. La idea de que<br />
las caricias prodigadas al cuerpo del amante puedan despertar<br />
la ira del Altísimo y una eventual reprimenda divina es fruto<br />
de una alucinación paranoica que a pesar de ser un disparate<br />
todavía tiene cierta vigencia entre nosotros. Cuanto mayor es la<br />
osadía del amante, cuanto más se aventura alguien a experimentar<br />
los placeres de su cuerpo, más se escucha el insistente<br />
murmullo del orden simbólico proyectado en una entidad<br />
abstracta que observa; el deseo se mide y regula con el orden<br />
simbólico que está introyectado en la propia carne. Vindicar<br />
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