VE-43 JUNIO 2018
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Remedios. Andaba en cueros, a su libre albedrío, por todo el<br />
vecindario buscando un mozo que le robara la virginidad. Los<br />
aldeanos la apodaron «La Bella» ya que, debido a su ambigüedad,<br />
contentaba a unos y a otras. Santiago Nasar se quedó anonadado y<br />
Remedios extasiada. Fue un flechazo que liberó la aldea. Sin tiempo<br />
que perder, la joven extrajo, del interior de su vagina, un ungüento de<br />
chocolate anaranjado regalo de una Ada Venusiana. Embadurnó la<br />
sangre congelada del joven y las heridas cicatrizaron mientras hacían<br />
el amor bajo la higuera de brevas bravas.<br />
***<br />
Paseó como lo que era: como un Coronel. Ataviado con su<br />
liquiliqui y su sombrero panameño; con su porte erguido y su<br />
semblante orgulloso. Se pavoneó delante del maestro y, en un<br />
santiamén, organizó una pelea de gallos coloridos. Tuvo tanto éxito<br />
que acudieron gentes de otras aldeas. De otras comarcas...de otras<br />
regiones.<br />
Al Coronel le enviaron miles de cartas que se despeñaron por el<br />
desfiladero del olvido. Ninguna era de su agrado. Ninguna era la que<br />
esperaba. Pasó el tiempo y la tristeza lo envolvió, al igual que la<br />
niebla abraza el valle, y se quedó sentado en la piedra más alta del<br />
precipicio. Al maestro le preocupó el estado depresivo del Coronel, y<br />
llamó a Melquiades. Ambos decidieron poner solución a tal<br />
contratiempo. Enviaron una carta alada con una cresta encarnada y<br />
plumas de arco iris. La abrió. Una carcajada recorrió el desfiladero<br />
cuando, arropado entre sus brazos, su hijo Agustín exclamó:<br />
¡Kikiiriquí!<br />
En la aldea de mi tío Julián sigue la magia y nunca sabremos<br />
cuándo acabará.<br />
Salvador Murillo Fernández (València)<br />
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