Ponce, Genio de México vida y época

sical antes de escribirla; por ello no requería el auxilio del piano,
solamente lápiz y papel. Pero como la esquiva inspiración
lo sorprendía a cualquier hora, lo mismo en la madrugada
que a la hora de los alimentos, fiestas o cualquier reunión,
Clema dejaba lápiz y papel en todos los lugares de la casa:
sobre el buró de la recámara, junto a la mesa del comedor,
en la sala, etc. y…en su bolsa de mano. Consciente de ser
compañera de un gran compositor, vigilaba que nada distrajese
su atención cuando tocaba el piano o escribía; en ese
caso desconectaba el teléfono y le ponía algodón al timbre
de la calle, que también prendía un foco; obligaba a la servidumbre
a usar pantuflas y llegó al extremo de pagarle a
cierto vendedor ambulante de plátanos y camotes asados,
para que no usara el silbato de su original carrito cuando por
las noches pasaba cerca de su casa. Antes de comer, desde
su regreso de Cuba, el maestro acostumbraba tomar un aperitivo
de origen antillano que llamaba “Tode”, y consistía en
un vaso de limonada con un poco de ron “Matusalén” —“del
viejito”, decía... “Es lo mejor y cura todos los males”, bromeaba—.
El amor que los unía era algo fuera de lo común y la
música los estrechaba más. No tenían tiempo para pelear ni
echaban de menos la falta de hijos, el cariño que se guardaban
soportaba todas las pruebas.
Gustavo E. Campa (Pide al tiempo que vuelva).- La actividad
musical de Ponce era prodigiosa y no disminuyó cuando llegó
la época dorada; sólo así se explica su inmensa producción
superior a las 700 obras para toda clase de instrumentos,
voces y conjuntos orquestales, que lo ubican al lado de
los grandes músicos de la historia. “Obra forjada a fuerza de
pensamiento y emoción, por eso es grande su poder emotivo;
por eso es noble y alta, y, será perdurable, porque el ritmo
de la vida, al transmutarse en ritmo de arte, conserva la esencia
divina y perenne; por eso será como flor inmarcesible a los
tiempos” —señala Mariano Brull sobre la música de Ponce. En
1918, a los 35 años de edad, Ponce destacaba como director
de la Orquesta Sinfónica Nacional, pero también tenía fama
de hombre erudito poseedor de inmensa simpatía; por ende,
su casa se convirtió en centro de reunión para la intelectualidad
citadina.
Visitantes frecuentes de su hogar lo fueron Antonio
Caso, Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Isidro Fabela, Ramón
López Velarde, José Juan Tablada, Roberto y J. de Jesús
Núñez Domínguez, Nicolás Rangel, José Natividad Macías,
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