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EL TULIPAN NEGRO

En 1672 el pueblo holandés rechaza la república de los hermanos Johan y Cornelio de Witt para restablecer el estatuderato y entregárselo a Guillermo III de Orange-Nassau. Indiferente a los vaivenes políticos, el ahijado de Cornelio de Witt, Cornelio van Baerle, solo piensa en lograr un tulipán negro, por el que la Sociedad Hortícola de Haarlem ha ofrecido una recompensa de 100.000 florines, dentro del ámbito de la tulipomanía que se extendió en aquella época. Sus planes serán truncados por la acusación de traición que pesa contra él y por los planes de un vecino envidioso, que conseguirán que ingrese en prisión. Sin embargo, el amor de la bella Rosa, hija de un carcelero, logrará que finalice sus propósitos.

En 1672 el pueblo holandés rechaza la república de los hermanos Johan y Cornelio de Witt para restablecer el estatuderato y entregárselo a Guillermo III de Orange-Nassau. Indiferente a los vaivenes políticos, el ahijado de Cornelio de Witt, Cornelio van Baerle, solo piensa en lograr un tulipán negro, por el que la Sociedad Hortícola de Haarlem ha ofrecido una recompensa de 100.000 florines, dentro del ámbito de la tulipomanía que se extendió en aquella época. Sus planes serán truncados por la acusación de traición que pesa contra él y por los planes de un vecino envidioso, que conseguirán que ingrese en prisión. Sin embargo, el amor de la bella Rosa, hija de un carcelero, logrará que finalice sus propósitos.

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Nadie, excepto el prisionero, se hallaba, pues, donde Gryphus creía que cada uno estaba.<br />

Rosa aparecía tan pocas veces delante de su padre desde que cuidaba del tulipán, que no fue hasta la<br />

hora de comer, es decir, al mediodía, cuando Gryphus se apercibió, a cuenta de su apetito, de que su<br />

hija estaba enfadada desde hacía ya mucho tiempo.<br />

La hizo llamar por uno de sus portallaves; luego, como éste descendiera anunciando que la había<br />

buscado y llamado en vano, resolvió buscarla y llamarla él mismo.<br />

Comenzó por dirigirse en derechura a la habitación de su hija; mas por mucho que golpeó en la<br />

puerta, Rosa no respondió.<br />

Llamó al cerrajero de la fortaleza; el cerrajero abrió la puerta, pero Gryphus no encontró a Rosa,<br />

como Rosa no había encontrado el tulipán.<br />

Rosa, en aquel momento, acababa de entrar en Rótterdam.<br />

Lo cual fue motivo de que Gryphus no la hallara en la cocina, como no la había hallado en la<br />

habitación, ni en el jardín como en la cocina ni en parte alguna.<br />

Juzguemos la cólera del carcelero cuando habiendo batido los alrededores, supo que su hija había<br />

alquilado un caballo y, como «Bradamante» o «Clorinda», había partido como una verdadera<br />

buscadora de aventuras, sin decir adónde iba.<br />

Gryphus subió furioso a la celda de Van Baerle, al que injurió, amenazó, removiendo todo su pobre<br />

mobiliario, prometiéndole el calabozo, prometiéndole el fondo de una mazmorra, prometiéndole<br />

hambre y azotes.<br />

Cornelius, sin ni siquiera escuchar lo que decía el carcelero, se dejó maltratar, injuriar, amenazar,<br />

permaneciendo triste, inmóvil, aniquilado, insensible a todas las emociones, muerto a todo temor.<br />

Después de haber buscado a Rosa por todos lados, Gryphus buscó a Jacob, y como no le halló, al<br />

igual que había ocurrido con su hija, supuso desde aquel momento que Jacob se la había llevado.<br />

Mientras tanto, la joven después de haber hecho un alto de dos horas en Rótterdam, se había puesto<br />

de nuevo en camino. Aquella misma noche se acostaba en Delft, y al día siguiente llegaba a Haarlem,<br />

cuatro horas después de que Boxtel hubiera hecho otro tanto.<br />

Rosa se hizo conducir enseguida a casa del presidente de la Sociedad Hortícola, maese Van Systens.<br />

Halló al digno ciudadano en una situación que no podríamos dejar de describir, sin faltar a todos<br />

nuestros deberes de pintor y de historiador.<br />

El presidente redactaba un informe al comité de la Sociedad.<br />

Este informe iba apareciendo sobre un gran papel y con la más bella escritura del presidente.<br />

Rosa se hizo anunciar bajo su simple nombre de Rosa Gryphus, pero este nombre, por sonoro que<br />

fuese, resultaba desconocido para el presidente, y Rosa fue rechazada. Es difícil forzar las consignas<br />

en Holanda, país de los diques y de las esclusas.<br />

Pero Rosa no se desanimó; se había impuesto una misión y se había jurado a sí misma no dejarse<br />

abatir ni por las malas acogidas, ni por las brutalidades, ni por las injurias.<br />

-Anunciad al señor presidente -dijo- que vengo a hablarle del tulipán negro.<br />

Estas palabras, no menos mágicas que el famoso «Sésamo, ábrete», de Las mil y una noches, le<br />

sirvieron de «pasaporte». Gracias a esas palabras, pudo penetrar hasta el despacho del presidente Van<br />

Systens, al que encontró galantemente en camino para venir a su encuentro.<br />

Era un buen hombre, pequeño, de cuerpo delgado, representando con bastante exactitud el tallo de<br />

una flor de la que la cabeza formaba el cáliz, dos brazos indeterminados y colgantes simulaban la<br />

doble hoja oblonga del tulipán y un cierto balanceo que le era habitual completaba su parecido con<br />

esta flor cuando la misma se inclina bajo el soplo del viento.<br />

Hemos dicho que se llamaba Van Systens.<br />

-Señorita -exclamó-, ¿decís que venís de parte del tulipán negro?<br />

Para el señor presidente de la Sociedad Hortícola, la Tulipa nigra era una potencia de primer orden,<br />

que podía muy bien, en su calidad de rey de los tulipanes, enviar embajadores.<br />

-Sí, señor -respondió Rosa-. Por lo menos, vengo a hablaros de él.<br />

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