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EL TULIPAN NEGRO

En 1672 el pueblo holandés rechaza la república de los hermanos Johan y Cornelio de Witt para restablecer el estatuderato y entregárselo a Guillermo III de Orange-Nassau. Indiferente a los vaivenes políticos, el ahijado de Cornelio de Witt, Cornelio van Baerle, solo piensa en lograr un tulipán negro, por el que la Sociedad Hortícola de Haarlem ha ofrecido una recompensa de 100.000 florines, dentro del ámbito de la tulipomanía que se extendió en aquella época. Sus planes serán truncados por la acusación de traición que pesa contra él y por los planes de un vecino envidioso, que conseguirán que ingrese en prisión. Sin embargo, el amor de la bella Rosa, hija de un carcelero, logrará que finalice sus propósitos.

En 1672 el pueblo holandés rechaza la república de los hermanos Johan y Cornelio de Witt para restablecer el estatuderato y entregárselo a Guillermo III de Orange-Nassau. Indiferente a los vaivenes políticos, el ahijado de Cornelio de Witt, Cornelio van Baerle, solo piensa en lograr un tulipán negro, por el que la Sociedad Hortícola de Haarlem ha ofrecido una recompensa de 100.000 florines, dentro del ámbito de la tulipomanía que se extendió en aquella época. Sus planes serán truncados por la acusación de traición que pesa contra él y por los planes de un vecino envidioso, que conseguirán que ingrese en prisión. Sin embargo, el amor de la bella Rosa, hija de un carcelero, logrará que finalice sus propósitos.

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El Tulipán Negro<br />

-¡El tulipán negro! -exclamó Van Baerle asomando la mitad de su cuerpo por la portezuela-.<br />

¿Dónde? ¿Dónde?<br />

-Allá abajo, sobre el trono, ¿lo veis?<br />

-¡Lo veo!<br />

-¡Vamos, señor! -dijo el oficial-. Ahora hay que partir.<br />

-¡Oh! Por piedad, por favor, señor -rogó Van Baerle-. No me llevéis. ¡Dejadme mirar todavía!<br />

¡Cómo, eso que veo allá abajo es el tulipán negro, bien negro...! ¿Es posible? ¡Oh, señor! ¿Lo habéis<br />

visto? Debe de tener manchas, debe de ser imperfecto, tal vez esté teñido de negro solamente: ¡oh!, si<br />

yo estuviera allí sabría decíroslo, señor; dejadme bajar, dejádmelo ver de cerca, os lo ruego.<br />

-¿Estáis loco, señor?<br />

-Os lo suplico.<br />

-Pero ¿olvidáis que estáis prisionero?<br />

-Soy un prisionero, es verdad, pero soy un hombre de honor; y por mi honor, señor, no me escaparé,<br />

no intentaré huir. ¡Dejadme solamente mirar la flor!<br />

-Pero ¿mis órdenes, señor?<br />

Y el oficial hizo un nuevo movimiento para ordenar al soldado que reemprendiera el camino.<br />

Cornelius le detuvo una vez más.<br />

-¡Oh! Sed paciente, sed generoso, toda mi vida descansa en un gesto de vuestra piedad. ¡Ay! Mi<br />

vida, señor, no será probablemente muy larga ahora. ¡Ah! Vos no sabéis lo que yo sufro; vos no sabéis<br />

todo lo que combate en mi cabeza y en mi corazón; porque en fin -continuó Cornelius con<br />

desesperación-, si fuera mi tulipán, si fuera el que le han robado a Rosa, ¡oh, señor! Comprendéis bien<br />

lo que es haber hallado el tulipán negro, haberlo visto un instante, haber reconocido que era perfecto,<br />

que era a la vez una obra maestra del arte y de la Naturaleza y perderla, perderla para siempre. ¡Oh! Es<br />

preciso que vaya a verlo. Me mataréis después si queréis, pero lo veré, lo veré.<br />

-Callad, desdichado, y no os asoméis, porque aquí esta ya la escolta de Su Alteza el estatúder que<br />

cruza la vuestra, y si el príncipe observa un escándalo, oye un ruido, ése sería vuestro fin y el mío.<br />

Van Baerle, todavía más asustado por su compañero que por sí mismo, volvió a echarse en el<br />

asiento, pero no pudo mantenerse allí ni medio minuto, y apenas acababan de pasar los veinte primeros<br />

jinetes cuando se asomó de nuevo a la portezuela, gesticulando y suplicando al estatúder, precisamente<br />

en el momento en que éste pasaba por su lado.<br />

Guillermo, impasible y sencillo, como de costumbre, se dirigía a la plaza para cumplir con su deber<br />

de presidente. Tenía en la mano su rollo de vitela que, en esta jornada de fiesta, se había convertido en<br />

su bastón de mando.<br />

Viendo a ese hombre que gesticulaba y suplicaba, reconociendo también quizá al oficial que<br />

acompañaba a ese hombre, el príncipe estatúder dio la orden de detenerse.<br />

En el mismo instante, sus caballos estremeciéndose bajo sus corvejones de acero, hicieron alto a seis<br />

pasos de Van Baerle, encajado en su carroza.<br />

-¿Qué es esto? -preguntó el príncipe al oficial que, a la primera orden del estatúder, había saltado del<br />

coche y se acercaba respetuosamente a él.<br />

-Monseñor -contestó-, es el prisionero de Estado que, por vuestra orden, a ido a buscar a Loevestein,<br />

y que os lo traía a Haarlem, como Vuestra Alteza deseaba.<br />

-¿Qué quiere?<br />

-Pide con insistencia que se le permita detenerse un instante aquí.<br />

-Para ver el tulipán negro, monseñor -gritó Van Baerle, juntando las manos- y luego, cuando lo haya<br />

visto, cuando sepa lo que debo saber, moriré, si es pre ciso, pero al morir bendeciré a Vuestra Alteza<br />

misericordiosa, intermediaria entre la divinidad y yo; a Vuestra Alteza que permitirá que mi obra haya<br />

tenido un fin y su glorificación.<br />

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