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EL TULIPAN NEGRO

En 1672 el pueblo holandés rechaza la república de los hermanos Johan y Cornelio de Witt para restablecer el estatuderato y entregárselo a Guillermo III de Orange-Nassau. Indiferente a los vaivenes políticos, el ahijado de Cornelio de Witt, Cornelio van Baerle, solo piensa en lograr un tulipán negro, por el que la Sociedad Hortícola de Haarlem ha ofrecido una recompensa de 100.000 florines, dentro del ámbito de la tulipomanía que se extendió en aquella época. Sus planes serán truncados por la acusación de traición que pesa contra él y por los planes de un vecino envidioso, que conseguirán que ingrese en prisión. Sin embargo, el amor de la bella Rosa, hija de un carcelero, logrará que finalice sus propósitos.

En 1672 el pueblo holandés rechaza la república de los hermanos Johan y Cornelio de Witt para restablecer el estatuderato y entregárselo a Guillermo III de Orange-Nassau. Indiferente a los vaivenes políticos, el ahijado de Cornelio de Witt, Cornelio van Baerle, solo piensa en lograr un tulipán negro, por el que la Sociedad Hortícola de Haarlem ha ofrecido una recompensa de 100.000 florines, dentro del ámbito de la tulipomanía que se extendió en aquella época. Sus planes serán truncados por la acusación de traición que pesa contra él y por los planes de un vecino envidioso, que conseguirán que ingrese en prisión. Sin embargo, el amor de la bella Rosa, hija de un carcelero, logrará que finalice sus propósitos.

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XXIX<br />

En Donde Van Baerle, Antes De<br />

Abandonar Loevestein, Arregla<br />

Sus Cuentas Con Gryphus<br />

Ambos permanecieron quietos un instante, Gryphus a la ofensiva, Van Baerle a la defensiva.<br />

Lue go, como la situación podía prolongarse indefinidamente, Cornelius se interesó por las causas de<br />

este recrudecimiento en la cólera de su antagonista:<br />

-¡Y bien! -preguntó-. ¿Qué más quieres todavía?<br />

-Voy a decirte lo que quiero -respondió Gryphus-. Quiero que me devuelvas a mi hija Rosa.<br />

-¡Tu hija! -exclamó Cornelius.<br />

-¡Sí, Rosa! Rosa a la que me has quitado con tu arte demoníaco. Vamos, ¿quieres decirme dónde<br />

está?<br />

Y la actitud de Gryphus se hizo cada vez más amenazante.<br />

-¿Rosa no está en Loevestein? -se extrañó Cor nelius.<br />

-Tú lo sabes bien. Una vez más, ¿quieres devolverme a Rosa?<br />

-Bueno -dijo Cornelius-, ésta es una trampa que me tiendes.<br />

-Por última vez, ¿quieres decirme dónde está mi hija?<br />

-¡Ah! Adivínalo, bribón, si es que no lo sabes.<br />

-Espera, espera -gruñó Gryphus, pálido y con los labios agitados por la locura que comenzaba a<br />

invadir su cerebro-. ¡Ah! ¿No quieres decir nada? ¡Pues bien! Voy a despegarte los dientes con este<br />

cuchillo.<br />

Dio un paso hacia Cornelius, y mostrándole el arma que brillaba en su mano, dijo:<br />

-¿Ves este cuchillo? Con él he matado más de cincuenta gallos negros. Mataré también a su amo, el<br />

diablo, como los he matado a ellos, ¡espera, espera!<br />

-Pero, miserable -exclamó Cornelius-, ¡estás, pues, decidido a asesinarme!<br />

-Quiero abrirte el corazón, para ver dentro el lu gar donde ocultas a mi hija.<br />

Y diciendo estas palabras, con la ofuscación de la fiebre, Gryphus se precipitó sobre Cornelius, que<br />

apenas tuvo tiempo para saltar detrás de la mesa a fin de evitar el primer golpe.<br />

Gryphus blandía su gran cuchillo profiriendo horribles amenazas.<br />

Cornelius previó que si se hallaba fuera del alcance de la mano, no lo estaba fuera del alcance del<br />

arma, que lanzada a distancia podía atravesar el espacio, y venir a hundirse en su pecho; no perdió,<br />

pues, el tiempo, y con el garrote que había conservado cuidadosamente, asestó un vigoroso golpe<br />

sobre la muñeca que sostenía el cuchillo.<br />

El cuchillo cayó a tierra, y Cornelius apoyó su pie encima.<br />

Luego, como Gryphus parecía dispuesto a entablar una lucha a la que el dolor del garrotazo y la<br />

vergüenza de haber sido desarmado dos veces habrían convertido en implacable, Cornelius tomó una<br />

gran decisión.<br />

Arrolló a golpes a su carcelero con una sangre fría de las más heroicas, escogiendo el lugar donde<br />

caía cada vez la terrible estaca.<br />

Gryphus no tardó en pedir gracia.<br />

Pero antes de pedir gracia, había gritado, y mucho; sus gritos habían sido oídos y habían puesto en<br />

conmoción a todos los empleados de la casa. Dos portallaves, un inspector y tres o cuatro guardias,<br />

aparecieron de repente y sorprendieron a Cornelius operando con el garrote en la mano, el cuchillo<br />

bajo el pie.<br />

Ante el aspecto de todos estos testimonios de la fechoría que acababa de cometer, y cuyas<br />

circunstancias atenuantes, como se dice hoy en día, eran desconocidas, Cornelius se sintió perdido sin<br />

remedio.<br />

En efecto, todas las apariencias se hallaban en su contra.<br />

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