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EL TULIPAN NEGRO

En 1672 el pueblo holandés rechaza la república de los hermanos Johan y Cornelio de Witt para restablecer el estatuderato y entregárselo a Guillermo III de Orange-Nassau. Indiferente a los vaivenes políticos, el ahijado de Cornelio de Witt, Cornelio van Baerle, solo piensa en lograr un tulipán negro, por el que la Sociedad Hortícola de Haarlem ha ofrecido una recompensa de 100.000 florines, dentro del ámbito de la tulipomanía que se extendió en aquella época. Sus planes serán truncados por la acusación de traición que pesa contra él y por los planes de un vecino envidioso, que conseguirán que ingrese en prisión. Sin embargo, el amor de la bella Rosa, hija de un carcelero, logrará que finalice sus propósitos.

En 1672 el pueblo holandés rechaza la república de los hermanos Johan y Cornelio de Witt para restablecer el estatuderato y entregárselo a Guillermo III de Orange-Nassau. Indiferente a los vaivenes políticos, el ahijado de Cornelio de Witt, Cornelio van Baerle, solo piensa en lograr un tulipán negro, por el que la Sociedad Hortícola de Haarlem ha ofrecido una recompensa de 100.000 florines, dentro del ámbito de la tulipomanía que se extendió en aquella época. Sus planes serán truncados por la acusación de traición que pesa contra él y por los planes de un vecino envidioso, que conseguirán que ingrese en prisión. Sin embargo, el amor de la bella Rosa, hija de un carcelero, logrará que finalice sus propósitos.

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El Tulipán Negro<br />

-Después de todo, no se trata más que de, un tulipán -añadió Gryphus un poco avergonzado-. Os<br />

daremos tantos tulipanes como deseéis, tengo trescientos en mi desván.<br />

-¡Al diablo vuestros tulipanes! -exclamó Cornelius-. No valen más de lo que vos mismo valéis. ¡Oh!<br />

¡Cien mil millones de millones! Si los tuviera, los daría por el que habéis aplastado.<br />

-¡Ah! -exclamó Gryphus triunfante-. Ya veis que no es un tulipán lo que vos teníais. Ya veis que en<br />

esta falsa cebolla había alguna brujería, tal vez un medio de correspondencia con los enemigos de Su<br />

Alteza, que os perdonó. Ya decía yo que se había equivocado al no cortaros el cuello.<br />

-¡Padre mío! ¡Padre mío! -exclamaba Rosa.<br />

-¡Pues bien! ¡Tanto mejor! ¡Tanto mejor! -repe tía Gryphus animándose-. Yo lo he destruido, yo lo<br />

he destruido. ¡Y así lo haré cada vez que vos comencéis de nuevo! ¡Ah! Ya os había avisado, mi guapo<br />

amigo, que os haría la vida dura.<br />

-¡Maldito! ¡Maldito! -gritó Cornelius mientras completamente desesperado revolvía con sus dedos<br />

temblorosos los últimos vestigios de su bulbo, cadáver de tantas alegrías y tantas esperanzas.<br />

-Plantaremos el otro mañana, querido señor Cornelius -dijo en voz baja Rosa, que comprendía el inmenso<br />

dolor del tulipanero y que lanzó -corazón santo- aquellas dulces palabras como una gota de<br />

bálsamo en la herida sangrante de Cornelius.<br />

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