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EL TULIPAN NEGRO

En 1672 el pueblo holandés rechaza la república de los hermanos Johan y Cornelio de Witt para restablecer el estatuderato y entregárselo a Guillermo III de Orange-Nassau. Indiferente a los vaivenes políticos, el ahijado de Cornelio de Witt, Cornelio van Baerle, solo piensa en lograr un tulipán negro, por el que la Sociedad Hortícola de Haarlem ha ofrecido una recompensa de 100.000 florines, dentro del ámbito de la tulipomanía que se extendió en aquella época. Sus planes serán truncados por la acusación de traición que pesa contra él y por los planes de un vecino envidioso, que conseguirán que ingrese en prisión. Sin embargo, el amor de la bella Rosa, hija de un carcelero, logrará que finalice sus propósitos.

En 1672 el pueblo holandés rechaza la república de los hermanos Johan y Cornelio de Witt para restablecer el estatuderato y entregárselo a Guillermo III de Orange-Nassau. Indiferente a los vaivenes políticos, el ahijado de Cornelio de Witt, Cornelio van Baerle, solo piensa en lograr un tulipán negro, por el que la Sociedad Hortícola de Haarlem ha ofrecido una recompensa de 100.000 florines, dentro del ámbito de la tulipomanía que se extendió en aquella época. Sus planes serán truncados por la acusación de traición que pesa contra él y por los planes de un vecino envidioso, que conseguirán que ingrese en prisión. Sin embargo, el amor de la bella Rosa, hija de un carcelero, logrará que finalice sus propósitos.

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concebirse cómo esos alientos emponzoñados de envidia y de cólera no se filtraban en los tallos de las<br />

flores para llevarles los principios de decadencia y los gérmenes de muerte.<br />

Una vez el mal adueñado de un alma humana, hace en ella tan rápidos progresos, que pronto Boxtel<br />

no se conformó con ver a Van Baerle, y quiso ver también sus flores: en el fondo era un artista, y la<br />

obra de arte de un rival tan calificado le atenazaba y corroía el corazón.<br />

Compró un telescopio con ayuda del cual, tan bien como al mismo rival, pudo seguir cada evolución<br />

de la flor, desde el momento en que saca, el primer año, su pálida yema fuera de la tierra, hasta que,<br />

después de ha ber cumplido su período de cinco años, redondea su no ble y gracioso cilindro sobre el<br />

que aparece el incierto matiz de su color y se desarrollan los pétalos de la flor, que solamente entonces<br />

revela los tesoros secretos de su cáliz.<br />

¡Oh, cuántas veces el desgraciado celoso, inclinado sobre su escala, percibió en las platabandas de<br />

Van Baerle tulipanes que le cegaban por su belleza, le sofocaban por su perfección!<br />

Entonces, después del período de admiración que no podía vencer, sufría la fiebre de la envidia, ese<br />

mal que roe el pecho y que transforma el corazón en una miríada de pequeñas serpientes que se<br />

devoran la una a la otra, fuente infame de horribles dolores.<br />

Cuántas voces en medio de sus torturas, de las que ninguna descripción podría dar una idea, Boxtel<br />

estuvo tentado de saltar por la noche al jardín, destrozar las plantas, devorar las cebollas con los<br />

dientes, y sacrificar a su cólera al mismo propietario si se atrevía a defender sus tulipanes.<br />

¡Pero matar un tulipán, a los ojos de un verdadero horticultor, es un crimen tan espantoso!<br />

Matar a un hombre, puede ser excusable.<br />

Sin embargo, gracias a los progresos que realizaba todos los días Van Baerle en la ciencia que<br />

parecía adivinar por instinto, Boxtel llegó a tal paroxismo de furor que pensó tirar piedras y palos en<br />

los parterres de tulipanes de su vecino.<br />

Pero como reflexionó que al día siguiente, a la vista del destrozo, Van Baerle se informaría, que se<br />

comprobaría entonces que la calle estaba lejana, que las pie dras y los palos no caen del cielo en el<br />

siglo XVII como en los tiempos de los amalecitas, que el autor del crimen, aunque hubiera operado<br />

por la noche, sería descubierto y no solamente castigado por la ley, sino también deshonrado para<br />

siempre a los ojos de la Europa tulipanera, Boxtel aguzó el odio por la astucia y resolvió emplear un<br />

medio que no le comprometiera.<br />

Una noche, ató dos gatos, cada uno por una pata trasera con un bramante de tres metros de longitud,<br />

y los lanzó desde lo alto del muro, en medio de la platabanda maestra, de la platabanda magnífica, de<br />

la platabanda real, que no solamente contenía el Corneille de Witt, sino también el Babançonne,<br />

blanco de leche, púrpura y rojo; el Marbrée, de Rotre, gris amarillo, rojo y encarnado brillante; y el<br />

Merveille, de Haarlem; el tulipán Colombin obscur y Colombin clair terni.<br />

Los asustados animales, cayendo de lo alto al pie del muro, rodaron primero sobre la platabanda,<br />

intentando huir cada uno por su lado, hasta que e l hilo que los retenía juntos quedó tenso; pero<br />

entonces, sintiendo la imposibilidad de ir más lejos, vagaron inciertos con espantosos maullidos,<br />

segando con su cuerda las flores en medio de las cuales se debatieron hasta que, por último, después<br />

de un cuarto de hora de lucha encarnizada, habiendo conseguido romper el hilo que los unía, desaparecieron.<br />

Boxtel, oculto detrás de su sicomoro, no veía nada a causa de la oscuridad de la noche; pero a juzgar<br />

por los maullidos rabiosos de los dos gatos, lo suponía todo, y su corazón, aliviado de la hiel, se<br />

hinchaba de alegría.<br />

El deseo de asegurarse del destrozo cometido era tan grande en el corazón de Boxtel, que se quedó<br />

hasta el alba para juzgar por sus propios ojos del estado en que la lucha de los dos gatos por la libertad<br />

había dejado las platabandas de su vecino.<br />

Estaba helado por la neblina de la madrugada, pero no sentía el frío: la esperanza de su venganza le<br />

mantenía caliente.<br />

El dolor de su rival iba a pagarle todas sus penas.<br />

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