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EL TULIPAN NEGRO

En 1672 el pueblo holandés rechaza la república de los hermanos Johan y Cornelio de Witt para restablecer el estatuderato y entregárselo a Guillermo III de Orange-Nassau. Indiferente a los vaivenes políticos, el ahijado de Cornelio de Witt, Cornelio van Baerle, solo piensa en lograr un tulipán negro, por el que la Sociedad Hortícola de Haarlem ha ofrecido una recompensa de 100.000 florines, dentro del ámbito de la tulipomanía que se extendió en aquella época. Sus planes serán truncados por la acusación de traición que pesa contra él y por los planes de un vecino envidioso, que conseguirán que ingrese en prisión. Sin embargo, el amor de la bella Rosa, hija de un carcelero, logrará que finalice sus propósitos.

En 1672 el pueblo holandés rechaza la república de los hermanos Johan y Cornelio de Witt para restablecer el estatuderato y entregárselo a Guillermo III de Orange-Nassau. Indiferente a los vaivenes políticos, el ahijado de Cornelio de Witt, Cornelio van Baerle, solo piensa en lograr un tulipán negro, por el que la Sociedad Hortícola de Haarlem ha ofrecido una recompensa de 100.000 florines, dentro del ámbito de la tulipomanía que se extendió en aquella época. Sus planes serán truncados por la acusación de traición que pesa contra él y por los planes de un vecino envidioso, que conseguirán que ingrese en prisión. Sin embargo, el amor de la bella Rosa, hija de un carcelero, logrará que finalice sus propósitos.

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El Tulipán Negro<br />

XVI<br />

Maestro Y Alumna<br />

El infeliz Gryphus, como ha podido verse, se hallaba lejos de participar de la buena voluntad de su<br />

hija por el ahijado de Corneille de Witt.<br />

No había más que cinco prisioneros en Loevestein; la tarea de guardián no era, pues, difícil de<br />

realizar, y la cárcel era una especie de sinecura dada la edad de Gryphus.<br />

Pero en su celo, el digno carcelero había agrandado con toda la potencia de su imaginación la tarea<br />

que le habían impuesto. Para él, Cornelius había adquirido la proporción gigantesca de un criminal de<br />

primer orden. Se había convertido, en consecuencia, en el más peligroso de sus prisioneros. Vigilaba<br />

cada uno de sus pasos, no le abord aba más que con el rostro airado, haciéndole sentir la carga de lo<br />

que él llamaba su espantosa rebelión contra el elemento estatúder.<br />

Entraba tres veces por día en la celda de Van Baerle, esperando sorprenderlo en falta, pero Cornelius<br />

había renunciado a sus corresponsales desde que tenía su correspondencia bajo mano. Era incluso<br />

probable que Cornelius, si hubiera obtenido su libertad entera y el permiso completo para retirarse<br />

donde hubiese querido, le habría parecido preferible el domicilio de la prisión con Rosa y sus bulbos a<br />

cualquier otro domicilio sin sus bulbos y sin Rosa.<br />

Y es que, en efecto, cada noche a las nueve, Rosa había prometido venir a charlar con el querido<br />

prisionero, y desde la primera noche, como hemos visto, mantuvo su palabra.<br />

Al día siguiente, subió como la víspera, con el mismo misterio y las mismas precauciones. Sólo que<br />

se había prometido a sí misma no acercar demasiado su rostro al enrejado. Por otra parte, para abordar<br />

desde el primer momento una conversación que pudiera ocupar seriamente a Van Baerle, comenzó por<br />

tenderle a través del enrejado sus tres bulbos siempre envueltos en el mismo papel.<br />

Mas, con gran asombro de Rosa, Van Baerle rechazó su blanca mano con la punta de los dedos.<br />

El joven había reflexionado.<br />

-Escuchadme -dijo-, arriesgaríamos demasiado, creo, poniendo toda nuestra fortuna en el mismo<br />

saco. Pensad que se trata, mi querida Rosa, de realizar una empresa que se considera hasta hoy como<br />

imposible. Se trata de hacer florecer el gran tulipán negro. Tomemos, pues, todas nuestras<br />

precauciones, con el fin de que, si fracasamos, no tengamos nada que reprocharnos. Así es como he<br />

calculado que conseguiremos nuestro objetivo.<br />

Rosa prestó toda su atención a lo que iba a decirle el prisionero, y ello más por la importancia que le<br />

concedía el desgraciado tulipanero que por la que le concedía ella misma.<br />

-Así es -repitió Cornelius- cómo he calculado nuestra común cooperación en este gran asunto.<br />

-Escucho -dijo Rosa.<br />

-Vos ¿tendréis en esta fortaleza un pequeño jardín, a falta de jardín un patio cualquiera y a falta de<br />

patio una terraza?<br />

-Tenemos un bonito jardín -explicó Rosa-. Se extiende a lo largo del Waal y está lleno de añosos árboles.<br />

-¿Podéis, querida Rosa, traerme un poco de la tierra de ese jardín, a fin de que la examine?<br />

-Mañana mismo.<br />

-La cogeréis de la sombra y del sol para que la juzgue en sus dos cualidades, bajo las dos<br />

condiciones de sequedad y de humedad.<br />

-Estad tranquilo.<br />

-Una vez escogida la tierra por mí y modificada si es preciso, haremos tres partes de nuestros tres<br />

bulbos, tomaréis uno que plantaréis el día que os diga; florecerá ciertamente si lo cuidáis según mis<br />

indicaciones.<br />

-No me alejaré de él ni un segundo.<br />

-Me daréis otro que intentaré criar aquí en mi habitación, lo que me ayudará a pasar estas largas<br />

horas durante las cuales no os veo. Apenas tengo esperanzas de conseguirlo, os lo confieso, y por<br />

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