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EL TULIPAN NEGRO

En 1672 el pueblo holandés rechaza la república de los hermanos Johan y Cornelio de Witt para restablecer el estatuderato y entregárselo a Guillermo III de Orange-Nassau. Indiferente a los vaivenes políticos, el ahijado de Cornelio de Witt, Cornelio van Baerle, solo piensa en lograr un tulipán negro, por el que la Sociedad Hortícola de Haarlem ha ofrecido una recompensa de 100.000 florines, dentro del ámbito de la tulipomanía que se extendió en aquella época. Sus planes serán truncados por la acusación de traición que pesa contra él y por los planes de un vecino envidioso, que conseguirán que ingrese en prisión. Sin embargo, el amor de la bella Rosa, hija de un carcelero, logrará que finalice sus propósitos.

En 1672 el pueblo holandés rechaza la república de los hermanos Johan y Cornelio de Witt para restablecer el estatuderato y entregárselo a Guillermo III de Orange-Nassau. Indiferente a los vaivenes políticos, el ahijado de Cornelio de Witt, Cornelio van Baerle, solo piensa en lograr un tulipán negro, por el que la Sociedad Hortícola de Haarlem ha ofrecido una recompensa de 100.000 florines, dentro del ámbito de la tulipomanía que se extendió en aquella época. Sus planes serán truncados por la acusación de traición que pesa contra él y por los planes de un vecino envidioso, que conseguirán que ingrese en prisión. Sin embargo, el amor de la bella Rosa, hija de un carcelero, logrará que finalice sus propósitos.

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XXX<br />

En El Que Se Comienza A Imaginar<br />

Cuál Era El Suplicio Reservado<br />

A Cornelius Van Baerle<br />

El coche rodó todo el día. Dejó Dordrecht a la izquierda, atravesó Rótterdam, alcanzó Delft. A las<br />

cinco de la tarde había recorrido, por lo menos, veinte leguas.<br />

Cornelius dirigió algunas preguntas al oficial que le servía a la vez de guardia y de compañero, pero,<br />

por circunspectas que fueran sus demandas, tuvo el disgusto de verlas sin respuesta.<br />

Cornelius lamentó no tener a su lado a aquel guardia tan complaciente que hablaba sin hacérselo de<br />

rogar.<br />

Sin duda, le hubiera proporcionado sobre los motivos de ésta, su extraña tercera aventura, detalles<br />

tan graciosos y explicaciones tan precisas como sobre las dos primeras.<br />

Pasaron la noche en el coche. Al día siguiente, al alba, Cornelius se halló más allá de Leiden,<br />

teniendo al mar del Norte a su izquierda y al mar de Haarlem a su derecha.<br />

Tres horas después entraban en Haarlem.<br />

Cornelius no sabía en absoluto lo que había ocurrido en Haarlem, y nosotros le dejaremos en esta<br />

ignorancia hasta que sea sacado de ella por los acontecimientos.<br />

Pero no puede suceder lo mismo con el lector, que tiene el derecho de ser puesto al corriente de las<br />

cosas, incluso antes que nuestro héroe.<br />

Hemos visto que Rosa y el tulipán, como dos hermanos o como dos huérfanos, habían sido dejados,<br />

por el príncipe de Orange, en casa del presidente Van Systens.<br />

Rosa no recibió ninguna noticia del estatúder antes de la tarde del día en que lo había visto de frente.<br />

Hacia la tarde, un oficial entró en la casa de Van Systens: venía de parte de Su Alteza a invitar a<br />

Rosa a que se llegara al Ayuntamiento.<br />

Allí, en la gran sala de las deliberaciones donde fue introducida, halló al príncipe, que escribía.<br />

Estaba solo y tenía a sus pies un gran lebrel de Frisia que le miraba fijamente, como si el fiel animal<br />

quisiera intentar hacer lo que ningún hombre podía hacer... leer en el pensamiento de su amo.<br />

Guillermo continuó escribiendo un instante todavía; luego, levantando la mirada y viendo a Rosa de<br />

pie cerca de la puerta:<br />

-Acercaos, señorita -dijo sin dejar lo que escribía.<br />

Rosa dio unos pasos hacia la mesa.<br />

-Monseñor -saludó deteniéndose.<br />

-Está bien -contestó el príncipe-. Sentaos.<br />

Rosa obedeció, porque el príncipe la miraba. Pero apenas el príncipe hubo vuelto los ojos sobre el<br />

papel, se retiró avergonzada.<br />

El príncipe acabó su carta.<br />

Durante ese tiempo, el lebrel había acudido ante Rosa y la había examinado y acariciado.<br />

¡Ah! ¡Ah! -exclamó Guillermo dirigiéndose a su perro-. Bien se ve que es una compatriota; la<br />

reconoces.<br />

Luego, volviéndose hacia Rosa y fijando sobre ella su mirada escrutadora y velada al mismo tiempo,<br />

dijo:<br />

-Veamos, hija mía...<br />

El príncipe tenía veintitrés años, Rosa dieciocho o veinte; habría hablado mejor diciendo mi<br />

hermana.<br />

-Hija mía -repitió con ese acento extrañamente imponente que helaba a todos los que se le<br />

acercaban-, estamos solos, charlemos. No temáis y hablad confiada.<br />

Todos los miembros de Rosa empezaron a temblar y, sin embargo, no había más que benevolencia<br />

en la fisonomía del príncipe.<br />

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