01.02.2019 Views

EL TULIPAN NEGRO

En 1672 el pueblo holandés rechaza la república de los hermanos Johan y Cornelio de Witt para restablecer el estatuderato y entregárselo a Guillermo III de Orange-Nassau. Indiferente a los vaivenes políticos, el ahijado de Cornelio de Witt, Cornelio van Baerle, solo piensa en lograr un tulipán negro, por el que la Sociedad Hortícola de Haarlem ha ofrecido una recompensa de 100.000 florines, dentro del ámbito de la tulipomanía que se extendió en aquella época. Sus planes serán truncados por la acusación de traición que pesa contra él y por los planes de un vecino envidioso, que conseguirán que ingrese en prisión. Sin embargo, el amor de la bella Rosa, hija de un carcelero, logrará que finalice sus propósitos.

En 1672 el pueblo holandés rechaza la república de los hermanos Johan y Cornelio de Witt para restablecer el estatuderato y entregárselo a Guillermo III de Orange-Nassau. Indiferente a los vaivenes políticos, el ahijado de Cornelio de Witt, Cornelio van Baerle, solo piensa en lograr un tulipán negro, por el que la Sociedad Hortícola de Haarlem ha ofrecido una recompensa de 100.000 florines, dentro del ámbito de la tulipomanía que se extendió en aquella época. Sus planes serán truncados por la acusación de traición que pesa contra él y por los planes de un vecino envidioso, que conseguirán que ingrese en prisión. Sin embargo, el amor de la bella Rosa, hija de un carcelero, logrará que finalice sus propósitos.

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

suplico, señor, haced venir aquí, delante de vos y ante mí, a ese señor Boxtel, del que yo afirmo es<br />

Mynheer Jacob, y juro a Dios dejarle la propiedad de su tulipán si no reconozco ni al tulipán ni a su<br />

propietario.<br />

-¡Pardiez! La bella se anticipa -dijo Von Systens.<br />

-¿Qué queréis decir?<br />

-¿Os puedo preguntar qué probará esto cuando vos los hayáis reconocido?<br />

-Pero, en fin -dijo Rosa desesperada-, vos sois un hombre honrado, señor. ¡Pues bien! No solamente<br />

vais a dar un premio a un hombre por una obra que no ha realizado, sino por una obra robada.<br />

Tal vez el acento de Rosa produjo una cierta convicción en el corazón de Van Systens, e iba éste a<br />

responder más dulcemente a la pobre chica, cuando se dejó oír un gran tumulto en la calle, que parecía<br />

pura y simplemente ser un aumento del alboroto que Rosa ya había oído, sin concederle importancia,<br />

en la Grote-Markt, y que no había podido despertarla de su ferviente plegaria.<br />

Unas estrepitosas aclamaciones sacudieron la casa. Van Systens prestó atención a esas<br />

exclamaciones que para Rosa no habían sido más que un alboroto primeramente, y ahora no eran más<br />

que un ruido ordinario.<br />

-¿Qué es esto? -exclamó el burgomaestre-. ¿Qué es esto? ¿Será posible lo que he oído? No puedo dar<br />

crédito a mis oídos.<br />

Y se precipitó hacia su antecámara, sin preocuparse más de Rosa, a la que dejó en su despacho.<br />

Apenas llegado a su antecámara, Van Systens lanzó un gran grito al percibir el espectáculo de su<br />

escalera invadida hasta el vestíbulo.<br />

Acompañado, o más bien seguido por la multitud, un hombre joven, vestido simplemente con un<br />

traje de terciopelo violeta bordado en plata, subía con noble lentitud los escalones de piedra, brillantes<br />

de blancura y de limpieza.<br />

Detrás de él marchaban dos oficiales, uno de marina y otro de caballería.<br />

Van Systens, abriéndose paso en medio de sus criados asustados, vino a inclinarse, a prosternarse<br />

casi delante del recién llegado que causaba todo aquel alboroto.<br />

-¡Monseñor! -exclamó-. Monseñor, Vuestra Alteza en mi casa. Glorioso honor para siempre para mi<br />

humilde mansión.<br />

-Querido señor Van Systens -dijo Guillermo de Orange con una serenidad que, en él, reemplazaba a<br />

la sonrisa-, yo soy un verdadero holandés, me gusta el agua, la cerveza y las flores, a voces incluso ese<br />

queso que tanto estiman los franceses; entre las flores, la que yo prefiero son, naturalmente, los<br />

tulipanes, la que yo prefiero es, naturalmente, el tulipán. He oído decir en Leiden que la ciudad de<br />

Haarlem poseía, por fin, el tulipán negro y, después de haberme asegurado que la noticia era<br />

verdadera, aunque increíble, vengo a pedir confirmación al presidente de la Sociedad Hortícola.<br />

-¡Oh! Monseñor, monseñor -contestó Van Systens arrebatado-, qué gloria para la Sociedad si sus trabajos<br />

agradan a Vuestra Alteza.<br />

-¿Tenéis la flor aquí? -preguntó el príncipe, que sin duda se arrepentía ya de haber hablado tanto.<br />

-Por desgracia, no, monseñor, no la tengo aquí.<br />

-¿Y dónde está?<br />

-En casa de su propietario.<br />

-¿Quién es ese propietario?<br />

-Un valiente tulipanero de Dordrecht.<br />

-¿De Dordrecht?<br />

-Sí.<br />

-¿Y se llama...?<br />

-Boxtel.<br />

-¿Se aloja...?<br />

-En el Cisne Blanco, voy a llamarlo, y si, mientras tanto, Vuestra Alteza me hace el honor de entrar<br />

en el salón, él se apresurará, sabiendo que monseñor está aquí, a traer el tulipán a monseñor.<br />

108

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!