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EL TULIPAN NEGRO

En 1672 el pueblo holandés rechaza la república de los hermanos Johan y Cornelio de Witt para restablecer el estatuderato y entregárselo a Guillermo III de Orange-Nassau. Indiferente a los vaivenes políticos, el ahijado de Cornelio de Witt, Cornelio van Baerle, solo piensa en lograr un tulipán negro, por el que la Sociedad Hortícola de Haarlem ha ofrecido una recompensa de 100.000 florines, dentro del ámbito de la tulipomanía que se extendió en aquella época. Sus planes serán truncados por la acusación de traición que pesa contra él y por los planes de un vecino envidioso, que conseguirán que ingrese en prisión. Sin embargo, el amor de la bella Rosa, hija de un carcelero, logrará que finalice sus propósitos.

En 1672 el pueblo holandés rechaza la república de los hermanos Johan y Cornelio de Witt para restablecer el estatuderato y entregárselo a Guillermo III de Orange-Nassau. Indiferente a los vaivenes políticos, el ahijado de Cornelio de Witt, Cornelio van Baerle, solo piensa en lograr un tulipán negro, por el que la Sociedad Hortícola de Haarlem ha ofrecido una recompensa de 100.000 florines, dentro del ámbito de la tulipomanía que se extendió en aquella época. Sus planes serán truncados por la acusación de traición que pesa contra él y por los planes de un vecino envidioso, que conseguirán que ingrese en prisión. Sin embargo, el amor de la bella Rosa, hija de un carcelero, logrará que finalice sus propósitos.

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83<br />

El Tulipán Negro<br />

-¡Oh! Perdonadme, Rosa -se excusó-. Yo os conozco, sé la bondad y la honestidad de vuestro<br />

corazón. A vos, Dios os ha dado el pensamiento, el juicio, la fuerza y el movimiento para defenderos,<br />

pero a mi pobre tulipán amenazado, Dios no le ha dado nada de todo eso.<br />

Rosa no respondió a esta excusa del prisionero y continuó:<br />

-Desde el momento en que ese hombre, que me había seguido al jardín y al que había reconocido<br />

como Jacob, os inquietaba, me inquietaba a mí mucho más todavía. Hice, pues, lo que me habíais<br />

dicho, a la mañana siguiente del día en que os vi por última vez y en el que me dijisteis...<br />

Cornelius la interrumpió.<br />

-Perdón, una vez más, Rosa -exclamó-. Me equivoqué al deciros lo que os dije. Ya os he pedido mi<br />

perdón por aquella fatal palabra. Os lo pido de nuevo. ¿Será, pues, siempre en vano?<br />

-A la mañana siguiente a aquel día -prosiguió Rosa-, acordándome de lo que me habíais dicho... de<br />

la trampa a emplear para asegurarme si era a mí o al tulipán a quien ese odioso hombre seguía...<br />

-Sí, odioso... No es verdad -murmuró él- que vos odiéis realmente a ese hombre.<br />

-Sí, le odio -afirmó Rosa- ¡porque es la causa de que esté sufriendo tanto desde hace ocho días!<br />

-¡Ah! ¿Vos también habéis sufrido, entonces? Gracias por esta hermosa palabra, Rosa.<br />

-A la mañana siguiente de aquel desgraciado día -continuó Rosa- bajé al jardín, y avancé hacia la<br />

platabanda donde debía plantar el tulipán, siempre mirando detrás de mí si, esta vez como la otra, era<br />

seguida.<br />

-¿Y bien? -preguntó Cornelius.<br />

-¡Pues bien! La misma sombra se deslizó entre la puerta y la muralla, y desapareció también detrás<br />

de los saúcos.<br />

-Simulasteis no verla, ¿verdad? -inquirió Corne lius, recordando con todo detalle el consejo que le<br />

había dado a Rosa.<br />

-Sí, y me incliné sobre la platabanda que excavé con una azada como si pla ntara el bulbo.<br />

-¿Y él... él... durante ese tiempo?<br />

-Yo veía brillar sus ojos ardientes como los de un tigre a través de las ramas de los árboles.<br />

-¿Veis? ¿Veis? -exclamó Cornelius.<br />

-Luego, acabado ese remedo de operación, me retiré.<br />

-Pero detrás de la puerta del jardín solamente, ¿verdad? De forma que a través de las grietas o de la<br />

cerradura de esa puerta pudierais ver lo que hacia él una vez vos hubieseis partido.<br />

-Esperó un instante sin duda para asegurarse de que yo no volvería, luego salió a paso de lobo de su<br />

escondrijo, se acercó a la platabanda dando un largo rodeo, llegó por fin a su meta, es decir, frente al<br />

lugar donde la tierra aparecía recién removida, se detuvo con aire indiferente, miró hacia todos lados,<br />

interrogó cada ángulo del jardín, interrogó cada ventana de las casas vecinas, interrogó la tierra, el<br />

cielo, el aire, y creyendo que se hallaba realmente solo, fuera de la vista de todo el mundo, se precipitó<br />

sobre la platabanda, hundió sus dos manos en la tierra blanda, recogió una porción que deshizo<br />

suavemente entre sus manos para ver si el bulbo se encontraba allí, repitió tres veces el mismo manejo<br />

y cada vez con una acción más ardiente, hasta que al fin, comenzando a comprender que podía haber<br />

sido engañado con alguna superchería, calmó la agitación que le devoraba, cogió el rastrillo, igualó el<br />

terreno para dejarlo en el mismo estado en que se hallaba antes de que lo hubiera registrado y,<br />

completamente avergonzado, completamente corrido, cogió el camino de la puerta afectando el<br />

aspecto inocente de un paseante ordinario.<br />

-¡Oh, el miserable! -murmuró Cornelius, enjugando las gotas de sudor que perlaban su frente-. ¡Oh,<br />

el miserable! Lo había adivinado. Pero entonces, Rosa, ¿qué habéis hecho con el bulbo? ¡Ay! Ya es un<br />

poco tarde para plantarlo.<br />

-El bulbo está en la tierra desde hace seis días.<br />

-¿Dónde? ¿Cómo? -exclamó Cornelius-. ¡Oh, Dios mío! ¡Qué imprudencia! ¿Dónde está? ¿En qué<br />

tierra se halla? ¿Está bien o mal expuesto? ¿No hay peligro de que ese espantoso Jacob nos lo robe?<br />

-No hay peligro de que nos lo roben, a menos que Jacob fuerce la puerta de mi habitación.

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