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Revista de Comunidades Educativas 128

Revista de las Comunidades Educativas De La Salle

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Comunidades educativas Identidad Lasallista

trata siempre de responder a una situación caótica.

Lo que constituye la autoridad de esa tradición,

es su capacidad de ayudar a abrir en el presente

caminos nuevos que no se detengan ante

las primeras dificultades del terreno. Su obra hizo

nacer una tradición porque, cuando tantos de sus

contemporáneos se complacían en la nostalgia o

pronosticaban un futuro incierto, él decide, con

sus compañeros habitar el tiempo presente. El

presente es, en efecto, el único tiempo en el cual

nosotros podemos inscribir nuestras decisiones y

nuestro compromiso. Este tiempo, con frecuencia,

es percibido como el de la “crisis”. Pero la “crisis”,

para un cristiano, es antes, que nada, el momento

en el que, frente a las dificultades, debemos abandonar

las respuestas conocidas, y ya inadecuadas,

para trazar caminos nuevos en nuestras vidas personales

y comunitarias.

En el siglo XVII, en Francia, la escuela es para muchos,

adultos y jóvenes, un impasse, un lugar sin

futuro. El nuevo proyecto escolar invita a dejar de

complacerse en la denuncia de los padres sospechosos

de ser unos educadores incapaces, a no

contentarse con la amenaza del castigo divino que

acecha a los padres, madres y niños. Para educar,

es necesario dejar de denunciar a las familias, a

los jóvenes, a la institución. Estoy convencido, de

que soy profundamente diferente desde que decidí

salir de esa lógica del “es culpa de los otros”. Esa

lógica nos encierra en nuestras prácticas y nuestros

juicios e inscribe a veces en nosotros el resentimiento

y la sensación de fracaso. Para escapar de

ello, hay que plantear preguntas inéditas incluso

provocadoras, siguiendo a La Salle y sus maestros:

¿de qué educación, de qué escuela, de qué anuncio

del Evangelio, pues y sobre todo, de qué maestros

tienen necesidad los niños? ¿Qué maestros, qué

escuela esperan? Estas mismas preguntas, yo me

las planteo cotidianamente: ser Lasallista - ¿lo llegamos

a ser verdaderamente algún día? – es conservar

estas preguntas en el corazón para que las

mismas inspiren nuestra acción.

La obra de Juan Bautista de La Salle es fundadora,

puesto que sus preguntas se han vuelto las nuestras.

Esta tradición no es una transmisión, entregada

completamente lista, de un pasado petrificado.

Nos corresponde reflexionar, hablar y actuar para

captar el “inesperado frescor” de ese pasado. Según

la filósofa Hanna Arendt, una tradición auténtica

“hace entender las cosas para las cuales la persona

no ha tenido nunca oídos”. La tradición es un final,

pero también un comienzo, si sabemos despertar

su sentido y si nosotros nos sentimos autorizados a

desarrollar sus intuiciones.

Para fundar una tradición, se necesita un acontecimiento:

para Juan Bautista de La Salle fue el encuentro

con la escuela de los niños pobres o más

bien con la escuela para los niños pobres. Pero,

¿cuáles son las razones profundas de este encuentro,

puesto que nada lo predisponía a ello verdaderamente

en el primer periodo de su vida? Cierto

que se pueden encontrar causas sociológicas y

pastorales: sabemos que la escuela de aquella época

suple a la familia y a la parroquia, que se han

vuelto incapaces de garantizar convenientemente

la formación religiosa y moral de los jóvenes. Estas

cosas son pertinentes, pues, de hecho, motivaron

muchos compromisos generosos en esa época.

Pero en La Salle, no son suficientes para explicar la

perennidad de su iniciativa escolar. Hay que poner

en claro otras razones, que nos permitan actualizar

la tradición lasallista. Las mismas, precisamente,

son de tipo teológico y antropológico.

La obra lasallista se elabora en continuidad y en

distinción con otras iniciativas escolares. La Salle

es solidario con las corrientes educativas de la

segunda mitad del siglo XVII, que marca la emergencia

de una mirada nueva sobre la infancia, edad

en la cual se manifestaban claramente, según se

pensaba, los efectos del pecado original: la debilidad

de la voluntad y de la inteligencia, al igual

que las carencias educativas dejaban a los niños en

una situación de abandono espiritual y moral. Por

eso su integración social y su salvación eternas se

veían muy comprometidas. Con el correr del siglo,

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