Revista de Comunidades Educativas 128
Revista de las Comunidades Educativas De La Salle
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Comunidades educativas Escuela en Pastoral
tento del sistema de poder (autoridades, círculos
profesionales, grupos sociales), se llega a un
estatus de frustración, nadie llega a reconocer la
originalidad, ni a valorar las múltiples habilidades
que derivan en éxitos estandarizados según
el concepto de sociedad de rendimiento. No hubo
premios, aplausos, reconocimientos; solo indiferencia
y desde luego, cansancio.
Tanto en Jürgen Habermas como en Byung-Chul
Han, se conciben expresiones sobre la verdad humana
y se develan las ideologías que han trastocado
esta verdad y que cotidianamente nos
envuelven en sintonías de poder y de cansancio,
perjudicando las categorías que son y deben ser
inalienables en todo hombre y mujer: ser individuo,
libre, único, original, amante y amado, pensante,
reflexivo, fuerte y débil, con una historia,
con esperanzas, con interioridad, animado, justo,
ético y moral, creativo. La filosofía nos debe permitir
reconquistar aún más nuestro ser, definiéndolo
con mayor precisión y reconociendo respetuosamente
su cosmovisión.
Ahora bien, ¿por qué no pensar a Dios como el
Eterno Filósofo en cuyo pensamiento se gesta la
verdad sobre el hombre y sobre el universo? Mediante
la teología sabemos que la verdad sobre el
hombre es revelada por Dios a través de su Hijo.
En Jesucristo contemplamos la nueva creación,
al hombre nuevo: «Y del mismo modo que hemos
llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos
también la imagen del celeste» (1Cor 15,49); y por
otra parte Pablo exhorta a los colosenses de la
siguiente manera: «Despojaos del hombre viejo
con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que
se va renovando hasta alcanzar un conocimiento
perfecto, según la imagen de su Creador» (Col
3,9b-10). Contundentemente Pablo sentencia una
verdad de fe: «Porque Él es nuestra paz: el que de
los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que
los separaba, la enemistad, anulando en su carne
la Ley de los mandamientos con sus preceptos,
para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre
Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios
a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz,
dando en sí mismo muerte a la Enemistad» (Ef
2,14-16). De esta forma, a la luz de la persona de
Jesucristo, encontramos una verdad indiscutible
engendrada por el amor del Padre, cuya voluntad
salvífica nos propicia una recreación personal
cuyos efectos se traducen en el establecimiento
de una nueva forma de auto-relación y por ende,
la instauración de nuevas formas de relaciones
interpersonales y de relaciones con la creación,
fundamentadas en una nueva justicia basada en
la pertenencia, en la misericordia y cuyo efecto
es la construcción de un nuevo orden social.
Sin embargo, en el Evangelio de Juan, en el diálogo
entre Jesús y Nicodemo, éste lanza un importante
cuestionamiento, a propósito de un nuevo nacimiento
realizado desde lo alto (cfr. Jn 3,3): «”¿Cómo
puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar
otra vez en el seno de su madre y nacer?”» (Jn
3,4). Junto al maestro Nicodemo podemos cuestionar
cómo puede ser posible una nueva creación
y en definitiva, cómo establecer un nuevo género
humano capaz de edificar la justicia y la paz en un
contexto violento, de resentimientos psicológicos,
de fugas de la realidad; contexto despersonalizado,
de total indiferencia, donde la irracionalidad inhibe
la capacidad de discernimiento para reconocer lo
bueno y lo justo; ¿acaso será posible contemplar
un cielo nuevo y una tierra nueva? (cfr. Ap 21,1). Es
posible desde la fe y desde luego, también desde
la razón.
La Pascua es el misterio central de la fe cristiana
y cuyo mensaje es precisamente la institución de
la verdad sobre el hombre y la creación. Jesucristo
la realiza asumiendo en totalidad la naturaleza
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