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Revista de Comunidades Educativas 128

Revista de las Comunidades Educativas De La Salle

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Comunidades educativas Identidad Lasallista

da, pues, todo eso. Con los primeros Hermanos, la

escuela es una mediación fundamental, un tercer

lugar imprescindible. Su éxito depende ante todo

de la síntesis que realiza. Ésta se impone en razón

de la clientela de sus escuelas, un público de muchachos

pobres, de un medio social poco considerado,

que no son muy favorables ni a la escuela ni

a la religión. Además, sobre todo en las ciudades,

en el siglo XVII, la figura del pobre se degrada. Es

considerado como la causa de los desórdenes, de

las epidemias y de las violencias. La mendicidad

de los niños que rondan por las calles son un peligro

y un escándalo. Pero será a partir de esos muchachos

pobres, aunque muy pronto ya no constituirán

los destinatarios únicos de las escuelas,

como La Salle y los primeros maestros piensan la

relación con el joven y con la pedagogía.

Si ni la denuncia ni la amenaza afectan ni convencen

ya a sus alumnos, ¿Qué le queda al educador?

Al abandonar la palabra del “mal decir”, de

la maldición, elige entonces comprometerse en

una presencia que fideliza a los alumnos. A esos

maestros, susceptibles de escuchar la llamada al

ministerio sacerdotal, La Salle les propone vivir

su respuesta a Dios a tiempo pleno en la escuela,

afirmando una triple fidelidad, de la cual depende

el éxito de la escuela: fidelidad del maestro para

con los jóvenes, de los maestros entre sí, y de cada

maestro para con Dios. Para que el joven sea fiel,

corresponde al maestro prometerle, el primero, fidelidad:

los jóvenes que yo acojo, me comprometo

a no abandonar ninguno de ellos a mi indiferencia

o a mis palabras hirientes. Tal es la primera

expresión de mi fidelidad hacia ellos. La perennidad

de la obra escolar supone también la fidelidad

de los maestros entre sí, en asociación unos con

otros: los colegas con quienes me encuentro, me

comprometo a no someter a ninguno de ellos a

mis juicios apresurados o a mis palabras fuera de

lugar. Tal es la primera expresión de mi fidelidad

hacia ellos. ¡Ningún proyecto puede ser fecundo

sin que estas dos condiciones se encuentren reunidas!

En lo que se refiere a mi fidelidad para con

Dios, ella es mi respuesta a su fidelidad primera.

Él, el primero, quiere la salvación de los jóvenes y

el éxito de la obra escolar. Es quizás – y tal fue mi

caso – el descubrimiento progresivo de mi fidelidad

para con los jóvenes, luego para con los adultos,

la que me condujo a vivir más intensamente

mi fidelidad con Dios. El escritor francés Georges

Bernanos dice que el diablo es “el amigo que no se

queda nunca hasta el final”. El amigo que se queda

hasta el final, es aquel que no abandona al joven

que se encuentra en la encrucijada de sus opciones,

incluso de sus errores. Se convierte entonces

para él en un hermano, una hermana.

Continuar la obra de fundación supone cambiar de

punto de vista y de ruta, como lo hizo La Salle, al

escuchar a sor Louise o la lectura asombrada de

la orden recibida de los Principales Hermanos: sor

Louise, una desconocida analfabeta con la cual ha

establecido una complicidad espiritual y los Hermanos,

compañeros de vieja data, con los cuales

la confianza ha ido mermando. Esas voces lo han

alcanzado en medio de los tumultos y de las incertidumbres,

que invaden su vida y hacen tambalear

la Sociedad de las Escuelas Cristianas. Blain

escribió sobre este periodo páginas dolorosas. La

esperanza no se impone ni se busca. Cuando nos

es ofrecida, se desvela discretamente y se la acoge

secretamente a través de la duda o del desaliento.

El 10 de agosto de 1714, en su “¡Aquí me tienen!

¿Qué esperan de mí?”, el Fundador la murmura al

final de un largo viaje. En Grenoble, en 1714, aceptó

nuevamente olvidarse de sí mismo, superando la

desconfianza del otro y el desprecio de sí mismo

que le corroían. De nuevo, recibe su identidad, su

“¿Quién soy yo para quién?”, de Dios y de sus Hermanos,

pero eso sobreviene sorprendentemente

después de una experiencia escolar, relatada brevemente

por Blain. Sor Louise, la llamada de los

Hermanos también, ciertamente que fueron necesarios,

pero nada impide pensar que los rostros de

los niños hayan sido mediadores, de una esperanza

revivificada.

Para la reflexión:

• En primer lugar, reacciona ante el texto: lo

que retengo, lo que me interroga, lo que

suscita en mí algunos matices de apreciación,

incluso de oposición.

• Una primera pregunta: actualmente, ¿qué

descubres en la tradición lasallista, a lo cual

nunca habías “prestado oídos”?

• Una segunda pregunta: ¿Qué opciones he

asumido, por qué dudas he atravesado, qué

experiencias fecundas he vivido para poner

plantearme hoy mi fidelidad a los jóvenes, a

los otros adultos, a Dios?

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