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Como no podría ser <strong>de</strong> otra manera, y una vez asumida<br />
la insubordinación <strong>de</strong> los afectos, el catedrático<br />
Ernst‐Rudolph Mayer <strong>de</strong> la universidad <strong>de</strong> Princeton<br />
<strong>de</strong>claró, casi sin pestañear, que la cara era,<br />
sin duda alguna, el rostro <strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo insatisfecho. El<br />
silencio, en el auditorio, fue ensor<strong>de</strong>cedor. Nadie, ni<br />
los más atrevidos, osaron, no ya abrir la boca sino<br />
tan siquiera pestañear.<br />
El silencio consiguió petrificar el tiempo y los instantes<br />
en sucesión fueron embalsamados. La frase<br />
<strong>de</strong>l catedrático Ernst‐Rudolph Mayer <strong>de</strong> la universidad<br />
<strong>de</strong> Princeton había atravesado por completo<br />
aquel lugar y había perforado <strong>de</strong> tal modo los<br />
aparatos auditivos <strong>de</strong>l público que la parálisis fue<br />
<strong>de</strong>finitiva.<br />
Pero, tal y como ya nos tienen acostumbrados los<br />
acontecimientos, alguien −no el más osado, ni el <strong>de</strong><br />
mayor coraje, ni por supuesto el más valiente, no,<br />
sólo alguien que podría ser cualquiera− movió, casi<br />
sin darse cuenta, la aleta <strong>de</strong>recha que circunda su<br />
fosa nasal y olió el silencio. Ese pequeño gesto, por<br />
otra parte natural, provocó un estruendo monstruoso<br />
que fue el principio <strong>de</strong>l fin <strong>de</strong> la hegemonía<br />
<strong>de</strong>l pensamiento sobre el olfato. Y a partir <strong>de</strong> ese<br />
instante fundador y absolutamente revolucionario<br />
ya nada fue lo mismo en las socieda<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l<br />
capitalismo avanzado. Evi<strong>de</strong>ntemente, el hombre<br />
que movió, casi sin darse cuenta, la aleta <strong>de</strong>recha<br />
que circunda su fosa nasal y olió el silencio fue con<strong>de</strong>nado<br />
<strong>de</strong> por vida a llevar la nariz en una jaula y,<br />
como suele ser obvio en estos casos, convertido en<br />
lí<strong>de</strong>r y posteriormente en mártir <strong>de</strong> la Liga <strong>de</strong> los<br />
Hombres que Huelen las Cosas. Y la historia lo absolvió…<br />
pero eso es otra historia.<br />
Bernardí Roig<br />
La cárcel <strong>de</strong>l rostro, 1999<br />
49 x 15 x 40 cm / 100 x 70 cm<br />
Técnica mixta / Carbón y ceniza sobre papel<br />
74-75