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| 260 | Duarte revisitado 1813-2013<br />

Sabemos que Ciriaco era un gigante; conocemos las manías<br />

de Bobadilla, las limitaciones de Valerio. Sabemos que Antonio<br />

Abad era gordo y que Francisco del Rosario tenía problemas uretrales<br />

y ojos de fiebre.<br />

De Santana sabemos que fumaba cachimbo y cigarro, que<br />

era medio taciturno, que gustaba dormir y sestear en la hamaca,<br />

que era modesto, que gustaba de los caldos, que decía muchas<br />

palabrotas, que era mercedario y altagraciano, que le gustaba<br />

casarse con viejas para extender el fundo, que por ello tuvo descendencia<br />

con amantes que eran sus comadres y que los hijos<br />

que eran de su carne decía que eran sus ahijados. Que sufría de<br />

hidroceles y de jaquecas y que Luperón dijo que era honrado.<br />

De Jiménez sabemos que gustaba vestir elegante y que era fanático<br />

de los gallos. Florentino vestía bien, bebía ron, era muy<br />

mujeriego, buen jinete y muy bueno con el sable.<br />

De la humanidad de Sánchez, Mella y Luperón, de Báez, de Pepillo<br />

y Gaspar Polanco sabemos muchísimas cosas, pero de Duarte<br />

no sabemos cosas que deberíamos saber, no porque fueran defectos,<br />

sino porque son perfectamente irremediables y humanas.<br />

La divinización de Duarte como<br />

gran proyecto conservador<br />

La pregunta interesante sería determinar si este proceso de<br />

negarnos el Duarte de carne y hueso es fortuito, fruto de la pasión<br />

histórica. Si es patriotismo exacerbado, afán apologético, escrúpulos<br />

tardíos, admiración desmedida, prosopopeya, o si el proceso<br />

de divinización del Patricio tiene un marcado fin político.

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