BDI-International Magazine - Inaugural Issue

Un par de días antes de mi graduación, mi
ansiedad alcanzó niveles que nunca antes
había sentido. Tuve una terrible pelea con
mi madre y decidí aventarme por la
ventana. Ya no sentía alegría por nada en
la vida, así que no me importaba. Mi mamá
me detuvo, pero aun así ella ya no me
quería en casa. Pasé mi graduación
delgada, con un hermoso vestido, hermoso
cabello, uñas arregladas (todo pagado por
mis ingresos), pero estaba sola, triste y muy
perdida. Mientras sostenía mi título y veía
a todos tomarse fotos con sus familiares,
me di cuenta de que ya no había nada más
para mí: había tocado fondo, había alejado
a todos de mí y ni siquiera yo misma
me quería.
Y ahora ¿Cómo salía?
Me tomó mucho tiempo volver a
encontrarme a mí misma. Estaba
acostumbrada a poner mis sentimientos
en segundo plano como si fueran algo
indeseable, pero por primera vez intenté
verme al espejo con un poco de compasión
Mi primer paso para salir de mi hoyo fue
ir a terapia. Me diagnosticaron con
depresión mayor y comencé a tomar
antidepresivos para poder caminar en la
dirección correcta. Tomó mucha fuerza
de voluntad aprender a dejar atrás mis
pensamientos dañinos, pero comencé a
construir seguridad en mi interior y poco
a poco, empecé a escalar ese temible
agujero en el que había caído.
No mucho después, encontré algo que se
llama “alimentación intuitiva”, que se trata
de aprender a escuchar a tu cuerpo para
saber qué comer, cuándo y cuánto. Es un
concepto un poco difícil cuando llevas
más de 6 años luchando contra tus
necesidades en búsqueda de tener un
cuerpo perfecto bajo estrictos estándares
sociales. Sin embargo, cuando me di
cuenta de que cuando estuve delgada no
era feliz, mis prioridades cambiaron.
Comencé a disfrutar de mis comidas, a
saber qué alimentos nutrirían mi cuerpo
y cuáles eran buenos para compartir con
seres queridos en una tarde divertida en
vez de comer a montones escondida en un
rincón sintiendo culpa. Comencé a usar
ropa hermosa que me hacía sentir bella y
empecé a brillar desde el interior, y eso se
notaba a leguas.
Ya el ejercicio no era un castigo, era un
pasatiempo divertido que me gusta mucho
hacer hasta el día de hoy. Cada vez que
cumplo un objetivo, salto de alegría y me
siento muy motivada a seguir adelante.
Me abrí al mundo por primera vez desde
que era una niña; no era perfecta, incluso
subí un poco de peso, pero mis curvas,
mis piernas fuertes y mi sonrisa eran parte
de una yo inmensamente feliz y completa.
Hoy soy feliz. El mundo aún sigue igual.
Hay personas que intentarán
desmoronarme; habrá lágrimas y
momentos amargos, pero tengo una
enemiga menos en el mundo, y esa enemiga
se volvió mi más poderosa amiga…
Esa persona soy yo.
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