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Rock Bottom Magazine Número 20

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normal y con unos objetivos muy alejados de

satisfacer ‘mercados’ y mucho más enfocados

en satisfacer ‘personas’.

“Si te gusta su música, [con “Chunky

Shrapnel”] tendrás una visión clara de quiénes

son ellos. No he querido mostrarles desde esa

perspectiva de ‘dioses’ del rock porque para

mí ese enfoque es basura. Son sólo tipos

normales”, Jason Angus Stewart, director del

documental “Chunky Shrapnel”, (2020).

El ‘docu’ se acompañaba de un álbum

homónimo que, aunque incluye tres cortes

totalmente nuevos -y prescindibles- de tintes

atmosféricos y electrónicos, grabados en

estudio y con el único objetivo de abrir el disco

(“Evil Star”) o separar secciones (“Quarantine”

y “Anamnesis”), podemos considerar como el

cuarto disco en vivo del año (y de su carrera).

No obstante, a diferencia de los tres anteriores

(que eran ‘mono-concierto’), el álbum compila

lo mejor de la gira y se materializa en 16

cortes grabados entre Manchester, Londres,

Luxemburgo, Utrecht, Bruselas, Milán, Madrid

y Barcelona, en los que la banda muestra en

toda su dimensión su extrema compenetración,

pues casi cada corte es una ‘jam’ diferente a

la versión de estudio y donde se percibe un

‘flow’ y un estado de ánimo conjunto fuera de

lo común.

El fin de gira, por cierto, tuvo lugar los días 18 y

19 de octubre de 2019 en dos de nuestra salas

más legendarias -ahora, lamentablemente, en

serias dificultades-: La Riviera (Madrid) -cita

a la que acudió un servidor inmejorablemente

acompañado por otro obnubilado admirador

de la banda- y Razzmatazz (Barcelona). De

la primera fecha quedaron registradas en la

grabación de “Chunky Shrapnel” (el disco) dos

temas: “Wah Wah” y “Let Me Mend the Past”

-esta última en una extática interpretación

como ‘second frontman’ de un abrumador y

entregado Kenny Ambrose-Smith, que acabó

mecido literalmente por el público de La Riviera

en un largo paseo de ‘crowdsurfing’, mientras

se desgañitaba con esa voz tan ‘rythm and

blues’ que destila en el que fue, sin duda, el

momento álgido del concierto-. Por su parte,

“A Brief History of Planet Earth” (no publicada

previamente) fue el corte con el que cerraron

concierto y gira en la capital catalana: una

‘jam’ de casi 20 minutos con 15 músicos en el

escenario, pues invitaron a subir, al completo,

a las dos bandas que les habían teloneado en

este tour europeo: sus compatriotas ORB y

Stonefield, pertencientes a Flightless Records,

el sello propiedad de KGLW que gestiona Eric

Moore, quien además es el ‘manager’ de la

banda y uno de los dos bateristas del grupo. O

al menos, lo era en ese momento…

…pues, en agosto de 2020, el ‘fandom

gizzardiano’ se veía sorprendido por un

comunicado de Moore que anunciaba su

abandono de dos de esos tres roles: el de

segundo baterista (lo de “segundo” lo digo yo

y lo explico ahora) y el de manager. El efecto

de su salida como baterista (explicación va),

desde el punto de vista musical, es casi nulo:

si bien en directo -hasta su reciente salida- la

banda ha tocado siempre con ambos bateristas

(Cavanagh y Moore), lo cierto es que en los

nueve álbumes anteriores -sí: he dicho nueveque

van desde “Paper Mâché Dream Balloon”

(2015) hasta “Infest the Rats’ Nest” (2019),

Moore ha cogido las baquetas sólo en un par

de ellos y, únicamente, en un par de canciones

en cada uno (estoy redondeando). Además,

no estamos hablando -en el caso de KGLWde

dos baterías coordinadas, entrelazadas,

que aporten ‘cosas’ distintas (no son los King

Crimson con tres baterías que nos han volado

la cabeza en directo por su complementariedad

y virtuosismo simultáneo) sino que, durante el

99% del tiempo, Cavanagh y Moore han venido

tocando al unísono. En lo que respecta a su

salida como manager, no sabría decir -ni es

objeto de este artículo- cuál es el motivo, pero

lo cierto es que Flightless, el sello propiedad

de la banda que Moore dirige, está creciendo

a muy buen ritmo, publicando cada vez a más

artistas y grupos, por lo que parece lógico optar

por centrarse en su gestión. Es algo humano,

en definitiva: incluso en el universo ‘Gizzard’,

los días tienen 24 horas. En conclusión: el

‘sonido Gizzard’ pierde poco con su marcha y

el sello de la banda gana mucho con ella, pues

el resultado de este movimiento es un Moore

enfocado al 100% en lo que mejor sabe hacer.

El 2 de octubre (la cuestión es no parar)

publicaban un nuevo álbum en vivo y dos

discos de ‘demos’. Este quinto directo, “Live

in Asheville’ 19” (2020) fue grabado en la

sede de la New Belgium Brewing Company

en Asheville, North Carolina (EE.UU.). Según

declaraciones de Stu Mackenzie, la banda ha

venido registrando todos y cada uno de los

conciertos que ha dado en 2019 -siguiendo

la estela de Metallica (que lleva desde 2006

grabando y colgando en la red cada concierto)

o Pearl Jam (con sus famosos ‘bootlegs’ [un

saludo a Sob2020])- a fin de guardarse la

posibilidad de editar cuantos de ellos quieran,

cuando así lo quieran. Por su parte, “Demos

Vol. 1 + Vol. 2” suman un total de 28 versiones

-bien primigenias, bien alternativas- de temas

incluidos en los 15 discos publicados hasta

entonces, a lo que hay que añadir algunas

pistas del que sería su decimosexto álbum

de estudio y que desgranamos a partir del

párrafo siguiente. Publicado únicamente en

Bandcamp, la banda vuelve a ‘knockearnos’,

pues muchas de esas ‘demos’ son versiones

radicalmente diferentes a las publicadas, donde

la más ‘thrash’ se vuelve electrónica y, la más

‘jazzy’, ‘hard rockera’: una delicatessen sólo a

la altura de los ‘gizzardianos’ más gourmets.

Siguiente, penúltimo y doble hito del año:

el 20 de noviembre, seis días antes de que

Stu -el único miembro cuya edad es públicacumpliese

30 años y semanas antes de

convertirse en padre, la banda publicaba

simultáneamente dos trabajos. Por un lado,

un nuevo directo -el sexto- llamado “Live in

San Francisco’16” (2020) que, a diferencia

de los cinco anteriores, establece el corte

temporal justo en mitad de su discografía,

inmediatamente antes del ya legendario y

frenético 2017 en el que publicaron cinco

nuevos álbumes de estudio. Este concierto en

la ciudad del Golden Gate se publicaba también

en vídeo -de nuevo en Vimeo- por algo más de

4 € pero, esta vez, en formato compra. Ese

mismo día (y esto es lo que verdaderamente

justifica este artículo), lanzaban “K.G.” (2020),

su decimosexto álbum de estudio desde

Si este grupo es fascinante en estudio, la experiencia de su directo

es, sencillamente, única y catártica; una de las más disfrutables de

la actualidad, si no la que más.

2012, subtitulado “Explorations into Microtonal

Tuning, Volume 2”, secuela por tanto de “Flying

Microtonal Banana” (2017), el primero de

aquellos ‘five-in-a-row albums’ de aquel fértil

2017 -que fue subtitulado de idéntica manera-.

Previamente, desde julio y con cadencia

casi ‘milimétricamente’ mensual, la banda

había venido publicando singles de adelanto

de este “K.G.” directamente en YouTube

(“Honey”, “Some of Us”, “Straws in the Wind”

y “Automation”), lanzando, el día anterior a

la publicación del álbum, un quinto single

(“Intrasport”). Como curiosidad, el grupo ‘colgó’

en su web las pistas de audio y los clips de

vídeo en bruto de “Automation”, invitando a los

fans que lo deseen a hacer las remezclas de la

canción y el vídeo que consideren oportunas.

‘Flashback’ va. Decíamos que “K.G.” (2020)

es la secuela de “Flying Microtonal Banana”

(2017). Microtonal. Bien. Explicar a los

no avezados qué es la música microtonal

podría llevarnos, fácilmente, medio número

de la revista -y además no sería yo el más

capacitado para hacerlo-, así que intentaré ser

breve. En la música occidental una octava se

divide en 12 semitonos -por eso se le denomina

“dodecafónica”-, de forma que, desde un “do”

hasta el siguiente, hay 12 intervalos diferentes

de medio tono (o un semitono) cada uno. En

cambio, en otras zonas del mundo como

el Medio Oriente, Asia o los países árabes

-aunque también en el ‘Occidente’ de otras

épocas, como la antigua Grecia o la Edad

Media europea- el número de divisiones de

cada octava es mayor, pudiendo ir desde las

15 hasta las 53, según zona o época. Al ser

la dodecafónica nuestra referencia mental

cuando escuchamos música, lo microtonal

nos resulta exótico, extraño, diferente. Desde

el punto de vista del autor, parece obvio que,

a la hora de crear melodías y progresiones

de acordes, tener a tu disposición más

intervalos (¡muchos más!) en cada octava te da

infinitamente más juego. Cuando Mackenzie

Rock Bottom Magazine 11

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