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La segunda mitad del disco abre con “Gallows
Pole”. Pocas canciones acústicas como esta
son capaces de dar más ‘tralla’ que un disco
entero de ‘thrash metal’ (también lo consiguen
“Bron-Y-Aur Stomp”, en este mismo álbum, o
“Ramble On”, en el anterior). Sobre la base de
la -ancestral y versionada hasta la saciedadcanción
tradicional inglesa “The Maid from
the Gallows”, Dorris Henderson había hecho
una versión llamada “Hangman” que tenía
obsesionado a Page quien, junto a Plant, la
reinterpretó por completo para la ocasión,
enviándola para siempre a la posteridad. Se
trata de un ‘crescendo’ apabullante que va
algunas caladas a un cigarrillo ‘adulterado’,
el guitarrista ‘trasteó’ con unos acordes y
el vocalista, simplemente, se dejó llevar
improvisando la melodía con la voz. Habían
sido previsores y llevado consigo la grabadora,
de manera que la magia del momento quedó
registrada. Se trata de un corte que, junto a
“Friends”, conforma probablemente la parte
más idiosincrática de este “Led Zeppelin III”,
encarnando el sonido más genuinamente
propio de este trascendental álbum.
El penúltimo título, “Bron-Y-Aur Stomp”, pese
a portar -aunque mal escrito- el nombre de
Atestigua Glyn Johns, el ingeniero de sonido -que tenía al cantante a tres
metros con sólo el cristal de por medio mientras la cantaba- que jamás,
ni antes ni después, vio interpretación semejante, la de un Plant que se
vació empleando cada célula de su cuerpo en sentir y expresar cada
nota, cada sílaba como si fuera lo último que fuese a hacer en su vida-.
añadiendo velocidad e instrumentos en cada
‘vuelta’: la primera es tranquila; la segunda ya
empieza a subir de intensidad, conteniendo
con ‘palm muting’ (apagando con mano
derecha el sonido de las cuerdas) lo que se
desatará después; en la tercera y última,
entran como elefante en cacharrería bajo,
batería y banjo (propiedad de Jones pero
tocado por Page) para llevarnos a un éxtasis
‘folkie’ sin precedentes.
Le sigue la deliciosa “Tangerine” -séptimo
corte del álbum-, que Jimmy arrastraba
inconclusa desde una penosa sesión en un
estudio de Nueva York cuando estaba en The
Yardbirds. Esta es, precisamente por eso, la
única canción del disco cuya letra no compuso
Plant, pero a la que contribuyó sensiblemente
con su interpretación. Un ejercicio de
delicadeza, buen gusto y pulcritud. Un clásico
‘soft’ de la banda.
A continuación, “That’s the Way”, compuesta
desde cero en el retiro galés y que surgió,
prácticamente en una toma, mientras Page
y Plant paseaban cerca de una abadía
próxima a la casa. Según se cuenta, tras
nuestra ya querida casita de la campiña
galesa donde fue reconvertido y desarrollado,
había sido concebido inicialmente en las
sesiones del otoño anterior en los Olympic
y denominado por entonces “Jennings Farm
Blues” -por la casa rural que había adquirido
Plant con sus primeras y suculentas sumas
de dinero, esa que no quiso amueblar a
cambio de viajar a Gales para escribir-.
La canción, cuya encarnación primigenia
y totalmente eléctrica puede escucharse
bajo ese nombre en la reedición del álbum
de 2014, se transformó en “Bron-Yr-Aur” y
por ende en el himno acústico que hoy es,
dedicado por cierto a Strider, el perro de Plant,
que debe su nombre al ‘alter ego’ de Aragorn
en “El Señor de los Anillos” y que formó
parte del ‘pasaje’ que viajó a Gales durante
aquel fructífero mes de mayo del 70, donde
también estuvieron la por entonces novia de
Page y la mujer de Plant, la hija mayor de
este último y dos ‘roadies’ de la banda que
acudieron, más que como técnicos, para
ayudar en labores logísticas, habida cuenta
de las carencias del paraje y con la misión
de que los dos genios pudieran concentrarse
-exclusivamente- en su trabajo creativo.
El disco cierra con “Hats Off to (Roy)
Harper”, a quien conocieron, como hemos
mencionado, en Bath y que, cuando se
vio nombrado en el título de esta canción,
no pudo por más que alucinar en colores
y sentirse infinitamente halagado, como
confesó después en varias ocasiones. Más
allá del guiño al peculiar músico británico,
esta es la típica canción cuya reproducción
muchos de nosotros hemos cortado sin pudor
a los 20 segundos. Siempre me pareció la
más prescindible del álbum. Con los años,
en cambio, he sabido apreciar no sólo su
minimalismo sino -y con máximo respeto al
trabajo que hace Page al ‘slide’-, la crudeza
y autenticidad con que está construida y,
sobre todo, la interpretación enérgica y sutil,
sentida y plena de matices, telúrica y atávica
de un Plant que, en aquel momento, moraba
en otro planeta, a años luz de cualquier otro
cantante.
En resumen, “Led Zeppelin III” habita un
lugar difícil en la discografía de la banda
y de la historia del rock, entre dos de los
álbumes más icónicos de todos los tiempos.
Sin embargo, menospreciar su rol en la
discografía de la banda y en la historia del
rock sería un error de bulto para cualquier
melómano que se precie, pues se trata de un
trabajo indispensable para facilitar la posterior
llegada de trabajos como “Led Zeppelin IV”
o “Physical Graffiti” pero, sobre todo, para
situar definitivamente al cuarteto británico en
un plano diferente -y musicalmente superiora
otras bandas similares que no se atrevieron
a ampliar su espectro estilístico y que, a la
larga, si no se disolvieron o cambiaron de
formación cien veces, terminaron en cualquier
caso en un estatus inferior al de Led Zeppelin,
que por ventas, crítica y consideración a
nivel mundial (no tanto en España como en
el resto del mundo) son los únicos que han
comido en la misma mesa que los Beatles y
los Stones. “Led Zeppelin III” es, pues, una
llave al futuro; una brújula; la piedra angular
de todo lo que vendría después. Una obra
maestra más -la menos brillante pero la más
necesaria- de cuatro genios que cambiaron el
rock para siempre. He dicho.
Juan Torres
Rock Bottom Magazine 49