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Rock Bottom Magazine Número 20

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La segunda mitad del disco abre con “Gallows

Pole”. Pocas canciones acústicas como esta

son capaces de dar más ‘tralla’ que un disco

entero de ‘thrash metal’ (también lo consiguen

“Bron-Y-Aur Stomp”, en este mismo álbum, o

“Ramble On”, en el anterior). Sobre la base de

la -ancestral y versionada hasta la saciedadcanción

tradicional inglesa “The Maid from

the Gallows”, Dorris Henderson había hecho

una versión llamada “Hangman” que tenía

obsesionado a Page quien, junto a Plant, la

reinterpretó por completo para la ocasión,

enviándola para siempre a la posteridad. Se

trata de un ‘crescendo’ apabullante que va

algunas caladas a un cigarrillo ‘adulterado’,

el guitarrista ‘trasteó’ con unos acordes y

el vocalista, simplemente, se dejó llevar

improvisando la melodía con la voz. Habían

sido previsores y llevado consigo la grabadora,

de manera que la magia del momento quedó

registrada. Se trata de un corte que, junto a

“Friends”, conforma probablemente la parte

más idiosincrática de este “Led Zeppelin III”,

encarnando el sonido más genuinamente

propio de este trascendental álbum.

El penúltimo título, “Bron-Y-Aur Stomp”, pese

a portar -aunque mal escrito- el nombre de

Atestigua Glyn Johns, el ingeniero de sonido -que tenía al cantante a tres

metros con sólo el cristal de por medio mientras la cantaba- que jamás,

ni antes ni después, vio interpretación semejante, la de un Plant que se

vació empleando cada célula de su cuerpo en sentir y expresar cada

nota, cada sílaba como si fuera lo último que fuese a hacer en su vida-.

añadiendo velocidad e instrumentos en cada

‘vuelta’: la primera es tranquila; la segunda ya

empieza a subir de intensidad, conteniendo

con ‘palm muting’ (apagando con mano

derecha el sonido de las cuerdas) lo que se

desatará después; en la tercera y última,

entran como elefante en cacharrería bajo,

batería y banjo (propiedad de Jones pero

tocado por Page) para llevarnos a un éxtasis

‘folkie’ sin precedentes.

Le sigue la deliciosa “Tangerine” -séptimo

corte del álbum-, que Jimmy arrastraba

inconclusa desde una penosa sesión en un

estudio de Nueva York cuando estaba en The

Yardbirds. Esta es, precisamente por eso, la

única canción del disco cuya letra no compuso

Plant, pero a la que contribuyó sensiblemente

con su interpretación. Un ejercicio de

delicadeza, buen gusto y pulcritud. Un clásico

‘soft’ de la banda.

A continuación, “That’s the Way”, compuesta

desde cero en el retiro galés y que surgió,

prácticamente en una toma, mientras Page

y Plant paseaban cerca de una abadía

próxima a la casa. Según se cuenta, tras

nuestra ya querida casita de la campiña

galesa donde fue reconvertido y desarrollado,

había sido concebido inicialmente en las

sesiones del otoño anterior en los Olympic

y denominado por entonces “Jennings Farm

Blues” -por la casa rural que había adquirido

Plant con sus primeras y suculentas sumas

de dinero, esa que no quiso amueblar a

cambio de viajar a Gales para escribir-.

La canción, cuya encarnación primigenia

y totalmente eléctrica puede escucharse

bajo ese nombre en la reedición del álbum

de 2014, se transformó en “Bron-Yr-Aur” y

por ende en el himno acústico que hoy es,

dedicado por cierto a Strider, el perro de Plant,

que debe su nombre al ‘alter ego’ de Aragorn

en “El Señor de los Anillos” y que formó

parte del ‘pasaje’ que viajó a Gales durante

aquel fructífero mes de mayo del 70, donde

también estuvieron la por entonces novia de

Page y la mujer de Plant, la hija mayor de

este último y dos ‘roadies’ de la banda que

acudieron, más que como técnicos, para

ayudar en labores logísticas, habida cuenta

de las carencias del paraje y con la misión

de que los dos genios pudieran concentrarse

-exclusivamente- en su trabajo creativo.

El disco cierra con “Hats Off to (Roy)

Harper”, a quien conocieron, como hemos

mencionado, en Bath y que, cuando se

vio nombrado en el título de esta canción,

no pudo por más que alucinar en colores

y sentirse infinitamente halagado, como

confesó después en varias ocasiones. Más

allá del guiño al peculiar músico británico,

esta es la típica canción cuya reproducción

muchos de nosotros hemos cortado sin pudor

a los 20 segundos. Siempre me pareció la

más prescindible del álbum. Con los años,

en cambio, he sabido apreciar no sólo su

minimalismo sino -y con máximo respeto al

trabajo que hace Page al ‘slide’-, la crudeza

y autenticidad con que está construida y,

sobre todo, la interpretación enérgica y sutil,

sentida y plena de matices, telúrica y atávica

de un Plant que, en aquel momento, moraba

en otro planeta, a años luz de cualquier otro

cantante.

En resumen, “Led Zeppelin III” habita un

lugar difícil en la discografía de la banda

y de la historia del rock, entre dos de los

álbumes más icónicos de todos los tiempos.

Sin embargo, menospreciar su rol en la

discografía de la banda y en la historia del

rock sería un error de bulto para cualquier

melómano que se precie, pues se trata de un

trabajo indispensable para facilitar la posterior

llegada de trabajos como “Led Zeppelin IV”

o “Physical Graffiti” pero, sobre todo, para

situar definitivamente al cuarteto británico en

un plano diferente -y musicalmente superiora

otras bandas similares que no se atrevieron

a ampliar su espectro estilístico y que, a la

larga, si no se disolvieron o cambiaron de

formación cien veces, terminaron en cualquier

caso en un estatus inferior al de Led Zeppelin,

que por ventas, crítica y consideración a

nivel mundial (no tanto en España como en

el resto del mundo) son los únicos que han

comido en la misma mesa que los Beatles y

los Stones. “Led Zeppelin III” es, pues, una

llave al futuro; una brújula; la piedra angular

de todo lo que vendría después. Una obra

maestra más -la menos brillante pero la más

necesaria- de cuatro genios que cambiaron el

rock para siempre. He dicho.

Juan Torres

Rock Bottom Magazine 49

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