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Rock Bottom Magazine Número 20

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“El cuarto disco de los

cántabros es una bomba

de relojería en la que

estallan como lucecitas de

ponche de ácido eléctrico

el pop progresivo, el lounge

alienígena y la psicodelia

más atrevida”.

Me voy a ahorrar análisis y reflexiones sobre el puto 2020, y lo voy a hacer por mi

propia salud mental y, lo creas o no, por la tuya, sufrido lector de Rock Bottom Magazine.

Se acerca el fin de año y como ser humano inmerso en esta espiral de depravación

autorreferencial de la Generación Selfie, uno siente necesidad, casi compulsión por

glosar y publicitar su propio año, como si fuese algo especial, como si aportase lo más

mínimo a esa enorme ola de ego que nos engulle y nos golpea por todos lados. Mi año

es como el de cualquiera, mejor, peor, parecido, totalmente distinto, así que: ¿Qué coño

importa? Lo mismo va para las puñeteras listas de lo mejor del año, una excusa como

cualquier otra para enmascarar trastornos obsesivo-compulsivos y dar la brasa a los

allegados. ¿De verdad alguien necesita saber cuál es mi vigésimo tercer disco favorito

del año? Lo que sí os puedo confesar es cuál es el que más me ha sorprendido y el

que más veces he escuchado desde el verano hasta hoy: “IV” (pronúnciese “iv”) de

Los Estanques. El mejor del año? Venga, vale, el mejor del año, acabemos con esto.

El cuarto disco de los cántabros es una bomba

de relojería en la que estallan como lucecitas

de ponche de ácido eléctrico el pop progresivo,

el lounge alienígena y sobre todo, la psicodelia

más atrevida. Sin miedo a resultar excéntricos,

despliegan su (inmensa) destreza musical

en una colección de canciones de retratos

costumbristas, reflejos de unos personajes

que pueblan un imaginario delirante y a la vez,

cercano. Dani Pozo (bajo), Andrea Conti

(batería), Germán Herrero (guitarra) Iñigo

Bregel (cantante, teclista, guitarra) conforman

la banda que ha visto cómo la pandemia

difuminaba el impacto de un disco que merece

(más) halagos y atención.

Quedamos con Iñigo en su local de ensayo, a

la sazón estudio de grabación. Escuchando el

resultado de sus dos últimas obras uno espera

un lugar amplio y elegante, y me sorprende

entrar en un local no muy distinto a ningún

otro. Le pregunto a Iñigo si es ahí donde

nace la magia y señala un rack con previos y

compresores: “Ahí está todo, tío. Y aquí” dice,

señalándose la sien. Los que escribimos sobre

música somos de natural exagerados y dados

a la hipérbole, y le cascamos el término “genio”

a más de un tarado en buena racha. Pecaré

de precavido y me ahorraré epítetos, pero

Bregel no es ningún tarado, eso lo garantizo.

Y si no me creéis, que lo entiendo, buscad esa

maravilla que perpetró cogiendo una canción

de Karina e instrumentándola. ¿Estoy hablando

de la del Baúl de los Recuerdos? Sí, en efecto.

Mientras esperamos a Germán y a Conti, en

el local adyacente empieza a sonar un doble

bombo diabólico. “¿Grabasteis con eso al

lado?” exclamo. “Esto ya lo tengo controlado

–dice Iñigo-, un paso abajo, a 50 hz, y

desaparece”. Magia negra, ni el heavy metal

más asilvestrado puede con la voluntad de Los

Estanques. Llegan los músicos y adoptan una

posición que no cambia durante la charla: Iñigo

se recuesta en la silla de productor, reflexivo y

en su mundo. Conti, en medio, mirándome de

Rock Bottom Magazine 19

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