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25 años de Mad Season
“Cuando el AMOR te de sus señales, síguelo; aunque sus caminos sean abruptos y escarpados. Y cuando te envuelva con sus alas, abandónate
a él; aun cuando un dardo acerado dentro de sus plumas, pueda herirte. Y si él te dirige la palabra, créele; aunque con su voz él pueda arrasar
tus sueños así como el viento del norte devasta los jardines. Pues el amor sabe, véasele como premio o como castigo, separar el trigo de la
paja. Tanto se elevará a tu altura y te abrazará tiernamente con sus alas, tal que, ondearás en el cielo; como se hundirá en la profundidad de
tus raíces, para podarlas, por muy arraigadas, que se encuentren éstas, a la tierra”.
“El profeta”, Khalil Gibran.
A lo largo de tu vida pocas obras consiguen llegar al fondo de uno. Apenas un puñado de poemas, películas, canciones o discos se afilan
tanto que son capaces de abrirse paso por entre tus entrañas y alcanzar tu yo más profundo, trabajos que no sólo son grandes obras
sino que además se alinean de forma casi personal con quien se abre a ella: obra y receptor ensamblados por las musas, la creatividad
o vete tú a saber qué. Son obras sin duda realizadas igualmente desde lo más hondo del creador, construidas a partir de sentimientos
tan profundos como puros, la pureza del arte por el arte, sin artificios ni elementos superficiales que interfieran en la transmisión del
mensaje. De entre ese reducido número de obras está “Above” de Mad Season, que llevo junto a mí desde una fría mañana irlandesa
en 1999, que en 2019 cumplía 25 años y al que, de nuevo, siento la obligación espiritual de rendir el homenaje que se merece.
Un disco atemporal, sin duda, y a la vez muy
deudor de su tiempo, los 90, con su explosión
de talento, con ese consumo exacerbado de
drogas, ese pesimismo existencial reinante…
Una época que dio, como todos sabemos,
un número incontable de grandes discos
de entre los que algunos sobresalen por su
impacto mediático y otros lo hacen por su
impacto emocional. De estos últimos hay dos
ejemplos en los que los motivos, puramente
artísticos, los elevaron a otro estatus, más
profundo, más puro. El disco que grabaron
Temple of the Dog es un fantástico ejemplo
de esto que comento: un puñado de músicos
en estado de gracia y en un punto álgido de
popularidad deciden grabar un homenaje a
un antiguo amigo y acaban grabando uno de
los grandes trabajos de la historia. Los Chris
Cornell, Stone Gossard, Matt Cameron o
Jeff Ament junto a Eddie Vedder supieron
plasmar su sentido homenaje a Andy Wood,
cantante de los Mother Love Bone fallecido
por una sobredosis de heroína. Dolor,
drogas, arte… una combinación apropiada
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Rock Bottom Magazine