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las cuales habían compuesto y grabado “Led
Zeppelin II” un año antes- se vislumbraban
idóneas para experimentar con instrumentos
y formas musicales diferentes. Además, Plant
compartía esa afición por el folk y el blues
más básicos y aportaría su portentosa voz,
sus capacidades como letrista y su innegable
talento para la armónica. Todo encajaba.
Aunque en ese momento ambos músicos eran
ya el principal binomio creativo de la banda, lo
cierto es que los dos primeros álbumes habían
estado dominados compositivamente por
Page, que contaba con una mochila de temas
inconclusos -o simplemente no grabadosde
sus años en los Yardbirds; Plant había
participado, fundamentalmente, aportando
la melodía de la voz y la letra a esos temas
que Page traía. Eso cambió en Bron-Yr-Aur,
donde el proceso creativo fue plenamente
compartido desde un inicio. En el ambiente
flotaban referentes folk clásicos (Davey
Graham, Bert Jansch o John Fahey) pero
también coetáneos (The Band, Van Morrison,
Janis Joplin, Joni Mitchell o Crosby, Stills
& Nash). Lo cierto es que la pareja estableció
en la casa una conexión especial y única que
desató, durante aproximadamente un mes, su
altísima capacidad creativa y de innovación,
dando a luz no sólo la sección más acústica
y predominante de “Led Zeppelin III”, sino
temas que serían publicados en los tres
álbumes siguientes a éste. No en vano, de allí
volvieron a la civilización con temas netamente
originales (“Friends”, “That’s the Way”);
reinvenciones de ideas previas (“Bron-Y-Aur
Stomp”, “Tangerine”); y readaptaciones de
clásicos del blues (“Hats Off to (Roy) Harper”)
o de la música folk tradicional (“Gallows Pole”);
todos ellos incluidos en el ‘setlist’ final de este
tercer álbum. Por su parte, “Hey, Hey, What
Can I Do”, pese a no pasar a formar parte
del álbum, fue publicada como cara B de
“Immigrant Song”, primer single del disco. Pero
también se gestaron allí canciones que no
verían la luz hasta la reedición de 2014, como
“St. Tristan’s Sword” o “Key to the Highway/
Trouble in Mind” y otras que, como decía, lo
harían en los siguientes discos de la banda,
como “Over the Hills and Far Away”, “Down
by the Seaside”, “The Rover”, “Bron-Yr-Aur”,
“Poor Tom” y, sobre todo, el embrión de una tal
“Stairway to Heaven”.
el condado de Hampshire y donde habían
grabado previamente Genesis y Fleetwood
Mac. Allí se instalaron Page, Plant, Jones y
Bonham para terminar de desarrollar y grabar
-con el mítico Rolling Stones’ Mobile Studioel
disco que nos ocupa y, adicionalmente,
una parte importante de los siguientes -y
no me refiero únicamente a las canciones
mencionadas al final del párrafo anterior y que
venían de Gales, sino a otras que se gestaron,
directamente, allí, en Headley Grange, como
“Black Dog”, “Rock and Roll”, “Misty Mountain
Hop”, “Four Sticks” o “Going to California”-.
Mención especial merece “Stairway to
Heaven” que, como hemos dicho, se gestó
en Bron-Yr-Aur pero fue desarrollada en esta
estancia -y una posterior- en Headley Grange.
Estábamos a principios de junio y el ‘deadline’
para tener el disco terminado era agosto, fecha
en la que la banda debía volver a EE.UU. para
su enésima gira americana. No obstante, en
medio de la grabación en Headley Grange,
había dos compromisos -dos viajes- que
acabaron teniendo impacto en el disco. El
primero, a Reikjavik, donde el público islandés
les esperaba para dos noches -20 y 21 de
junio- en las que una huelga del personal del
recinto -un pabellón universitario- propició
que fueran los propios estudiantes los que,
voluntariamente, tiraran de horas e ingenio
para sacar adelante los conciertos desde el
punto de vista logístico. Con aquel episodio
como inspiración, volvieron a Headley Grange
con “Immigrant Song”, que habla sobre cómo
los vikingos -islandeses o no- invadieron
antaño Gran Bretaña. El fin de semana
siguiente tenían el segundo de los viajes.
En esta ocasión la cita era en el Festival de
Bath, uno de los más importantes de la época
en Europa y en el que, con el sol cayendo al
inicio de la actuación (gracias a una ‘gestión’
más de su inefable manager Peter Grant)
y durante casi tres horas, dieron uno de sus
mejores conciertos hasta el momento, con el
que -por fin- terminaron de conciliar con su
público y adquirir la condición de profetas en
tierra propia. Allí conocieron, por cierto, a Roy
Harper, a quien dedican la última canción del
álbum.
Con una portada troquelada obra de Zacron
(un artista ‘multimedia’ amigo de Page -a quien
poco o nada gustó este ‘cover-art’ tan mítico-)
y que retrasó el lanzamiento dos meses por
la complejidad física de su elaboración, el
disco comienza fuerte. “Immigrant Song” no
necesita ni dos minutos y medio para decir
al oyente: “sí, has debido escuchar que nos
Sólo año y medio después de su formación, tenían dos discos superventas
en el mercado (desbancando a “Abbey Road” (1969) del número
uno), más de 250 shows a sus espaldas -con un caché promedio de
100.000 dólares por ‘bolo’- y el respeto absoluto de crítica e industria.
hemos vuelto ‘folkies’ y no vamos a negar que,
en parte, es así; pero de momento vamos a
introducir este ‘trallazo’ en tu cerebro para que
no olvides quiénes somos antes de sumergirte
en nuestra nueva propuesta”. Escuchando
este tema, es imposible no imaginarse a uno
mismo cabalgando a lomos de un corcel negro,
hacha en mano, embadurnado en sangre e
invadiendo aldeas. Evocar de manera tan
magistral con la música lo que la letra narra es
un logro sólo al alcance de los elegidos (a bote
pronto, me viene a la cabeza “Black”, de Pearl
Jam, como otro ejemplo excepcional de esa
simbiosis entre música y letra).
Tras semejante alegato a su ADN previo,
nos invitan a su primer corte plenamente
acústico. Los himnos previos “Babe I’m Gonna
Leave You” (del primer disco) y “Ramble On”
(del “II”) no eran referentes válidos, pues
en ambos había una sección rítmica fuerte;
ambos alternaban luz y tinieblas; calma y
tempestad. En “Friends” no hay contrastes
rítmicos y el ‘tempo’ es lento, pero la calma
El siguiente hito era el reencuentro, a
principios de junio, con Jones y Bonham
-quienes huelga decir que alucinaron con el
nuevo material recién traído de Gales- en los
Olympic Studios de la capital inglesa. El plan
pasaba por terminar de desarrollar y grabar
los nuevos temas y añadir algunos más para
cerrar el disco. Sin embargo, en las sesiones
no hubo ‘flow’: resultaba complicado recrear,
en pleno centro de Londres y en la frialdad
de un estudio, la atmósfera y la química que
habían gestado las nuevas composiciones.
Había que cambiar el plan y el escenario. La
decisión fue volver al ‘campo’ pero, en esta
ocasión, el destino fue Headley Grange, un
antiguo hospicio reconvertido en mansión en
Rock Bottom Magazine 47