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“The Mandalorian”, por Javistone.
Leo aquí al lado que mi querido Jesús no es un seguidor
freak del mundo Star Wars, pero creo que no es
necesario serlo para conocer las diferencias extremas
entre un planeta desértico, Tatooine (que además sale
continuamente en todas las producciones de Star Wars)
y Endor, la luna de frondosa vegetación en la que viven
Wicket y sus Ewoks, adorados y odiados por igual. Pero
en todo caso estamos de acuerdo en el fantástico sabor
de boca que nos ha dejado “The Mandalorian”, en especial
su segunda temporada que acaba de estrenarse en su
totalidad. Si bien es cierto que la primera gustó mucho,
ha sido en esta segunda donde la serie producida por
John Favreau (que alguien le entregue las llaves del
universo Star Wars a este hombre, por favor) ha cogido
vuelo y ha alcanzado un nivel a la altura de los grandes
momentos de la saga. No desvelaré nada sobre esta
segunda entrega pero quien la haya visto ya habrá
comprobado cómo se puede desarrollar el universo
galáctico con gusto, sobriedad y calidad. No seré yo quien
critique la última trilogía, pero siendo benevolente diré que
podría haber sido mucho, mucho, mucho mejor. Y de la
trilogía de precuelas mejor no hablo porque me enciendo.
A pesar de quienes critican el aire western de esta entrega
como si eso fuera malo, toda la trama se desenvuelve
con soltura en ese, a veces excesivamente enmarañado,
universo casi como si fuese una road movie espacial. Ha
sabido además alambicar su historia con personalidad y a
la vez beber de todas las fuentes disponibles (“The Clone
Wars” y “SW Rebels” son fundamentales aquí), consigue
tener entidad propia como para disfrutarla sin tener ni idea
de quién es Ahsoka Tano (maravillosa elección de Rosario
Dawson para el papel, otro punto para Favreau) o el origen
del sable negro que blande Moff Gideon (posiblemente
lo menos convincente, no puedo evitar ver a Giancarlo
Esposito y seguir pensando en Los pollos hermanos).
Y es qur al final, lo que nos ha enganchado durante
décadas a esta disparatada historia, es que nos den lo
que queremos, historias vibrantes, iconografía deudora
de la tradición pero no presa de ella, y sobre todo
mucha emoción, si es creíble, mejor, J. J. Abrams de
mis entretelas, que meter con calzador al emperador
en el último episodio no había por dónde cogerlo. “The
Mandalorian” ha conseguido lo que no había conseguido
nadie desde el estreno de “El retorno del Jedi” cerrando la
trilogía clásica, si acaso con la maravillosa “Rouge One”:
que nos hayamos vuelto a emocionar subiendo a una nave
interestelar haciéndonos sentir de nuevo esa sensación
infantil de excitación y asombro, de pura diversión. Y todo
eso sin saber nada de ese apoteósico final que ya es
historia de la televisión y de la propia saga Star Wars.
Ni siquiera esa molesta costumbre de introducir un
personaje cute para provocar el hype fácil ha hecho
mella en la producción. Lo que parecía que iba a ser un
bicho dirigido a vender millones de Baby Yoda en todo el
mundo acabó por convencernos a todos, mostrando más
personalidad que la mayoría de los estúpidos personajes
que pululan, por ejemplo, balo las aguas de Naboo. El
chileno Pedro Pascal da empaque a Mando, la fan de
Trump Gina Carano está espléndida como Cara Dune,
Carl Weathers como Greef Karga… Todo encaja y todo
fluye, como la fuerza y, del mismo modo que en “Rogue
One”, se agradece que no todo gire alrededor de los Jedi y
de la familia Skywalker.
Rock Bottom Magazine 39