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LA RUEDA DE LA VIDA - masoneria activa biblioteca

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Imaginándome que se trataría de una de esas cosas supersticiosas que ocurrían todo el tiempo, lo coloqué en<br />

un estante de la clínica y lo olvidé, hasta que una de las mujeres del pueblo me instó a soltar los nudos y mirar<br />

dentro. Claro, junto con la tierra encontré una nota dirigida a la "doctora Pañi". La nota decía: "De la señora W.,<br />

cuyo último de sus trece hijos usted ha salvado, tierra polaca bendita."<br />

Ah, o sea que el niño estaba vivo.<br />

Una gran sonrisa me iluminó la cara.<br />

Volví a leer la última línea de la nota: "Tierra pola-<br />

ca bendita." Entonces lo comprendí todo. Después de marcharse a medianoche, esa mujer había caminado los<br />

30 kilómetros hasta el hospital y recogido a su hijo, vivo y recuperado. Desde Lublin lo llevó a su pueblo,<br />

recogió un puñado de tierra de su casa y buscó a un sacerdote para que la bendijera. Dado que los nazis<br />

habían exterminado a la mayoría de los sacerdotes, estoy segura de que tuvo que caminar bastante para<br />

encontrar uno. Ahora esa tierra era especial, bendecida por Dios. Después de dejarme su regalo se volvió a<br />

casa. Cuando comprendí todo esto, esa pequeña bolsita se convirtió en el más preciado regalo que había<br />

recibido en mi vida. Y aunque en esos momentos no tenía forma de saberlo, pronto me salvaría también la<br />

vida.<br />

10. <strong>LA</strong>S MARIPOSAS.<br />

Yo hablo de amor y compasión, pero la mayor enseñanza sobre el sentido de la vida la recibí en mi visita a un<br />

sitio donde se cometieron las peores atrocidades contra la humanidad.<br />

Antes de marcharme de Polonia asistí a la ceremonia de inauguración de la escuela que habíamos construido.<br />

Desde allí viajé a Maidanek, uno de los infames laboratorios de muerte de Hitler. Algo me impulsó a ir a ver con<br />

mis propios ojos uno de esos campos de concentración; tenía la impresión de que verlo me serviría para<br />

entenderlo.<br />

Ya conocía de oídas ese lugar. Allí fue donde mi amiga polaca perdió a su mando y a doce de sus trece hijos.<br />

Sí, sabía muy bien lo que era.<br />

Pero verlo personalmente fue diferente.<br />

Las puertas de entrada a ese enorme recinto estaban derribadas, pero aún quedaban escalofriantes restos de<br />

su ominoso pasado donde murieron más de 300.000 personas. Vi las alambradas de púa, las torres de<br />

vigilancia y las muchas hileras de barracas donde hombres, mujeres y niños pasaron sus últimos días y horas.<br />

También había varios vagones de ferrocarril. Me asomé a mirar; la visión era horrorosa. Algunos estaban llenos<br />

de cabellos de mujer, que habrían sido enviados a Alemania para convertirlos en ropa de invierno. En otros<br />

había gafas, joyas, anillos de boda y esas chucherías que la gente lleva por motivos sentimentales. En el último<br />

vagón que miré había ropas de niño, zapamos de bebé y juguetes.<br />

Bajé de allí estremecida. ¿Puede ser tan cruel la vida? El hedor procedente de las cámaras de gas, el<br />

inequívoco olor de la muerte que impregnaba el aire, me proporcionó la respuesta. Pero ¿por qué? ¿Cómo era<br />

posible eso?<br />

Me resultaba inconcebible. Caminé por el recinto, llena de incredulidad. Me preguntaba: "¿Cómo es posible que<br />

los hombres y mujeres puedan hacerse esto entre ellos?" Llegué a las barracas. "¿Cómo estas personas,<br />

sobre todo las madres e hijos, pudieron sobrevivir a las semanas y días anteriores a su muerte segura?" Dentro<br />

de las barracas vi camastros de madera, casi pegados unos con otros en cinco hileras a lo largo de la barraca.<br />

En las paredes estaban grabados nombres, iniciales y dibujos. ¿Qué instrumentos utilizaron para hacerlos?<br />

¿Piedras? ¿Las uñas? Los observé más detenidamente y noté que había una imagen que se repetía una y otra<br />

vez. Mariposas.<br />

Había dibujos de mariposas dondequiera que mirara. Algunos eran bastante toscos, otros más detallados. Me<br />

era imposible imaginarme mariposas en lugares tan horrorosos como Maidanek, Buchenwald o Dachau. Sin<br />

embargo, las barracas estaban llenas de mariposas. En cada barraca que entraba, mariposas. "¿Por qué?<br />

¿Por qué mariposas?"<br />

Seguro que debían de tener un significado especial, pero ¿cuál? Durante los veinticinco años siguientes me<br />

hice esa pregunta y me odié por no encontrar una respuesta.<br />

Salí de allí impresionada por el horror de ese lugar. No entendía entonces que esa visita era una preparación<br />

para el trabajo de mi vida. En esos momentos sólo me interesaba comprender cómo es posible que los seres<br />

humanos puedan actuar tan sanguinariamente contra otros seres humanos, sobre todo con niños inocentes.<br />

De pronto una voz interrumpió mis pensamientos, la voz clara, tranquila y reposada de una joven que me dio<br />

una respuesta. Se llamaba Golda.<br />

- Tú también serías capaz de hacer eso —me dijo.<br />

Sentí deseos de protestar, pero estaba tan sorprendida que no se me ocurrió qué decir.<br />

- Si hubieras sido criada en la Alemania nazi —añadió después.<br />

"¡Yo no!", deseé gritar. Yo era pacifista, me había criado en una familia honorable y en un país pacífico. Jamás<br />

había conocido la pobreza, ni el hambre ni la discriminación. Golda leyó todo eso en mis ojos.<br />

- Te sorprendería ver todo lo que eres capaz de hacer —me contestó—. Si hubieras sido criada en la Alemania<br />

nazi, fácilmente podrías haberte convertido en el tipo de persona capaz de hacer eso. Hay un Hitler en todos<br />

nosotros.<br />

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