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LA RUEDA DE LA VIDA - masoneria activa biblioteca

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enfermos me sentaba en las camas, les cogía las manos y hablaba durante horas con ellos. Así aprendí que no<br />

existe ni un solo moribundo que no anhele cariño, contacto o comunicación. Los moribundos no desean ese<br />

distancia-miento sin riesgos que practican los médicos. Ansían sinceridad. Incluso a los pacientes cuya<br />

depresión los hacía, desear el suicidio era posible, aunque no siempre, convencerlos de que su vida todavía<br />

tenía sentido. "Cuénteme lo que está sufriendo —les decía—. Eso me servirá para ayudar a otras personas."<br />

Pero, desgraciadamente, los casos más graves, esas personas que estaban en las últimas fases de la<br />

enfermedad, que estaban en el proceso de morir, eran las que recibían el peor trato. Se las ponía en las<br />

habitaciones más alejadas de los puestos de las enfermeras; se las obligaba a permanecer acostadas bajo<br />

fuertes luces que no podían apagar; no podían recibir visitas fuera de las horas prescritas; se las dejaba morir<br />

solas, como si la muerte fuera algo contagioso.<br />

Yo me negué a seguir esas prácticas. Las encontraba injustas y equivocadas. De modo que me quedaba con<br />

los moribundos todo el tiempo que hiciera falta, y les decía que lo haría.<br />

Aunque trabajaba por todo el hospital, me sentía atraída hacia las habitaciones de los casos más graves, de los<br />

moribundos. Ellos fueron los mejores maestros que he tenido en mi vida. Los observaba debatirse para aceptar<br />

su destino; los oía arremeter contra Dios; no sabía qué decir cuando gritaban "¿por qué yo?", y los escuchaba<br />

hacer las paces con Él. Me di cuenta de que si había otro ser humano que se preocupara por ellos, llegaban a<br />

aceptar su sino. A ese proceso lo llamaría yo después las diferentes fases del morir, aunque puede aplicarse a<br />

la forma como enfrentamos cualquier tipo de pérdida.<br />

Escuchando, llegué a saber que todos los moribundos saben que se están muriendo. No es cuestión de<br />

preguntarse "¿se lo decimos?" ni "¿lo sabe?".<br />

La única pregunta es: "¿Soy capaz de oírlo?"<br />

En otra parte del mundo mi padre estaba tratando de encontrar a alguien que lo escuchara. En septiembre mi<br />

madre llamó para informarnos de que mi padre estaba en el hospital, moribundo. Me aseguró que esta vez no<br />

se trataba de una falsa alarma. Manny no tenía tiempo libre, pero yo cogí a Kenneth y al día siguiente partí en<br />

el primer avión.<br />

En el hospital vi que se estaba muriendo. Tenía septicemia, una infección mortal causada por una operación<br />

chapucera que le habían practicado en el codo. Se hallaba conectado con máquinas que le extraían el pus del<br />

abdomen. Estaba muy delgado y padecía muchos dolores. Los remedios ya no le hacían ningún efecto. Lo<br />

único que quería era irse a casa. Nadie le hacía caso. Su médico se negaba a dejarlo marchar, y por lo tanto el<br />

hospital también.<br />

Pero mi padre amenazó con suicidarse si no le permitían morir en la paz y comodidad de su casa. Mi madre<br />

estaba tan cansada y angustiada que también amenazó con suicidarse. Yo conocía la historia de la que nadie<br />

hablaba en esos momentos. Mi abuelo, el padre de mi padre, que se había fracturado la columna, murió en un<br />

sanatorio. Su último deseo fue que lo llevaran a casa, pero mi padre se negó, prefiriendo hacer caso a los<br />

médicos. En esos momentos papá se encontraba en la misma situación.<br />

Nadie en el hospital hizo el menor caso de que yo fuera médico. Me dijeron que podía llevármelo a casa si<br />

firmaba un documento que los eximiera de toda responsabilidad.<br />

- El trayecto probablemente lo va a matar —me advirtió su médico.<br />

Yo miré a mi padre, en la cama, impotente, aquejado de dolores y deseoso de irse a casa. La decisión era mía.<br />

En ese momento recordé mi caída en una grieta cuando andábamos de excursión por un glaciar. Si no hubiera<br />

sido por la cuerda que me lanzó y me enseñó a atarme, habría caído al abismo y no estaría viva. Yo iba a<br />

rescatarlo a él esta vez. Firmé el documento.<br />

Mi tozudo padre, una vez conseguido lo que quería, deseó celebrarlo. Me pidió un vaso de su vino favorito, que<br />

yo había metido a hurtadillas en su habitación unos días antes. Mientras le ayudaba a sostener el vaso para<br />

que bebiera, vi cómo salía el vino por uno de los tubos que tenía insertados en el cuerpo. Entonces supe que<br />

era el momento de dejarlo marchar.<br />

Una vez que el equipamiento médico estuvo instalado en su habitación, lo llevamos a casa. Yo iba sentada a<br />

su lado en la ambulancia, observando cómo se le alegraba el ánimo a medida que nos acercábamos a casa.<br />

De tanto en tanto me apretaba la mano para expresarme lo mucho que me agradecía todo eso. Cuando los<br />

auxiliares de la ambulancia lo llevaron a su dormitorio, vi lo marchito que estaba su cuerpo en otro tiempo tan<br />

fuerte y potente. Pero continuó dando órdenes a todo el mundo hasta cuando lo tuvieron instalado en su cama.<br />

- Por fin en casa —musitó.<br />

Durante los dos días siguientes dormitó apaciblemente. Cuando estaba consciente miraba fotografías de sus<br />

amadas montañas o sus trofeos de esquí. Mi madre y yo nos turnábamos para velar junto a su cama. Por el<br />

motivo que fuera, mis hermanas no pudieron ir a casa, pero llamaban continuamente.<br />

Habíamos contratado a una enfermera, aunque yo asumí la responsabilidad de mantener a mi padre limpio y<br />

cómodo. Eso me recordó que ser enfermera es un arduo trabajo.<br />

Cuando se aproximaba el final, mi padre se negó a comer, le dolía demasiado. Pero pedía diferentes botellas<br />

de vino de su bodega. Muy propio de él.<br />

La penúltima noche lo observé dormir inquieto, molesto por terribles dolores. En un momento crítico le puse<br />

una inyección de morfina. Al día siguiente por la tarde ocurrió algo de lo más extraordinario. Mi padre despertó<br />

de su sueño agitado y me pidió que abriera la ventana para poder oír con más claridad las campanas de la<br />

iglesia. Estuvimos un rato escuchando las conocidas campanadas de la Kreuzkirche. Después comenzó a<br />

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