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LA RUEDA DE LA VIDA - masoneria activa biblioteca

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mente, la psique, y el espíritu que no se pueden investigar al microscopio ni con reacciones químicas. A su<br />

tiempo sabré más; con el tiempo lo comprenderé.<br />

En Denver volví a la realidad, en la que buscaba una finalidad para mi vida. Eso fue particularmente cierto en el<br />

hospital. Era psiquiatra, pero la psiquiatría normal no estaba hecha para mí. También traté de trabajar con<br />

adultos y niños aquejados de problemas. Pero lo que finalmente captó mi interés fue el tipo de psiquiatría<br />

intuitiva que había practicado con las esquizofrénicas en el Hospital Estatal de Manhattan, el tipo de interacción<br />

personal que sustituye a los medicamentos y las sesiones de grupo. Hablé de ello con mis colegas de la<br />

universidad, pero ninguno mostró aprobación ni me infundió aliento.<br />

¿Qué podía hacer? Les pedí consejo a tres distinguidos y famosos psiquiatras; me sugirieron que me analizara<br />

en el famoso Instituto Psicoanalítico de Chicago, respuesta tradicional que en esos momentos no consideré<br />

práctica para mi vida.<br />

Por aquel entonces asistí a una conferencia del catedrático Sydney Margohn, el respetado jefe del nuevo<br />

laboratorio de psicofisiología del departamento psiquiátrico. Desde el estrado, el profesor Margolin captaba<br />

poderosamente la atención. Era un hombre mayor, de largos cabellos grises que hablaba con un fuerte acento<br />

austríaco. Era un orador fascinante, un excelente actor. Después de unos minutos de escucharlo comprendí<br />

que era exactamente lo que necesitaba.<br />

No resultaba sorprendente que sus charlas fueran muy populares. Asistí a varias. Daba la impresión de que se<br />

materializaba en el estrado. Los temas de sus charlas eran siempre una sorpresa. Un día me decidí a seguirlo<br />

a su despacho y me presenté. Él se mostró muy amable y pronto descubrí que era aún más fascinante al<br />

hablar con él personalmente. Conversamos muchísimo rato, en alemán y en inglés. Igual que en algunas de<br />

sus charlas, tocamos todos los temas. Aproveché para explicarle mi situación y él me habló de su interés por la<br />

tribu india ute.<br />

A diferencia de sus colegas, no me dijo nada de ir a Chicago, sino que me animó a trabajar en su laboratorio.<br />

Acepté.<br />

El profesor Margolin era un jefe difícil y exigente, pero el trabajar a sus órdenes en enfermedades psicosomáticas<br />

fue lo más gratificante que yo hiciera en Den-ver. A veces me limitaba a recomponer algún antiguo<br />

equipo electrónico desechado por otros departamentos que él aprovechaba. Eso me gustaba. Era un médico<br />

heterodoxo. Por ejemplo, en su equipo había un electricista, un hombre que sabía hacer de todo y una fiel<br />

secretaria. El laboratorio estaba lleno de instrumentos como polígrafos, electrocardiógrafos, etc. Al profesor<br />

Margohn le interesaba medir la relación entre los pensamientos y emociones de un paciente y su patología.<br />

Entre sus métodos estaba también la hipnosis, y creía en la reencarnación.<br />

Mi felicidad en el trabajo se reflejaba en mi vida hogareña. Manny también estaba contento con su trabajo; era<br />

un importante conferenciante en el departamento de neurología. Nuestro hogar era todo lo que yo había<br />

soñado que sería la vida de familia. En el patio construí un jardín rocoso al estilo suizo en el que no faltaba una<br />

picea, flores alpinas y mi primera edelweiss norteamericana. Los fines de semana llevábamos a Kenneth al<br />

zoológico y hacíamos excursiones por las Rocosas. También pasábamos agradables veladas con el profesor<br />

Margolin y su esposa, escuchando música y conversando sobre diversos temas, desde las teorías de Freud<br />

hasta las de vidas anteriores.<br />

Las desilusiones fueron pocas, pero importantes para nuestra familia. En 1964, nuestro segundo año en Denver,<br />

quedé embarazada dos veces y las dos veces perdí al bebé con un aborto espontáneo. Cada vez se me<br />

hacía más difícil soportar la frustración, más que la pérdida. Tanto Manny como yo deseábamos añadir otro hijo<br />

a nuestra prole. Yo quería tener dos hijos. Ya tenía a mi hijo. Si Dios era bueno, tendría también una hija.<br />

Decidí seguir intentándolo.<br />

El catedrático Margolin viajaba con frecuencia. Un día me llamó a su despacho para anunciarme su próximo<br />

viaje a Europa, para una estancia de dos semanas. Yo pensé que sólo quería hablar de ciudades y lugares,<br />

como solíamos hacer cuando recordábamos nuestras muy viajadas juventudes. Pero en esta ocasión no se<br />

trataba de eso. Imprevisible como siempre, me designó para reemplazarlo en sus charlas en la Facultad de<br />

Medicina. Yo tardé un momento en captar su petición, pero cuando la entendí al instante comencé a sudar de<br />

nerviosismo.<br />

No sólo lo consideré un honor, también me pareció algo imposible. El profesor Margolin era un orador animado<br />

e interesante cuyas conferencias semejaban más bien espectáculos intelectuales de un solo actor. Eran las<br />

que atraían mayor número de público en la facultad. ¿Cómo podía yo ponerme en su pellejo? Cuando me veía<br />

obligada a hablar delante de un grupo, fuera grande o pequeño, me invadían una timidez y una inseguridad<br />

terribles.<br />

- Tiene dos semanas para prepararse —me dijo en tono tranquilizador—. Yo no sigo ningún plan<br />

preestablecido. Si quiere, eche una mirada a mis archivos. Elija cualquier terna que le apetezca.<br />

Después del pánico surgió la obligación. Durante la semana siguiente me instalé en la <strong>biblioteca</strong> y leí libro tras<br />

libro tratando de encontrar un tema original. No roe entusiasmaba la psiquiatría al uso. Tampoco me gustaba la<br />

cantidad de medicamentos que se administraba a los pacientes para hacerlos "manejables". Descarté también<br />

todo lo que fuera demasiado especializado, por ejemplo todo lo que tratara de las diferentes psicosis. Al fin y al<br />

cabo, la mayoría de los alumnos que asistían a las conferencias estaban interesados en otras especialidades,<br />

no en psiquiatría.<br />

Pero tenía que llenar dos horas y necesitaba un tema que aportara los conocimientos de psiquiatría que yo<br />

creía necesarios para los futuros médicos. ¿Qué podía interesar a un ortopedista o a un urólogo? Según mi<br />

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