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LA RUEDA DE LA VIDA - masoneria activa biblioteca

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elegir una profesión para cuando seas mayor? ¿Qué se hace para vivir cada día? ¿Por qué no me dicen la<br />

verdad?<br />

Cuando ya llevábamos cerca de media hora, Linda se cansó y la llevé a su cama; los alumnos se quedaron en<br />

un emotivo y atónito silencio casi reverencial. ¡Qué cambio se había producido en ellos! Aunque ya había<br />

pasado el tiempo de la charla, ninguno se levantó para marcharse. Querían hablar, pero no sabían qué decir,<br />

hasta que yo inicié la conversación. La mayoría reconoció que Linda los había conmovido hasta las lágrimas.<br />

Finalmente sugerí que si bien sus reacciones habían sido provocadas por la chica moribunda, se debían en<br />

realidad al reconocimiento de su propia mortalidad. Muchos de ellos no habían reflexionado nunca sobre los<br />

sentimientos y temores que provoca la posibilidad e inevitabilidad de la propia muerte. No podían dejar de<br />

pensar qué sentirían si estuvieran en el lugar de Linda.<br />

- Ahora reaccionáis como seres humanos, no como científicos —comenté.<br />

Silencio.<br />

- Tal vez ahora no sólo vais a saber cómo se siente un moribundo sino también seréis capaces de tratarlos con<br />

compasión, con la misma compasión con que desearíais que os trataran a vosotros.<br />

Agotada por la charla, me senté en mi consulta a beber café, y de pronto me puse a pensar en un accidente<br />

que sufrí cuando trabajaba en el laboratorio de Zúrich en 1943. Estaba mezclando unas sustancias químicas<br />

cuando se me cayó la redoma y estalló en llamas, provocándome quemaduras en las manos, la cara y la<br />

cabeza. Pasé dos semanas tremendamente dolorida en el hospital; no podía hablar ni mover las manos, y cada<br />

día los médicos me torturaban al quitarme las vendas y de paso arrancándome también la piel sensible;<br />

después me desinfectaban las heridas con nitrato de plata y las volvían a vendar. Su pronóstico era que jamás<br />

recuperaría la movilidad total de los dedos.<br />

Pero por la noche, y sin que lo supiera mi médico, un técnico de laboratorio amigo entraba subrepticiarnente en<br />

mi habitación equipado con un artilugio de su invención con el que iba poniendo cada vez más peso en mis<br />

dedos para ejercitarlos lentamente. Era nuestro secreto. Una semana antes de que me dieran el alta, el médico<br />

llevó a un grupo de estudiantes de medicina para que me vieran. Mientras les explicaba mi caso y por qué me<br />

habían quedado mutilizables los dedos, yo reprimía un fuerte deseo de reírme, hasta que de pronto levanté la<br />

mano y moví los dedos, flexionándolos y doblándolos. Se quedaron pasmados.<br />

- ¿Cómo? —me preguntó el médico.<br />

Le conté mi secreto, y creo que todos aprendieron algo de él. Les cambió para siempre la forma de pensar.<br />

Bueno, hacía sólo unas horas, Linda, de dieciséis años, había hecho lo mismo para un grupo de alumnos de<br />

medicina. Les había enseñado algo que yo también estaba aprendiendo: qué resulta valioso y oportuno al final<br />

de la vida y qué es un desperdicio de tiempo y energías. La verdad es que todos seguiríamos recordando las<br />

lecciones de su corta vida durante muchos años después de que muriera.<br />

Había muchísimo que aprender sobre la vida escuchando a los moribundos.<br />

18. MATERNIDAD.<br />

Durante el tiempo en que di esas charlas, en las que también traté otros temas además del de la muerte,<br />

trabajé motivada por una finalidad, pero cuando volvió el profesor Margolin, tuve la impresión de que se<br />

desvanecía esa motivación. No obstante, la necesitaba tanto que envié una solicitud al Instituto Psicoanalítico<br />

de Chicago, aunque la sola idea de pasar cada día varias horas sometida al psicoanálisis era suficiente para<br />

odiarme a mí misma, y ese sentimiento se hizo más fuerte cuando a comienzos de 1963 me aceptaron la<br />

solicitud. Pero entonces tuve la disculpa para rechazarla: descubrí que estaba embarazada.<br />

Al igual que me ocurriera con Kenneth, presentí que ese bebé iba a llegar a término. Incluso me hice una<br />

pequeña operación que según mi tocólogo era necesaria para "mantener al bebé en el horno". Pero durante los<br />

nueve meses estuve en perfecto estado de salud tanto en lo físico como en lo emocional. No tuve dificultad<br />

para compaginar mi trabajo en el hospital, donde llevaba un pabellón de personas muy perturbadas, con mi<br />

vida doméstica. Kenneth, que por entonces tenía tres años y era muy activo y alegre, estaba feliz ante la<br />

perspectiva de tener un hermanito o hermanita.<br />

El 5 de diciembre de 1963 rompí aguas, cuando acababa de dar una charla. Era demasiado pronto para que<br />

comenzara el parto, pero me senté ante mi escritorio y le pedí a un alumno que llamara a Manny. Puesto que<br />

trabajaba en el mismo edificio, éste llegó a los pocos minutos. Aunque yo me sentía perfectamente bien, igual<br />

que momentos antes, me llevó a casa y llamó por teléfono al tocólogo. Éste no se preocupó especialmente y<br />

me dijo que descansara y fuera a verlo en su consulta el lunes. Simplemente tenía que estar en cama,<br />

controlarme la temperatura y evitar hacer esfuerzos, me dijo.<br />

Eso es fácil de decir para un hombre. Si me iban a hospitalizar el lunes, tenía que hacer algunos preparativos.<br />

Me pasé el fin de semana cocinando platos para congelar, para Manny y Kenneth, y dejando lista una maleta<br />

con ropa. El lunes por la mañana me sentía bien, pero cuando entré en la consulta del tocólogo tenía la pared<br />

abdominal tan dura como una piedra. El médico se alarmó y asustó por esa anomalía. Pensó que era<br />

peritonitis, una peligrosa infección que se podría haber evitado si me hubiera visitado el día que rompí aguas.<br />

Me llevaron a toda prisa al Hospital Católico, que estaba cerca, y allí las monjas se dispusieron a inducir el<br />

parto, mientras mi médico me informaba que era probable que el bebé fuera demasiado pequeño para<br />

sobrevivir. Ciertamente no iba a tolerar ningún tipo de analgésico, me dijo. Mientras me decía eso, yo ya estaba<br />

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