14.04.2013 Views

LA RUEDA DE LA VIDA - masoneria activa biblioteca

LA RUEDA DE LA VIDA - masoneria activa biblioteca

LA RUEDA DE LA VIDA - masoneria activa biblioteca

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

tenían otro lenguaje en común conmigo que el amor y la música en el corazón, capaces de comunicarse con<br />

tanta profundidad y sentirse como hermanos en tan poco tiempo. Me marché de allí con la sensación de<br />

esperanza de que el mundo podría recomponerse por sí solo después de la guerra.<br />

Cuando llegué a Varsovia, los cuáqueros me consiguieron una plaza en un avión militar estadounidense que<br />

llevaba a personajes importantes a Berlín. Desde allí pensaba coger un tren a Zúrich. Envié un telegrama a mi<br />

familia diciéndole cuándo llegaría a casa. "A tiempo para la cena", escribí entusiasmada, saboreando<br />

anticipadamente una de las exquisitas comidas de mi madre y una buena noche de sueño en mi mullida cama.<br />

Pero los peligros aumentaron en Berlín. Los soldados rusos no permitían que nadie que no tuviera sus<br />

credenciales en regla pasara de su sector de la ciudad (el que después sería de Alemania Oriental) al ocupado<br />

por los británicos. Por la noche, la gente desaparecía de las calles con la esperanza de escapar, al menos<br />

temporalmente, del miedo y la tensión que eran tremendamente palpables. Ayudada por desconocidos<br />

conseguí llegar al puesto de control fronterizo, donde estuve horas, cansada, hambrienta y con el estómago<br />

descompuesto. Cuando comprendí que me sería imposible pasar sola, me acerqué a un oficial británico que<br />

conducía un camión y lo convencí de que me llevara oculta dentro de una caja de madera de 60 por 90<br />

centímetros hasta una región más segura cerca de Hildesheim.<br />

Durante las ocho horas siguientes viajé encogida en posición fetal, concentrada en la perentoria advertencia<br />

que el oficial me hizo antes de cerrar la tapa con clavos: "Por favor, no hagas el menor ruido. Ni una tos, ni un<br />

suspiro, ni una respiración fuerte, nada, hasta que vuelva a quitar esta tapa."<br />

En cada parada retenía el aliento, pensando aterrada que si movía un dedo sería mi último movimiento.<br />

Recuerdo cómo me cegó la luz cuando por fin se levantó la tapa. Jamás había visto una luz más brillante. El<br />

alivio y la gratitud que sentí cuando le vi la cara al oficial británico fueron acompañados por oleadas de náuseas<br />

y de debilidad que me recorrieron todo el cuerpo después de que él me ayudara a salir de mi escondite.<br />

Decliné su amable invitación a compartir con él una buena comida en el casino de oficiales y emprendí el<br />

camino rumbo a casa. Por la noche dormí envuelta en la manta en un cementerio y a la mañana siguiente<br />

desperté aún más descompuesta que antes. No tenía alimentos ni medicamentos. En la mochila encontré mi<br />

envoltorio con tierra polaca, lo único que no me habían robado aparte de la manta, y supe que de algún modo<br />

conseguiría salir de ésa.<br />

Me las arreglé para levantarme, terriblemente dolorida, y me fui cojeando por el camino de gravilla. No sé cómo<br />

conseguí caminar durante varias horas. Finalmente, me desplomé en una pradera en las lindes de un espeso<br />

bosque. Sabía que estaba muy enferma, pero lo único que podía hacer era rezar. Muerta de hambre y sudando<br />

de fiebre se me nubló el entendimiento. En mi delirio me pasaban por la mente imágenes y visiones de mis<br />

últimas experiencias, la clínica de Lucima, las mariposas de Maidanek y la chica Golda.<br />

Ay, Golda, tan hermosa, tan fuerte.<br />

Una vez, cuando abrí los ojos, me pareció ver a una niña que iba en bicicleta comiendo un bocadillo. Se me<br />

retorció el estómago de hambre. Por un instante contemplé la idea de arrebatarle el bocadillo de las manos.<br />

Ignoro si la niñita era real o no, pero en cuanto tuve aquella ocurrencia oí las palabras de Golda: "Hay un Hitler<br />

en todos nosotros." En ese momento lo comprendí; sólo depende de las circunstancias.<br />

En este caso las circunstancias estuvieron de mi parte. Una anciana pobre me vio durmiendo cuando salió a<br />

recoger leña para el fuego. No sé cómo me llevó en carreta hasta un hospital alemán cerca de Hildesheim.<br />

Durante varios días estuve medio inconsciente; a ratos recuperaba el conocimiento. Durante uno de esos<br />

períodos de claridad oí hablar de una epidemia de tifus que estaba diezmando a las mujeres. Imaginándome<br />

que estaba entre ese malhadado grupo, pedí papel y lápiz para escribir a mi familia, por si no volvía a verlos<br />

jamás.<br />

Pero estaba demasiado débil para escribir. Les pedí ayuda a mi compañera de habitación y a la enfermera,<br />

pero las dos se negaron. Las muy fanáticas creían que yo era polaca. Era el mismo tipo de prejuicio que vería<br />

cuarenta años más tarde con los enfermos de sida. "Que se muera la cerda polaca", decían con repugnancia.<br />

Ese prejuicio casi me mató. Esa noche sufrí un espasmo cardíaco y nadie quiso atender a la chica "polaca"; mi<br />

pobre cuerpo, que sólo pesaba cuarenta kilos, ya no tenía fuerzas para luchar más. Acurrucada en la cama, fui<br />

decayendo rápidamente. Por fortuna, el médico de turno de esa noche se tomaba en serio su juramento<br />

hipocrático. Antes de que fuera demasiado tarde me puso una inyección de estrofantina, el tónico cardíaco. Por<br />

la mañana ya me sentí casi tan bien como cuando saliera de Lucima. Me había vuelto el color a las mejillas. Me<br />

pude sentar y tomar el desayuno.<br />

- ¿Cómo está mi niña suiza esta mañana? —me Preguntó el doctor cuando se marchaba.<br />

- ¡Suiza! En cuanto las enfermeras y mi compañera de habitación oyeron que era suiza y no polaca cambiaron<br />

su actitud. De pronto se desvivieron por atenderme. Lo que son los prejuicios, ¡demonios!<br />

Pasadas varias semanas, después de disfrutar de un muy necesario descanso y de alimentarme bien, me<br />

marché. Pero antes de irme les conté a mi compañera de habitación y a la enfermera la historia del envoltorio<br />

con tierra polaca que llevaba en la mochila.<br />

- ¿ Lo entendéis ? —les expliqué—. No hay ninguna diferencia entre la madre de un niño polaco y la madre de<br />

un niño alemán.<br />

El trayecto en tren hasta Zúrich me dio tiempo para reflexionar sobre las increíbles enseñanzas que había<br />

recibido durante los ocho meses pasados. Ciertamente volvía a casa más sabia y más conocedora del mundo.<br />

Mientras el tren traqueteaba sobre los raíles, ya me imaginaba contándoles todo a mi familia, lo de las<br />

mariposas y la niña judía polaca que me descubrió que había un Hitler en todos nosotros; lo de los gitanos<br />

26

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!