LA RUEDA DE LA VIDA - masoneria activa biblioteca
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compras y, en ocasiones especiales, incluso las llevé a los almacenes Macy’s. Mis pacientes sabían que me<br />
importaban y fueron mejorando.<br />
En casa le contaba a Manny todas mis experiencias, todas las historias sobre mis pacientes, entre ellas la de<br />
una joven llamada Rachel. Era esquizofrénica catatónica, y estaba clasificada entre las incurables. Durante<br />
años se había pasado los días de pie sin moverse de sitio en el patio. Nadie recordaba que alguna vez hubiera<br />
dicho<br />
una palabra o emitido algún sonido. Cuando pedí que la trasladaran a mi pabellón, todos pensaron que me<br />
había vuelto loca.<br />
Pero una vez que estuvo a mi cuidado, la traté como a las demás. La obligaba a realizar tareas y a ponerse en<br />
medio del grupo para las fiestas de celebración, como Navidad y Chanukah, e incluso su propio cumpleaños. Al<br />
cabo de casi un año de atención, por fin habló. Ocurrió durante una terapia de actividades artísticas, mientras<br />
dibujaba. Un médico se detuvo a mirar lo que estaba dibujando y ella le preguntó: "¿Le gusta?"<br />
Al cabo de poco tiempo Rachel salió del hospital, se buscó una casa para vivir sola y se dedicó a la serigrafía<br />
artística.<br />
Yo me alegraba de todos los éxitos, los grandes y los pequeños, como aquel cuando un hombre que siempre<br />
estaba de cara a la pared se volvió a mirar al grupo. Pero al final del año me encontré ante una difícil elección.<br />
En mayo me invitaron a presentar nuevamente mi solicitud para el programa de pediatría en el Columbia<br />
Presbyte-rian. Me debatí entre seguir mis sueños o continuar con mis pacientes. Me parecía imposible<br />
decidirme, pero hacia el final de esa misma semana descubrí que estaba embarazada otra vez. Eso solucionó<br />
el problema.<br />
Sin embargo, hacia fines de junio volví a sufrir un aborto espontáneo. Por eso me había negado a<br />
entusiasmarme mucho por mi embarazo. No quería volver a pasar por la tristeza y depresión, aunque eso era<br />
imposible de evitar. Mi tocólogo me dijo que era una de esas mujeres cuyos embarazos no llegan a término. No<br />
le creí, porque en mis sueños yo me veía con hijos. Esos abortos los atribuí al destino. Así pues, me quedé otro<br />
año en el Manhattan, donde mi objetivo era conseguir el alta de todas las pacientes posibles. Me dediqué a<br />
encontrarles trabajo fuera del hospital a la mayor parte de las pacientes funcionales. Salían por la mañana y<br />
volvían por la noche; aprendieron a emplear su dinero en comprar cosas más básicas que la Coca-cola y los<br />
cigarrillos. Mis superiores advirtieron mi éxito y me preguntaron en qué teoría se basaba mi método. Yo no<br />
tenía ninguna.<br />
- Hago cualquier cosa que me parece correcta después de conocer a la paciente —les expliqué—. No se las<br />
puede atontar con drogas y luego esperar que mejoren. Hay que tratarlas como a personas. No me refiero a<br />
ellas como lo hacéis vosotros, no digo "Ah, la esquizofrénica de la sala tal o cual". Las conozco por sus<br />
nombres. Conozco sus hábitos. Y ellas responden.<br />
El mayor éxito resultó ser el de la "casa abierta" que iniciamos entre la asistenta social Grace Miller y yo. Se<br />
invitó a las familias del barrio a visitar el hospital y a adoptar pacientes. En otras palabras, queríamos conseguir<br />
que personas absolutamente incapaces de establecer cualquier tipo de relación aprendieran a hacerlo. Algunas<br />
pacientes respondieron maravillosamente bien. Adquirieron un sentido de responsabilidad y finalidad para sus<br />
vidas. Algunas incluso aprendieron a hacer planes para el futuro.<br />
La más maravillosa de todas fue una mujer llamada Alice. Cuando se aproximaba la fecha en que sería dada<br />
de alta después de haber pasado veinte años en la sala para enfermas mentales, un día sorprendió a todo el<br />
mundo con una petición muy poco común. Deseaba volver a ver a sus hijos. ¿Hijos? Nadie sabía allí que<br />
tuviera hijos.<br />
Pero Grace hizo averiguaciones y descubrió que, en efecto, Alice tenía dos hijos. Los dos eran pequeños<br />
cuando la internaron en el hospital. Les habían dicho que su madre había muerto.<br />
Mi colega asistenta social encontró a esos hijos, ya adultos, y les explicó el programa de "adopción" del<br />
hospital.<br />
Les dijo que había una "señora sola" que necesitaba una familia adoptiva. En memoria de su madre ellos<br />
accedieron a adoptarla. A ninguno se le informó de la verdadera identidad de la señora. Pero jamás olvidaré la<br />
increíble sonrisa de Alice cuando estuvo ante los hijos que ella creía que la habían abandonado. Por fin, una<br />
vez que salió del hospital, los hijos la llevaron a formar nuevamente parte de su familia. -<br />
Y hablando de familia, Manny y yo seguíamos intentando comenzar la nuestra. En el otoño de 1959 volví a<br />
quedar embarazada. El nacimiento estaba previsto para mediados de junio. Durante nueve meses Manny me<br />
trató como si me pudiera romper. No sé por qué, pero yo sabía que no iba a perder ese bebé. En lugar de<br />
preocuparme por otro aborto, me imaginaba al bebé, niñito o niñita. Me imaginaba cómo lo mimaría.<br />
Pensándolo bien, la vida era difícil, cada día nos presentaba un nuevo reto. Yo me preguntaba cómo es posible<br />
que una persona en su sano juicio desee traer otra vida al mundo. Pero entonces pensaba en la belleza del<br />
mundo y me reía. ¿Por qué no? Nos mudamos a un apartamento en el Bronx. Era más grande que las dos<br />
casas anteriores. Alrededor de una semana antes del parto, mi madre llegó en avión para ayudarme con el<br />
bebé. No se molestó en lo más mínimo porque yo me retrasara al ir a recogerla; eso le dio tiempo para visitar<br />
Macy’s y las otras tiendas.<br />
Cuando habían pasado tres semanas de la fecha y no ocurría nada, Manny y yo comenzamos a recorrer en<br />
coche las calles adoquinadas de Brooklyn. Buscábamos los baches para pasar por encima. Lo gracioso fue<br />
que por fin me comenzaron los dolores del parto cuando estábamos atascados en la carretera de Long Island<br />
en medio de una tormenta. Siguiendo nuestro plan, nos dirigimos al hospital Glen Cove. Después de quince<br />
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